El día de las langostas

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Las diez plagas sirvieron de prueba tanto para los judíos como para los egipcios

Y sabrán los egipcios que yo soy Jehová, cuando extienda mi mano sobre Egipto, y saque a los hijos de Israel de en medio de ellos. (Éxodo 7:5)

Las langostas o saltamontes normalmente llevan una vida solitaria, saltando de tallo en tallo, masticando plácidamente hojas y flores. Pero entonces algo sucede —ya sea en respuesta al clima, al abastecimiento de alimentos o a situaciones de aglomeración— que desata un cambio. Se ponen inquietas, toman un color rosa presagioso y empiezan a buscar otras langostas.
Se convierten en una plaga. Se acumulan en estruendosas hordas de a millones, tantas que hasta oscurecen el cielo, opacando la luz del sol. Grandes grupos de ellas caen al suelo como bombas de fragmentación y se dispersan para destruir toda señal de vegetación. La fumigación con insecticidas puede matar a algunos millones de ellas, pero el enjambre migratorio apenas se da cuenta de esa pérdida.
Un solo enjambre que cruzó una vez el Mar Rojo medía 25 kilómetros de ancho, casi 5 kilómetros de espesor y tenía una longitud de 160 kilómetros. Al tocar tierra, las langostas consumieron las cosechas, cueros, cercas e incluso los mangos de las herramientas, dejando tras de sí una devastación de más de 3.600 kilómetros cuadrados.

¿Por qué las diez plagas?

Exodo (7-12) describe en forma suscinta pero gráfica, diez plagas cataclísmicas que se desplomaron sobre Egipto —incluyendo un enjambre de langostas. La Biblia no se ocupa de las preguntas acerca de cómo ocurrieron estos fenómenos naturales; simplemente afirma que ocurrió algo sobrenatural. Los milagros fueron una muestra sin precedentes del poder de Dios.
Una nueva nación estaba a punto de nacer y para desarraigar a los judíos de Egipto hacía falta tal poder. Después de todo, los israelitas habían vivido en Egipto durante siglos. Haría falta un gran incentivo para motivarlos a emprender una partida abrupta y masiva. Y Egipto no dejaría tan fácilmente que miles de esclavos valiosos se fueran en libertad.

Dos reputaciones en tela de juicio

Las diez plagas dejaron establecida en forma convincente la autoridad de Moisés. El se había resistido a aceptar el liderazgo que Dios le había ofrecido, dudando que los demás israelitas confiarían en él (4:1). Pero las confrontaciones dramáticas entre Moisés y el faraón despejaron cualquier duda. Quedó muy claro que únicamente él podía conducirlos hacia la libertad.

También la credibilidad de alguien más estaba en tela de juicio: la de Dios mismo. En Egipto la religión se centraba en la idolatría, con muchos dioses —incluyendo serpientes y escarabajos— que eran construidos como objetos de adoración. Ante ese trasfondo, las plagas aparecen como una lucha abierta de Dios contra los falsos dioses de Egipto. Dios mismo lo había dicho: "Ejecutaré mi juicio en todos los dioses de Egipto" (12:12).
Exodo afirma más de doce veces que las plagas fueron enviadas para que Israel y Egipto conocieran el poder del Dios de Israel. Evidentemente, las plagas cumplieron con este propósito. Los egipcios quedaron tan convencidos del poder de Dios que permitieron que salieran miles de esclavos llevándose con ellos la riqueza de Egipto que les fue entregada a manos llenas como regalos de despedida. Los israelitas quedaron tan convencidos que dejaron su hogar y su historia y marcharon en pos de un solo hombre hacia el desierto y hacia una nueva vida.

Preguntas vitales: ¿Conoce usted algunos paises modernos que traten con crueldad a las minorías, como los egipcios trataban a los judíos? ¿Qué es lo que haría falta para que un gobierno así cambiara su forma de ser?

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