XXXVI

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Franklin respiraba agitado, mientras paseaba de un lado al otro en la oficina de Marcus Welch, su agente e investigador en Seattle.

Welch se estaba mareando de verlo. Primero se mantuvo indiferente, pero ya tenía una hora así desde que volvió del cementerio Jack Perry.

—¡No puede ser! No... Es que es un error... Homonimia, ¡sí, eso es! ¿Cuántas Anastasia Steele puede haber en el estado, o en el país? Muchas. Sí... No pasa nada, solo es una coincidencia...— trata de convencerse mientras se enciende un cigarrillo, pero sin detener su viene y va— Frank, cálmate. El mundo no puede ser tan pequeño como para que esa sea mi hija... Sí, es un error...Siempre se trató de una coincidencia...

Welch estaba fastidiado, pero que dijera que seguramente él se había equivocado, lo puso furioso.

Sí, era humano.

Sí, tenía muchos defectos, pero en su trabajo es el mejor.

Así que no hay posibilidades de que se equivoque. Y pocas veces lo ha hecho. Pero él mismo investigó el entorno de Christian Grey desde su atentado; a la vez que investigaba el entorno de Anastasia desde que entró al Victoria Mason y JAMÁS se le escapó un detalle, por insignificante que sea cuando él mismo se encargaba de sus asuntos.

Por algo es implacable y temido por sus subalternos, porque quién le falla no vuelve a tener trabajo, ni siquiera lavando baños públicos. Exige a los mejores, y como tal, no da cabida a errores. Así que es imposible, y está en ebullición por la insinuación de su jefe.

—Franklin, no me equivoqué. Es esa chica tu hija.
—La cagaste— espeta Franklin y se detiene por fin.
—Sabes que cuando yo mismo me hago cargo no cometo errores— le recuerda y se pone de pie mientras le da un sorbo a su vaso de whisky—. Es ella.
—¡Es que no puede ser!— grita desesperado por las implicaciones en su trabajo.
—Lo es. Y por un carajo, ¡ya siéntate! Llevas una hora paseándote así. Ya arruinaste mi alfombra y me tienes hasta el moño.
—¡Tienes las bolas muy bien puestas para hablarme así, Marcus!
—Si, que no se te olvide que estás en donde estás gracias a mí, y eso me da el derecho de hablarte como me da la gana, Franklin. Así que ¡siéntate!— le dijo dándole un tirón de la americana por las solapas y exigiendo calma.
—Vale. Disculpa... Es que no entiendo... Ana estaba como enfermera en el mejor hospital de Seattle... ¡¿Cómo llegó a Christian grey?!
—Desconozco los detalles— le explica y vuelve tras su escritorio—, pero el señor Grey hizo su parte. Mandó a investigar a tu hija, supo que es una enfermera demasiado capacitada para su edad, con excelentes referencias y la quiso en su personal.
—Si, Welch. Eso responde a como es que se conocieron, pero ¡¿Porqué putas se está acostando ese cabrón con mi hija?! No hay que ser un genio para darse cuenta de que tienen una relación— le habla a su subalterno más como padre que como director del FBI.

Aún recuerda como es que Christian sostenía la mano de su hija y veía como le daba apretones ocasionales y la escrechaba en sus brazos para darle ánimos cada ocasión que nombraba a Raymond durante la breve conversación que tuvieron en el cementerio.

Si, era más que claro que Christian al ser invidente y no ver a quien tenía enfrente se limitó a marcar su territorio a través del lenguaje corporal. Y no sé trataba de una relación jefe empleada. No por la forma en la que dulcificaba su voz cuando le hablaba.

Y también está el detalle de como Anastasia, su preciosa y ya adulta hija, miraba a Christian de la misma forma en la que una vez Carla lo miraba a él. Cómo Ana se dejaba protejer en los brazos de ese tipo, que tiene una fortuna y continúa creciendo a pasos agigantados (aún con el percance de su ceguera) y que tiene una reputación dudosa según los rumores.

¿Amor a primera vista? TE VEO CON EL CORAZÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora