La luna brillaba en medio de aquella oscuridad. La observaba con la ventana abierta, a pesar de que el aire frío se colaba dentro de mi habitación.
Era una luna llena, pero estaba teñida de un color rojizo, como ocurría muy rara vez. Saqué el móvil del bolsillo de mi vaquero e intenté tomarle una foto que hiciera justicia a lo que yo estaba viendo.
Sin embargo, como ocurre muy a menudo, las fotos no logran retratar lo que estamos viendo y mucho menos lo que se siente, ante aquello que queremos capturar.
Envié la foto a mi hermana, esperando que así subiera a mi habitación para mirar. Agucé el oído esperando oír el pitido de su móvil, pero no sonó.
Cerré la ventana y salí de mi habitación. El baño estaba desocupado, así que bajé por las estrechas escaleras de madera hasta llegar al comedor.
Las paredes estaban llenas de fotografías familiares, de cuando mis padres estaban con vida, y éramos una familia feliz y completa. Sin embargo, de las paredes también pendían un centenar de crucifijos, envueltos por ramitas de verbena.
– ¿Aixa? – pregunté mientras llegaba a la sala de estar y corroboraba que estaba vacía- ¿Estás aquí? –
Como respuesta solo obtuve silencio. Un silencio que cada vez se volvía más inquietante. Entré a la cocina y la recorrí con los ojos, hasta que mi mirada se detuvo en algo.
En la nevera había un trozo de papel arrancado y escrito desprolijamente con una fibra negra. Me acerqué y lo descolgué. Sin duda estaba escrito por ella, y decía:
"April, hace unos días me están persiguiendo vampiros. Los he espantado dos veces, pero no sé cuánto tiempo más lo lograré. Encontraré un sitio en el que esconderme y te avisaré en donde estoy. Es claro que me están buscando, y que saben dónde vivo. Por favor, ten cuidado, y nunca olvides llevar la verbena de papá contigo. Te quiero."
Tragué saliva con dificultad, mientras pensaba rápidamente que hacer. No sabía a dónde podía haber ido. ¿Estaría cerca aún? Tal vez acababa de irse.
Me abalancé sobre la puerta principal con el corazón golpeándome con fuerza en el pecho. Tomé el pomo de la puerta, pero antes de salir cogí un puñado de ramitas de verbena y me las metí en el calcetín.
Abrí la puerta de par en par y corrí hacia la calle, mirando en todas las direcciones. Era una calle demasiado tranquila, no había coches y muy poca luz. Comencé a avanzar en dirección a la calle principal, a donde seguramente se había dirigido si quería que los vampiros no la siguiesen. Corrí con todas mis fuerzas, con el corazón latiéndome en los oídos, pero cuando estaba por llegar a la calle principal, y comenzaba a vislumbrar las luces de la avenida, y los coches pasando a toda velocidad, algo se interpuso repentinamente en mi camino, apareciendo de la nada. No tuve tiempo suficiente como para detenerme y me golpeé con fuerza contra ese algo, o más bien, ese alguien.
Caí sentada contra el suelo, algo confundida. La persona, sin embargo, ni siquiera había trastabillado. En medio de la oscuridad, unos ojos entre azules y violáceos me miraron con frialdad.
Me tendió una mano para ayudar a levantarme, pero yo la ignoré y me puse en pie por mi cuenta.
– Eres April Fontaine ¿Verdad? – me preguntó con una voz segura y aterciopelada.
– Te... ¿Te conozco? – pregunté, mientras me miraba la palma de la mano, lastimada por la caída.
No podía ver bien en aquella oscuridad, pero estaba segura de que aquél sujeto había levantado un poco el rostro y estaba oliendo el aire sin ningún disimulo.
Entonces comprendí lo que era...Pero era tarde.
– Sí, definitivamente eres tú- dijo mientras me levantaba con sus brazos en un segundo.
Saltó sobre un tejado con una increíble facilidad, y echó a correr, llevándome con él.
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Luna de Sangre
VampireApril Fontaine estuvo siempre segura de que los vampiros eran monstruos horribles. Cedric Leblanc siempre pensó que los humanos solo eran un alimento. Pero obligados a convivir... ¿Pueden cambiar sus prejuicios?