Diez Segundos

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Llego al supermercado y echo un ojo mientras voy caminando por los pasillos. Está repleto de gente, pero nadie que se parezca a Max.

No sé por qué me empeño en esperarlo, a fin de cuentas, eso puede terminar por decepcionarme si no pasa. Y ya bastante lo he hecho con él, así que trato de mantener la calma y que no vaya a darme un ataque de ansiedad.

Pasa alrededor de media hora cuando de repente siento una presencia muy cerca de mí, que me hace detener la respiración y volver la vista para alejar a quien sea que invade mi espacio.

- ¡Vaya, no sabía que ibas a comprar las cosas del bebé! - me dice Max con una gran sonrisa.

Tiene un t- shirt verde que hace que se realcen sus ojos y se vean más claros. O quizás sea porque tengo bastante sin verlo.

- ¿Pero cuál bebé?

- El nuestro, uno de los que vamos a tener.

- Ya vienes con tus bromas.

- Les diré a nuestros hijos que me hablabas mal.

No sé si seguirle la corriente o frenarlo. Lo cierto es que no quiero hacerme más ilusiones de las que me he hecho y no quiero pensar de más.

- Cállate y vamos a buscar una carne!

- Muy bien! Qué bueno que sepas que me gusta la carne- me dice con tono de pícaro.

- No es para ti idiota! - le digo a ver si se calla. Pero en realidad no quiero que eso pase.

- ¡Ruda, tanto que te ves sensual! ¡Me gusta!

Pero ¿sabes lo que no me gusta? Que no me hayas dado ni un abrazo cuando llegué.

- Loco, pero tú fuiste quien llegó.

- Sí, pero...- se detiene un momento a pensar-. ¿Sabes? Tienes razón.

Me agarra por el brazo izquierdo y cuando me dispongo a preguntar qué hace, siento como sus labios se encuentran con los míos.

Mis ojos se cierran en automático. Por un momento siento como la sangre sube a través de mí y me ruboriza la cara. Siento que todo alrededor se detiene y solo quedamos nosotros.

Abro los ojos y todo está tan iluminado como antes. No creo que haya durado diez segundos, pero ha causado en mi tal impacto esta sorpresa que por un momento no sé qué decir.

- ¡Tú estás loco sí! - parece lo más inteligente que se me ocurre luego de esto.

- ¿Por ti? ¡No sabes nada!

Siento como sigo ruborizada y la vergüenza o no sé qué rayos me hacen sentir algo estúpida. No es la primera vez que nos besamos, pero es una de las pocas veces qué pasa en un lugar público.

- ¡Acompáñame a buscar pan ahora!

- Vamos, que luego pasaremos por otro lugar.

- ¿A dónde?

- Será sorpresa, señora daña sorpresas.

- Está bien- me desespera no saber y aunque tengo una idea trato de que las ansias no se noten.

Luego de un rato dando vueltas y buscando cosas, salimos del supermercado. Me toma de la mano y me dejo llevar de la sensación de confianza.

- ¡Listo, llegamos! - dice, parándose justo frente a la heladería.

Me causa emoción la idea de comer helado, y más si es con él.

- Solo con una condición. Tú elegirás el sabor de helado que te gusta.

- Tú que dices conocerme, ¿cuál sería ese?

- ¡Chocolate Chips! - dice con seguridad y una sonrisa.

- ¡Muy bien! ¡Parece que alguien ha hecho su tarea!

Nos quedamos hablando y comiendo helado un buen rato. Es una tarde fresca, es de esas charlas que hacen que el tiempo se pase volando.

- Niña, antes de irnos, ¿qué más quieres?

- Por mi está bien así.

- Bueno, está bien. Pero si así fuese no dudes en decirme.

- Vale, gracias.

Nos despedimos y tomamos rumbos distintos. Pero en el camino a casa no deja de instalarse en mi rostro esa sonrisa estúpida que solo él sabe sacar.

DesnudaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora