Capítulo 105

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Narra Bruno

La fiesta de los Peripatéticos se celebró el segundo viernes del mes de noviembre de aquel año. Unos días antes aprovechando que había salido temprano del teatro, quedé con mi madre para comer y pasar la tarde juntos.

El teatro estaba cerca de su casa. Al ver que no estaba en la calle, llamé al interfono y dijo: "Bruno sube. Estoy a medio vestir y todavía tengo que pasear a Vainilla". Suspiré y dije: "Venga subo". Me abrió la puerta recién salida de la ducha con una toalla en el cuerpo y otra en la cabeza. Vainilla en cuanto me vio se abalanzó, tenía cinco meses y era extremadamente juguetona.

Dado que todavía le quedaba rato para terminar de arreglarse le pregunté: "¿Quieres que saque a Vainilla?" Mi madre me pegó un grito desde su habitación y dijo: "Sí, sus cosas están en el mueble de la entrada. Si quieres llévala al parque, en quince minutos estoy lista".

Así que allá que fuimos Vainilla y yo al parque. Sin duda una experiencia de lo más gratificante, ¿quién diría que me iban a gustar los perros? Vainilla desde luego se hacía querer. Durante ese paseo de quince minutos por el parque dónde mi padre me enseñó alguna que otra cosa, descubrí algo importante de los perros y sus dueños...

Siempre había oído que eso de tener perro te abría las puertas a la hora de ligar, bueno pues yo reafirmo esa expresión. En quince minutos dos chicas y un chico se acercaron a hablar conmigo de una manera un tanto sutil. La más curiosa fue que, mientras hablaba con el chico que llevaba a su perro y estaba intentando ligar, Pol me llamó. Así que le cogí la llamada, subí el tono para que el chico lo pudiese oír y así se apartase un poco.

La conversación con Pol fue la siguiente: "Hola cariño, ¿qué tal han ido las clases?" Pol estaba más cortado y preguntó: "¿Estás bien?" Sonreí y dije: "Sí, estoy paseando a Vainilla y ahora iré a buscar a mi madre. ¿Nos vemos después de las clases?" Pol suspiró y preguntó: "Tenía razón con lo del perro ¿no?" Solté una carcajada y dijo: "Luego te veo amor".

El chico al oír aquella conversación dijo: "Bueno, ya nos veremos otro día. Adiós". Sonreí, miré a Vainilla y dije: "Si esto me hubiese pasado hace unos años cuando estaba loco por Pol y él no me hacía caso hubiese sido divertido. Ahora es bastante incómodo. Vamos a casa Vainilla".

Vainilla me miró con la cara de lado como si entendiese lo que le decía y movió levemente sus orejas. Se puso a mi lado y llegamos a casa. Mi madre se había puesto un vestido verde, muy elegante, pero a la vez muy sencillo, un abrigo negro y unas botas altas. Sin duda hacía tiempo que no la veía tan guapa y su cara incluso reflejaba paz interior.

Nos acercamos a comer a un restaurante de comida neoyorquina llamado "Waldorf's Bagels". En honor a sus dos platos estrellas, los Bagels y la ensalada Waldorf. Para mi madre aquel restaurante era como si la devolviese a sus años de estudiante de arquitectura en la Ciudad de los Rascacielos. Siempre decía que había sido su mejor época de la vida y que sin duda volvería allí una y mil veces más.

Llevaba tantos años escuchando esa frase que al final el gusanillo terminó picándome y más ahora que me dedicaba al teatro y allí estaba la cuna de los musicales, Broadway.

Aunque cada vez que me escucha decir eso dice: "La Avenida de Broadway solo alberga dos teatros, el resto está a dos o tres manzanas de esta". Pero aun así, debería merecer la pena conocer aquello.

La comida fue deliciosa, pero el postre con su inconfundible New York Cheesecake... Eso era un manjar de Dioses, ya lo decían en la antigua Grecia que es dónde tiene su origen.

Notaba a mi madre distinta. Podía ser que estábamos en su restaurante favorito, rodeado de fotografías de Nueva York y eso le hacía feliz, pero yo estaba convencido que era por otra razón, así que sin mayores divagaciones pregunté: "¿Mamá hay algo que debas contarme? Te noto diferente".

Continuación personal de "Merlí: Sapere Aude"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora