Capítulo Cuarentaiuno

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No había de llorar en toda la noche, como si mis ojos fuesen una cascada infinita de lágrimas. Habíamos regresado a la mansión en silencio y yo había corrido a mi habitación sin decir una palabra.

– ¿Puedo pasar? – Cedric golpeó la puerta de mi habitación con los nudillos cuando comenzaba a amanecer.

No quería responder, no quería mover los labios, ni siquiera respirar.

Cedric volvió a golpear y esperé a que se marchara, pero el chirrido del picaporte me indicó que estaba entrando.

– April... Dime que sucede...– me pidió con la espalda apoyada contra la puerta, mirándome con las cejas hundidas y los ojos tristes– no quiero que estés así...–

Negué con la cabeza. Sentía los ojos hinchados y me ardían como nunca. Cedric se mordió el labio al ver mi expresión y caminó hasta mi cama.

– No sé qué hacer– me dijo con un suspiro, sentándose a mi lado.

Sabía que todo aquello le costaba muchísimo pero no estaba en condiciones de ayudarlo, ni siquiera sabía qué necesitaba.

– Traje whisky– dijo mostrándome la botella, y comenzó desenroscar la tapa.

Le dio un trago largo y luego me la tendió. Me incorporé hasta sentarme de rodillas sobre el acolchado y me sequé los ojos con el dorso de la mano. Tomé la botella que me compartía y comencé a beber un trago detrás del otro, mientras la boca y la garganta me quemaban.

– Creo que lo necesitabas– dijo Cedric, rascándose la nuca y esbozando una pequeña sonrisa.

Aparté los labios de la botella e intenté sonreírle, pero los ojos volvieron a llenárseme de lágrimas.

– No llores April, por favor– Cedric me envolvió con sus musculosos brazos desnudos.

Pegué mi rostro a su pecho, intentando reprimir el doloroso nudo que me oprimía la garganta y respiré su perfume, en pequeñas inhalaciones para intentar calmarme.

– No puedo hablar de lo que sucedió– solté finalmente, con la voz ahogada por su camiseta.

– No tienes que hacerlo, solo dime qué es lo que necesitas– me dijo él, hundiendo su rostro en mi cabello.

– No lo sé–

– Dormiré contigo– me dijo, deslizando sus manos hasta mi rostro y separándome de él para mirarme a los ojos.

No me opuse en lo absoluto. Como si fuese una niña pequeña me aparté para que él abriese las sábanas y me acosté, dejando que me cubriera hasta el pecho. Él se metió conmigo, y nuestros pies, enfundados en calcetines gruesos, se enredaron. Apoyé la cabeza sobre su pecho y él me mantuvo abrazada, con fuerza. No era la suficiente para lastimarme, pero sí para recordarme que estaba allí y que no iba a soltarme.

– Todo va a estar bien– dijo, acariciándome lentamente el cabello.

No respondí, me quedé en silencio, sintiendo sus dedos entre mi pelo, hasta que me dormí.

Cuando volví a despertarme, no estaba en la misma posición. Tenía la mejilla apoyada contra la almohada, un brazo hacia arriba y otro hacia abajo, como si me hubiese caído de un séptimo piso y hubiese quedado igual de despatarrada. Gruñí un poco cuando sentí algo caminándome por el brazo... Un segundo... ¿Qué me caminaba en el brazo?

Abrí los ojos espantada y me encontré con los ojos de Cedric mirándome chispeantes. Deslizaba su dedo sobre mi brazo, acariciándome con suavidad.

Luna de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora