Lo que es importante

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(Por: Clarissa)

—Luego de mezclar la levadura con la harina, el aceite, el agua y el orégano, tienes que amasar bien...¡y listo!

—Suena realmente fácil cuando lo pones así.

—Porque es realmente fácil, acosador —aseguré—. Ahora solo hay que dejarlo reposar una hora, y estará listo.

Volteé para ver si me estaba observando pero él miraba la foto que tenía enmarcada junto al reloj.

—¿Son tus padres?

—Lo son —confirmé—, mi papá pintó ese cuadro que está en la entrada de la tienda y se lo regaló a mamá cuando cumplieron quince años de casados.

—¿Puedo preguntar cómo los perdiste? —bajó su tono de voz a un susurro.

—Yo...no he dicho que les haya pasado nada.

—Conozco esa mirada —dijo él con una sonrisa triste—. Es la que pongo cuando hablo de mis abuelos.

Tragué saliva y mi mirada se perdió en la foto que mostraba a mis papás abrazados, conmigo en medio de ambos, llorando y riendo al mismo tiempo.

La habían tomado cuando yo acababa de cumplir un año, y estaba aprendiendo a caminar. Sin que se diera cuenta, a mamá se le había caído su relicario justo fuera de la manta donde nos íbamos a sentar. Atraída por ese objeto con el que siempre me dejaba jugar, escapé de las manos de mi mamá mientras intentaba correr hacia él y terminé tropezando con la manta. Mis padres se pasaron el resto de la sesión intentando hacerme reír y el resultado había sido esa foto. Años después, papá había pintado en el cuadro el momento justo en el que me escapaba de las manos de mamá, con la mirada fija en el relicario como si fuera el anillo de Sauron.

No sé por qué le conté esa historia a Adrian a pesar de que era algo muy privado y no confiaba realmente en su curiosidad. Pero él no me decepcionó y asintió con gravedad.

—Me recuerda a la canción que mi abuelo le compuso a mi abuela, sobre el día que la conoció. Ese fue el día que descubrí que no todas las canciones que existían estaban en la radio y empecé a componer las mías. Ella la cantaba todos los días mientras cocinaba y a veces el abuelo sacaba su guitarra para acompañarla.

Nos quedamos en silencio unos segundos y terminé diciendo:

—En un accidente de tránsito, bastante cliché.

—Mi abuela falleció de cáncer —dijo, y alza una mano antes de que pueda decir algo—. Ni me lo menciones. Odio el cáncer. Se llevó a mi abuela y, con ella, a mi abuelo.

—Es una guerra dura —acuerdo.

—No, es solo una larga espera, no importa cuánto luches, dependes de los médicos y de que tu cuerpo trabaje con los químicos, no se trata de cuánta voluntad le pongas. Ojalá fuera una guerra que se pudiera ganar, reuniría a todos los ejércitos del mundo.

—Excepto en aquellos donde los intereses de las farmacéuticas superan los de la gente.

Sonrió ante mi humor negro y agregó:

—O lugares como Costa Rica, donde ni siquiera tienen ejército. Una vez incluso el presidente entró a comer en el mismo restaurante que nosotros como si fuera cualquier persona y la gente lo trataba como si fuera un viejo amigo o algo así. Era muy raro.

Tuve que parpadear unos segundos mientras procesaba sus palabras.

—Por todos los dioses, ¿cómo pasó eso?

—Pues viajando a Costa Rica, obviamente. A mi abuelo le gustaba escapar y conocer lugares. Cuando mi abuela murió, no le gustaba quedarse quieto, decía que viajar te hace olvidar, te hace soñar un rato. Realmente la amaba.

Mi mirada volvió a la foto de mis padres y mi mano fue directamente al relicario que todavía me colgaba del cuello.

—Me lo dieron cuando cumplí dieciocho para que pusiera la foto de mi novio —le dije en broma—, pero creo que sé lo que es importante para mí.

Lo abrí para mostrarle que llevaba en un lado la misma foto en miniatura, al otro lado la foto de mis amigos en mi último cumpleaños y la tercera división tenía un viejo cuadro mío, con el que había ganado mi primer concurso de pintura.

Lo cerré antes de que pudiera hacer ningún comentario.

—Vamos, tenemos que volver a la sala para asegurarles que todavía no me has asesinado.

Su risa tuvo un toque maquiavélico.

—Lo siento, no tengo complejo de Hitchcock.

—Yo lo siento más, porque si lo tuvieras, descubrirías que no soy rubia natural.

—Es una pena, te queda bien.

Esa frase opacó gran parte de la risa fácil que habíamos compartido en los últimos minutos y salí casi corriendo hacia la sala. Era una herida que no pensé que todavía pudiera ser abierta.

¿Dónde está Adrian Wilcox?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora