Capítulo Diecinueve

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Eran cerca de las nueve de la noche cuando Cedric decidió cerrar el libro que tantas horas había estado leyendo.

Levantó la vista, algo cansado y me miró.

– Arréglate, vamos a salir– me dijo poniéndose de pie.

– ¿Vamos a regresar a la iglesia? – pregunté sintiendo que la sangre me huía del rostro.

– No, nosotros dos vamos a salir– aclaró señalándonos a ambos.

Abrí la boca para contestar, pero él ya estaba marchándose de la biblioteca. Bien, tampoco tenía nada mejor que hacer. Había leído todo el día y no parecían tener demasiados entretenimientos más que prepararse para la estúpida presentación en sociedad.

Fui hasta mi habitación, me puse con los mismos jeans ajustados que el día que me habían secuestrado, una remera oscura y ceñida que dejaba los hombros al descubierto y un par de botas acordonadas que me había prestado Destiny.

Miré el collar que me había reglado Godric, sobre mi mesilla de luz y finalmente decidí usarlo.

Bajé las escaleras. Él me estaba esperando debajo y me tendió una mano con exagerada elegancia, como si fuese un caballero.

– Ahórrate el papel de buen chico– le pedí poniendo los ojos en blanco y pasando a su lado sin tomarle la mano– ¿Qué vamos a hacer? –

– Divertirnos– respondió él, mientras chasqueaba los dedos y Peter aparecía con un abrigo entre los brazos.

Cedric lo tomó, era color rojo sangre, largo hasta los muslos y con una capucha abrigada. Pensé que se lo pondría, a pesar de que ya usaba una campera de cuero. Sin embargo, con un ademán desinteresado la deslizó por mis hombros y abrió la puerta para dejarme pasar.

Esto se estaba volviendo cada vez más extraño...

Peter salió con nosotros, despareció en la oscuridad y pocos segundos después apareció delante de la entrada, manejando la limusina.

– ¿A qué se debe esto? – le pregunté cuando ambos estuvimos sentados dentro.

– No sé de qué hablas...– él me dedicó una sonrisa socarrona que me dio ganas de abofetearlo.

– Estás siendo amable y me estás sacando de la estúpida casa–

– Estaba aburrido– se encogió de hombros– eso es todo–

Me mantuve en silencio y lo repasé con la mirada. Jeans rotos en las rodillas, botas trenzadas, camisa negra con los primeros botones desabrochados y chaqueta de cuero. Su cabello marrón volvía a estar perfectamente peinado hacia un lado y su rostro estaba impoluto, sin rastro de barba. Además, impregnaba todo el ambiente con el perfume que se había puesto, cítrico y amaderado.

Veinte minutos de silencio después, bajamos del auto. Él me ofreció su brazo y no lo tomé. Vamos, estaba muy bueno, pero era un vampiro y me tenía secuestrada, tampoco éramos amigos.

Nos detuvimos delante de un local bastante pequeño. Afuera tenía letras japonesas en neón, que parpadeaban un poco. Él abrió la puerta y me dejó pasar. Dentro, el lugar estaba tenuemente iluminado, había una barra en un costado, que estaba rebozando de gente que se turnaba para pedir. Había algunas mesas, pegadas a las paredes, pequeñas y cuadradas, con taburetes altos.

– ¿Qué es este lugar? – le pregunté bastante confundida.

– El paraíso de la comida japonesa– dijo apoyándome una mano en la espalda para que avanzara junto a él.

Luna de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora