Capítulo Veintidós

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Al día siguiente me desperté mucho mejor. La resaca y el dolor de estómago ya no estaban. Lo que sí estaba, era una sensación de horrible incomodidad, al saber que en todas las habitaciones contiguas había vampiros hambrientos con ganas de olerme y morderme.

Alguien golpeó con suaves toques mi puerta. Abrí. Gary estaba delante de mí con el ceño fruncido. Lo dejé pasar y me tendió una pila de prendas recién planchadas.

– Parece que ahora yo también soy un sirviente de la casa– gruñó– Peter está muy ocupado y mi padre me pidió que te de esto–

– ¿Qué es? – dije mientras lo recibía.

– Ropa con los colores de la casa para hoy– me señaló encogiéndose de hombros.

– Genial– dije mientras desplegaba un canguro de color azul oscuro, unas calzas y un gorro de lana- pareceré un pitufo–

– ¿Un qué? – me preguntó él, arrugando la frente.

– Ya sabes... Esos dibujos animados celestes–

– Pero esta ropa es azul...– me miraba como si fuera idiota y suspiré, indignada.

– Ya entendí, mejor nada de chistes contigo... Es evidente que no tienes ni pizca de sentido del humor–

– Es que tus chistes son estúpidos e inconsistentes– gruñó él.

– Muy bien– suspiré– ¿Puedes irte? Voy a cambiarme...–

Antes de que siguiera hablando, Gary ya se había marchado de mi habitación. Me puse todos los atuendos que me había entregado. Me veía ridícula y el gorro de lana era demasiado grande para mi cabeza por lo que se salía con facilidad.

Cuando salí de la habitación y luego de pasar por el baño, bajé en dirección a la cocina para buscar algo de comer. Sin embargo, me encontré con que estaba hasta los topes de cocineros que pelaban y cortaban verduras, salteaban comida y sacaban enormes fuentes del horno. El aroma de todo aquello me envolvió y se me hizo agua la boca.

– Fuera de la cocina– me ordenó una mujer, vestida con una chaquetilla blanca y un gorro muy alto de cocinera– comerás con los demás–

– Mmm... Bien– suspiré volviendo por donde había venido.

– Al darme la vuelta, me encontré con Cornelius. Vestía una remera azul, algo suelta, unos pantalones de chándal color negro y una gorra para el sol, que a esa hora ni siquiera estaba.

– April, conmigo– me ordenó mientras se descolgaba un bolso del hombro y me lo daba con desinterés.

Lo tomé como pude y lo seguí hasta el jardín trasero. Allí estaba todo preparado. Había algunas gradas de metal, para los espectadores y en la tierra estaban clavados los wickets, que la pelota de críquet debía derribar.

– Parece que ayer llamaste la atención de muchas personas– me dijo de repente Cornelius, mirándome de reojo sin dejar de caminar.

– Realmente no fue mi intención– intenté aclarar rápidamente– no sé por qué Thomas me pidió bailar...–

– Pues yo tampoco lo sé. Y tampoco sé cómo lograste que mi hijo decidiera bailar contigo–

– Creo... Creo que solo quería alejar a Thomas...– dije carraspeando– parecía querer morderme–

– ¿Y entonces? – me preguntó mientras me señalaba las gradas, para que dejara el bolso que me había dado– por más que Thomas hubiese querido beber de nuestra donante, no encuentro razón para que mi hijo lo desafiara y lo apartara–

Luna de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora