(...y un pequeño olvido)
La playa termina de vaciarse y solo va quedando la mar. Limpia de gritos, chapoteos y los posibles ahogados de siempre.
En la casa, sostenida por la arena de la playa, carcomida por ventosos inviernos y reseca por los apabullantes veranos, está sentado, en los escalones, el niño que nadie ha reclamado.
Está chupando la pata de su delfín de hule. Su cabello se revuelve por el viento que aún es cálido y salado. Sus ojos son dos rendijas que el reflejo del sol no le permite abrir por completo. Ojos que podrían identificar al niño si alguien lo estuviera buscando. Uno es verde y el otro café. No parece asustado, más bien aburrido, como cansado de todo aquel paisaje lleno de olas tranquilas, bruma en el horizonte y alguna que otra ave sobrevolando las sobras que nadie ha recogido.
Aún es temprano para el desayuno, piensa el chiquillo, que empieza a mover su pies descalzo al ritmo del graznido que viene del cielo.
De pronto, ve en el horizonte un pequeño barco. Claro que es pequeño, está muy lejos. El niño empieza a seguirlo apuntándolo e imaginando que puede moverlo con su dedo. Poco a poco el barco se va haciendo más grande. El niño oye una voz distinta a las de las aves. No entiende lo que dice pero aguza el oído. Hay algo de angustiante en ella. Como cuando su madre llora al ver a su padre borracho.
Al niño no le gusta ver a su madre así.
Ya puede escuchar el motor del barco. Es un barco grande, se dice el niño.
Ahora ve una manos que se agitan como alas de aves y alcanza a escuchar cómo le llama su madre a él:Tintíiin!!!
El niño se pone de pie y empieza a caminar hacia la playa, en dirección al barco que viene hacia él. Oye una voz que grita su nombre. Oye que la voz suena bonita como cuando él se termina el cereal.
Una mujer se lanza del barco y nada hacia la playa. Él se detiene mientras las olas le lamen sus piecitos. Siente que el agua lo jala pero él sigue en el mismo lugar. De repente, unos brazos lo alzan y lo abrazan. Reconoce esa ternura. La abraza también y se ríe. Su madre llora y él no sabe porqué. Pero su abrazo sabe a un buen desayuno.