Capítulo 4 | Olive

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Oh, Dios mío...

Me ha sacado un susto de muerte. Un idiota acaba de empujarme, casi votarme, pero por suerte clavé mis uñas -literal- al módulo del frente y gracias a eso me mantuve de pie.

Cuando me recompongo del susto, me muevo en mi lugar para buscar las carpetas que se me cayeron al suelo y... ¿¡Qué!?

Los papeles están regados en el suelo, literal, deshaciéndose. El maldito piso estaba mojado por algo que derramaron y los putos papeles tuvieron que caer justo ahí. ¿¡Por qué justo ahí!? ¡Voy a matar al idiota!

Me obligo a tomar una inspiración profunda intentando mantener el enojo a raya, pero no sé si pueda. Estoy furiosa. Tanto, que ni siquiera me doy tiempo de meditar lo que diré y simplemente lo hago. Prácticamente casi grito.

—¿Por qué demonios no se fija por dónde camina?

Alzo la mirada para encararlo y me detengo en seco, cuando lo veo. ¿Él me empujó?

Me observa un poco aturdido por mi no tan controlado reclamo, pero al contrario de que eso le moleste, luce demasiado relajado.

Es, malditamente atractivo, porque tengo que admitirlo. Bien me saca una cabeza de altura -y esto que yo traigo tacones-. Viste un impecable traje azul negro, por debajo una camisa blanca y una corbata color rojo vino. Todas las hebras de su cabello están minuciosamente acomodadas hacia un lado. Sus pestañas son rizadas y bastantes pobladas al igual que sus cejas. Su angulosa mandíbula tiene una delgada capa de vello que en serio le queda demasiado bien. ¿Es algún modelo de revista o algo así?

Al momento que mis ojos hacen contacto con los suyos, una energía extraña me recorre entera y me quedo sin aliento, todavía más. Sus ojos son, inusuales. Me atrevería a decir que son color avellana, pero tienen algo. Tienen...

¡Mierda, reacciona!

Pestañeo varias veces y al instante el enojo regresa a mí. Guapo o no, por culpa de él se arruinaron mis papeles.

—¿Se encuentra usted bien?

No puedo evitar rodar los ojos. ¿En serio pregunta eso?

—¿Sabe lo que ha hecho? Esos papeles eran importantes y ahora están desechos. ¡Literalmente!— elevo mi voz de nuevo, sin que pueda evitarlo y señalo los papeles tirados en el piso.

Apostaría que una leve sonrisa, casi imperceptible, se forma en sus mullido labios, pero la oculta muy bien. Lo que me faltaba. Se está burlando.

—Oh, Dios mío. Fue mi culpa. No sabe cuánto lo siento.

La voz de alguien se escucha a un lado, y se trata de un tipo que ni siquiera sé qué hace aquí, así que lo veo con desdén. No me importa quién haya sido el culpable. Igual se arruinaron.

—Como sea, ya se echaron a perder —exclamo con disgusto y mi estómago se hunde ante mis propias palabras.

Esto definitivamente es mala suerte.

—¿Eran documentos importantes?— pregunta el hombre de traje y me hace verlo de nuevo.

Le dedico una mala mirada —De todas maneras ya no importarán. Están arruinados.

—Lo lamento tanto, señor...

El otro hombre empieza a disculparse, pero lo interrumpe —Serás el encargado de limpiar este desastre porque fue tu culpa. No me importa lo que sea que tengas que hacer, harás esto primero —escupe con autoridad y el otro hombre asiente sin chistar.

¿Cómo ser mi amante? (+18) [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora