Pasé durmiendo toda la mañana del día siguiente. Para cuando desperté, vi por el enorme ventanal de mi habitación que estaba atardeciendo.
El cielo se había teñido de un hermoso color rosado, con nubes que parecían oro líquido. Con la ropa del día anterior, salí de mi habitación y decidí comenzar a buscar un baño en aquel enorme laberinto de puertas. Caminé a lo largo de uno de los pasillos y fui abriendo puerta por puerta, sin importarme demasiado quien podía estar del otro lado.
Cuando estaba llegando a una de las últimas puertas, oí un maullido, proveniente de algún lugar cercano a mí. Me detuve en silencio para escuchar de donde venía. El gato volvió a maullar y oí como raspaba una puerta con las garras.
Abrí sin más, el gato de Cedric salió disparado de la habitación antes de que pudiera siquiera acariciarlo y en cuanto levanté la vista supe el porqué.
Gary, el niño vampiro, estaba aplastado contra una pared de la habitación, con los ojos abiertos como platos y clavados en su cama. Miré en su misma dirección. Las sábanas estaban manchadas por un gran circulo de sangre oscura y había alguien, una chica, pálida y desmayada sobre ella.
– Gary... ¿Qué sucedió? – dije con un hilo de voz.
– ¿Puedes ayudarme? – dijo el niño clavando sus ojos violáceos, como los de Cedric, en mí– No... No quería hacer esto–
– Yo... Yo lo intentaré... Mejor déjame con ella– dije entrando a la habitación y corriendo hacia la cama donde la chica permanecía con los ojos cerrados.
Acerqué los dedos a su cuello para sentir si aún había pulso. Era suave, pero estaba. Su garganta estaba manchada de sangre, pero las heridas estaban cerradas, seguramente, como ya sabía, la misma saliva de vampiro las curaba rápidamente. Solo le quedaba una pequeña marca roja, como un moratón.
– Hay... Hay mucho olor a sangre aún– soltó Gary, de pronto, mientras intentaba caminar hacia la puerta de su cuarto para marcharse.
– Gary, tienes que dejarla... Vas a matarla–
– ¡No quiero eso! – dijo él, arrugando el rostro con sufrimiento– su sangre es tan deliciosa–
Sin poder evitarlo Gary volvió a lanzarse sobre la cama con los ojos incendiados. Abrió la boca y pude ver sus colmillos, su rostro monstruoso y su deseo de sangre. Pero no iba a matar a aquella chica. No iba a matar a nadie.
Con toda la fuerza que pude lo empujé fuera de la cama. Era muy raro estar golpeando a un niño de nueve años, pero después de todo, él no era humano y era mucho más fuerte que yo.
Me miró con un rostro que ni siquiera denotaba furia, solo tenía sed y yo parecía estar interponiéndome en su camino. Gary se puso en pie y rodeó la cama para aferrarme, pero antes de que pudiera, tomé el velador que tenía sobre su mesilla de noche y se lo estampé contra la cabeza.
Él volvió a caer al suelo, sus ojos rojos clavados en mí, su respiración estaba agitada. Y entonces unas brazos firmes y musculosos lo tomaron con fuerza. Era Cedric, con el cabello oscuro un tanto despeinado, sin camiseta y con unos pantalones sueltos de color negro. Tomó a Gary con fuerza y lo apartó contra la pared opuesta a la que me encontraba yo.
– Respira Gary, es un poco de sangre– le decía él, intentando calmar a su hermano, que luchaba inútilmente por soltarse– ¡Gary calma! – le repetía una y otra vez.
Yo los mantenía vigilados, mientras avanzaba lentamente hacia la cama para acercarme a la chica.
– Cedric ella está muy débil...– le dije, mientras sostenía su cabeza con mis manos.
ESTÁS LEYENDO
Luna de Sangre
VampirosApril Fontaine estuvo siempre segura de que los vampiros eran monstruos horribles. Cedric Leblanc siempre pensó que los humanos solo eran un alimento. Pero obligados a convivir... ¿Pueden cambiar sus prejuicios?