Un aroma de perdición en el aire

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Todos estaban jubilosos, menos uno

Por cuanto no serviste a Jehová tu Dios con alegría y con gozo de corazón, por la abundancia de todas las cosas, servirás, por tanto, a tus enemigos que enviare Jehová contra ti, con hambre y con sed y con desnudez, y con falta de todas las cosas. (Deuteronomio 28:47-48)

Las viejas costumbres tardan en morir. Esta es la lección que Deuteronomio enseña. La historia de un preso la ilustra. Este hombre había servido 33 años en prisión antes de ser liberado. Tenía 58 años al salir de la cárcel, después de servir tres condenas por robo. Su cabello había encanecido y la mayoría de sus amigos había muerto.
Durante cierto tiempo este hombre casi anciano intentó llevar una vida dentro de los carriles de la ley. Pero una tarde, tras ver una película acerca del robo de un tren, se sintió movido a regresar a su vida criminal. Se convirtió en el "cerebro" de seis robos consecutivos de trenes, deteniendo dichos trenes, asaltando a los pasajeros y huyendo con el dinero.
Este preso, que había servido tres condenas separadas, había tenido tres oportunidades diferentes de comenzar una nueva vida apartada del crimen. Pero fracasó cada vez, volviendo a su vida fuera de la ley. Por supuesto, él no es el único reincidente. Quizá usted conozca a alguien que haya jurado nunca más volver a mentir, o a hacer trampa, o a beber o a cometer adulterio, sólo para regresar más tarde a las viejas conductas de pecado.
Los últimos capítulos de Deuteronomio muestran a los israelitas enfrentando una situación similar. Después de haber sido librados de la esclavitud de Egipto por el poder maravilloso de Dios, uno esperaría que confiarían en él. Pero fallaron. Ese fracaso tuvo como resultado 40 años de deambular por el desierto. Esas cuatro décadas fueron algo así como un período de encarcelamiento o de libertad condicional. Ahora, finalmente, la liberación tan largamente esperada había llegado. Podían entrar en la tierra prometida.

Moisés utilizó todos los recursos

Durante 40 años Moisés había guiado a un arisco grupo de tribus. Había escuchado sus quejas y murmuraciones, sufrido sus chismes y sobrevivido a sus insurrecciones. Y ahora tenía una última oportunidad de advertirles que no volvieran a sus viejas costumbres.

Uno no puede leer los últimos capítulos de Deuteronomio sin detectar un sentido de desesperanza penoso en las palabras de Moisés. Que los israelitas se adaptaran a una vida de obediencia serena era algo poco probable. Habían fallado demasiadas veces; estaban signados a fracasar nuevamente.
Moisés echó mano a todos sus recursos. Organizó una lección objetiva y dramática que viviría en sus mentes para siempre. En realidad, la misma tuvo lugar después de la muerte de Moisés, tal como figura en Josué 8:30-35. Los representantes de todas las tribus subieron a dos montes, entre los cuales había un valle estrecho. Estos oradores designados invocaron maldiciones y bendiciones sobre los israelitas (vea 11:26-32; 27-28). Al ir ingresando a su tierra nueva, resonaba en sus oídos las palabras chocantes de maravillosas bendiciones y horrorosas maldiciones.

Terrores futuros

Moisés resumió severamente el futuro de la raza israelita. Tendrían, dijo él, "el corazón temeroso, y desfallecimiento de ojos, y tristeza de alma; y tendrás tu vida como algo que pende delante de ti, y estarás temeroso de noche y de día, y no tendrás seguridad de tu vida. Por la mañana dirás: ¡Quién diera que fuese la tarde! y a la tarde dirás: ¡Quién diera que fuese la mañana! por el miedo de tu corazón con que estarás amedrentado, y por lo que verán tus ojos" (28:65-67). Sus descripciones del futuro no tienen par en cuanto a horror.
Y en caso de que los israelitas no captaran la idea, Moisés les enseñó un canto que le había sido dado por Dios (capítulo 32). Se convirtió en algo así como su himno nacional, aprendido de memoria por todos y cantado mientras marchaban hacia Canaán. Pero este canto no se parecía a ningún otro himno nacional. Carecía virtualmente de palabras de aliento o esperanza, sólo tenía palabras de ruina eventual.
Moisés sabía que aun la tierra prometida no cambiaría esos hábitos tan profundamente grabados de desobedecer a Dios. Fallarían en la tierra prometida como habían fallado en el desierto. Puso fin a su discurso de despedida del pueblo con estas palabras: "Porque [lo que os he dicho] no os es cosa vana; es vuestra vida." (32:47). Y más tarde, ese mismo día, ascendió a la montaña en que habría de morir. Dios le había prohibido que entrase en Canaán a causa de su propia desobediencia.
Esta última escena final puede haber causado la impresión más profunda. Nadie podía rebelarse impunemente contra Dios —ni siquiera Moisés, que había conocido a "Jehová cara a cara" (34:10).

Preguntas vitales: ¿A qué se debe, piensa usted, que la Biblia incluya informes de fracasos tan grandes como estos? ¿Ha experimentado usted algún fracaso repetido: un pecado o un problema que vuelve una y otra vez, a pesar de sus mejores intenciones?

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