Capítulo I

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Cuán cínicos podían ser a veces los humanos. Tan crueles y despreocupados por cosas que no les involucraban aunque ellos las hubieran causado.

Eso era lo que pensaba Arlet sobre ellos mientras los observaba desde lo más alto de uno de los edificios de Ciudad Coliseo. Ese lugar exorbitantemente futurista con autos que volaban, edificios controlados por inteligencia artificial, que no te asombraba ver un robot en cada esquina o un chico subido en una patineta voladora, pero es que era el año 3095 esto era de esperarse.

Todo era controlado por máquinas, comenzó con algunas innovaciones en medicina o negocios digitales y luego fue más grande, inteligencia artificial u plataformas holográficas. Esto explotó cuándo en cada hogar tenías un robot asistente, los hogares eran completamente controlados por un teléfono, la industria no necesitaba ayuda humana todo fue tecnologizado.

Los hospitales no siguieron necesitando doctores, una máquina podía reconstruirte por completo y una herida mortal podía ser sanada en cuestión de segundos. Las escuelas ya no tenían profesores, la inteligencia artificial había ocupado sus cargos y todo lo que necesitabas saber estaba a un clic. El sistema de justicia ya no era corrupto, con la ayuda de máquinas inteligentes los sobornos ya no existían, el sistema era neutral y las pruebas determinaban de manera justa quién era culpable y quién inocente.

Lo único que no controlaba la inteligencia artificial era el gobierno. Aunque los presidentes eran elegidos, no por el pueblo, por el sistema judicial, estos reunían su vida por completo; todo lo que había hecho incluso de niño era puesto sobre la mesa y esta evidencia determinaba si era apto para el cargo, basándose en sus acciones y juzgado por sus hechos.

Podría decirse que Ciudad Coliseo era perfecta. Pero esa frase estaba muy lejos de ser verdad, el mal nunca dejaba de ser porque los humanos seguían existiendo. La moralidad era desconocida, las personas hacían lo que ellos creían correcto y las máquinas solo ejecutaban sus órdenes.

Dios dejó de estar presente en Ciudad Coliseo todos los que le seguían eran perseguidos, cazados, encerrados e incluso, asesinados. Algunos no estaban de acuerdo pero callaban. La mayoría odiaba a los cristianos, aunque la razón no sé sabía, podría ser porque guardaban los valores impuestos por Dios, porque actuaban de acuerdo con lo que Dios decía; no a lo que les convenía y porque tachaban el mal aunque eso les costara la vida.

Las persecuciones habían empezado hace al menos cien años, primero eran ofendidos, luego empezaron a golpearlos sin razón alguna en lugares públicos y los encerraban en cárceles; pero todo explotó cuándo uno de los presidentes de Ciudad Coliseo ordenó que todos los cristianos debían ser atrapados y asesinados, sin dar razón alguna. Todos obedecieron, el odio en sus corazones les incitó a llevar a seres humanos a la muerte y no les importó.

Los cristianos empezaron a esconderse y todos los que eran atrapados morían de maneras dolorosas e inhumanas. Sus ejecuciones se volvieron espectáculos, sus muertes pasaron a ser causa de burlas estrenadas en el Coliseo.

El Coliseo, una obra arquitectónica increíble aún se conservaba casi intacta, algo modificada, pero manteniendo ese estilo antiguo, con forma de óvalo y casi cincuenta metros de altura era descrita como una maravilla, grandes ventanas en todo alrededor permitían observar las graderías que tenían una capacidad de albergar hasta 100,000 personas. Aunque las medidas originales eran de 200 x 156 (200 metros de largo y 156 metros de ancho) al ascender la tecnología las medidas fueron duplicadas y lo único que se mantuvo intacto fue la altura. Ese precioso lugar había sido convertido en el escenario de las muertes cristianas, en un espectáculo bizarro de comedia.

Perseguidos por creer en Dios, eso eran los cristianos. Eso era Arlet y no le importaba, Él merecía todo sacrificio, todo dolor y desprecio porque él también lo sufrió por ella.

Los cabellos negros de Arlet eran llevados por el viento a medida que corría por las calles de la ciudad. Sus ojos bicolores estaban posados en el Coliseo, llegando a su destino se colocó el gorro de la chaqueta en su cabeza y metió sus manos en los bolsillos de esta.

En la entrada se pedían los boletos holográficos para poder pasar, saco el teléfono en el cual días antes había hecho la compra y le mostró el holograma al robot quién, luego de identificar si era correcto, la dejó entrar. El lugar estaba lleno, escuchaba los gritos provenientes de las gradas y el fuerte olor dulzón de la sangre derramada en el espectáculo anterior. Su estómago estaba revuelto, pero siguió avanzando hasta llegar a su asiento.

El himno de Ciudad Coliseo empezó a sonar como si lo siguiente que se vería sería algo honorable, todo eso era aberrante. Sacaron al primer cristiano (quién era solo un adolescente) cuando acabó el himno, del suelo empezó a salir una criatura horripilante y monstruosa, de color negro, con un aspecto baboso y repulsivo, está dirigió sus ojos grises al muchacho que se hallaba en la arena. Arlet notó como temblaba el chico, pero aunque estaba notablemente aterrado dio un paso firme al frente.

La bestia mostró sus dientes y se acercaba a él sigilosamente como un cazador y su presa, de pronto una dulce voz sonó en el lugar y una canción que erizó por completo el cuerpo de Arlet, comenzó a salir de la boca del chico.

- Te damos gloria y alabanza, tu santo nombre levantamos, te amamos, te adoramos, bendito seas Señor. - cantó el chico con su corazón, una paz inmensa invadió su cuerpo, ya no tenía miedo, al fin se reuniría con su Creador.

La bestia corrió hacía él con una velocidad inhumana y golpeó su cuerpo haciéndole caer al suelo mientras la cínica multitud lanzaba grotescas carcajadas, de una mordida la criatura arrancó la cabeza del muchacho, la sangre escurría entre los dientes de la bestia y caía de su boca, el cuerpo del chico cayó al suelo, sin vida.

Arlet aparto su mirada, un fuerte mareo revolvió su estómago mientras la multitud gritaba, sus fosas nasales se inundaron del olor caramelizado de la sangre y la imagen del rostro del chico no salía de su cabeza.

Arlet aparto su mirada, un fuerte mareo revolvió su estómago mientras la multitud gritaba, sus fosas nasales se inundaron del olor caramelizado de la sangre y la imagen del rostro del chico no salía de su cabeza

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