Éxodo: Libres al Fin

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Los esclavos de Egipto consiguen un libertador

Dijo luego Jehová: Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias. (Éxodo 3:7)

Nada excita la sangre de una nación más que un libertador. América del Sur celebra todavía a Simón Bolívar; los cubanos veneran a José Martí. La India llamó a un hombre pequeño e insignificante de apellido Gandhi, "Mahama" ("el grande") por llevar a su pueblo a la libertad. Para los judíos, fue un libertador llamado Moisés quien logró todo lo que los nombrados anteriormente lograron —y más aún.
La Biblia dedica una octava parte de sus páginas a la historia del tiempo de Moisés (una cantidad de material equivalente a dos tercios del Nuevo Testamento). Y cuando Jesús vino como el gran libertador que liberaría a toda la humanidad, el Nuevo Testamento retrocede hasta Moisés en busca de un punto de comparación (Hebreos 3:1-6).

La esclavitud en Egipto

El tiempo era propicio para la aparición de un libertador. Génesis concluye con el viaje a Egipto de los 70 miembros de la familia de Jacob. La primera escena de Éxodo, que toma lugar 350 años más tarde, nos presenta a cientos de miles de sus descendientes trabajando en los enormes proyectos de construcción del Faraón, pero no ya como huéspedes, sino como esclavos.
Un faraón particularmente despiadado llegó a ordenar la matanza de todos los hebreos varones recién nacidos, dando pie sin querer a una de las grandes ironías de la historia. Los padres de Moisés lo escondieron en un canasto calafateado entre juncos a la vera de un río. Allí, el niñito atrajo la atención de la hija del faraón. El edicto que intentó destruir a los hebreos resultó ser el que los llevó a su liberación.
Adoptado en el palacio, Moisés recibió el beneficio de una educación clásica de primer nivel. Su educación egipcia se vio equilibrada por una crianza hebrea: en otra sorprendente ironía, la hija del faraón entregó a Moisés a su verdadera madre para que lo criara. Moisés, hijo de esclavos, pero educado en el centro de poder, estaba siendo preparado para su meta eventual de forjar una nación a partir de una desorganizada banda de cautivos.
Su carrera debió pasar, no obstante, por un período de aprendizaje de humildad en el desierto. El Moisés que huyó de Egipto era un hombre impetuoso y confiado que gustaba arreglar las cosas por sí mismo. Cuarenta años más tarde regresó renuentemente, con poco más que una vara y un asno.

Libres al fin

Los hebreos habían soportado casi cuatro siglos de opresión antes de ser liberados. Por lo que sabemos, durante todos esos años no recibieron ninguna comunicación directa. desde el cielo. Sin duda les debe haber parecido que Dios guardaba silencio.
Moisés enfrentaba un desafio formidable. De alguna manera tenía que ganarse la confianza de los esclavos e inspirar en ellos suficiente esperanza como para que pudieran sacarse las cadenas de encima. Debía demostrarles que Dios no los había olvidado. Cuando llegó el momento oportuno, Dios desplegó un espectáculo de fuerza y poder que puso al faraón de rodillas —y que convenció a los israelitas que Dios realmente se interesaba en ellos.
Dios usó a Moisés en forma extraordinaria. El fue la primera persona de quien la Biblia dice que hizo milagros. Le fue concedida una relación con Dios que ningún otro humano conoció. Tuvo que ver la redacción de una buena porción del Antiguo Testamento. Pero se ganó su lugar en la historia del pueblo de Dios principalmente como libertador. El encabezó la marcha desde la esclavitud hasta la libertad, desde Egipto hasta la tierra prometida.

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