Capítulo III

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- ¡Arlet! – grita una chica morena de cabello morocho y negro con sus ojos ámbar en la ya mencionada. En segundos el cuerpo de Arlet es impactado por la morena cuyo nombre es Honey Sharts.

La conoció al llegar al refugio, esa morena revoloteando a su alrededor todo el tiempo la hicieron volver a sonreír y su intensidad le permitió empezar de nuevo. Arlet se sentía increíble, alegre y decidida, si algo impulsiva a veces pero feliz. La madre y hermana de Honey también tuvieron mucho que ver, con ellas se sentía en familia y casi todo el tiempo andaba detrás de ellas, cuando era pequeña, claro. Ellas eran prácticamente iguales, de gran altura, delgadas, el cabello alborotado y los ojos del mismo color era difícil distinguir que eran madre e hijas. Su valentía era algo que las caracterizaba.

Ahora eran las mejores amigas, si bien la hermana de Honey, Annie, pasaba mucho tiempo planeando misiones de rescate y su madre, Elisa, siendo una de las líderes del Refugio; aún continuaban reuniéndose ya sea en el comedor o áreas en las que coincidían. Nunca se había sentido excluida amaba el refugio y aunque extrañaba a sus padres sabía que todo el plan de Dios la había traído a ese lugar, no le culpaba, no le guardaba rencor, le amaba y viviría toda su vida al servicio de su Señor.

- ¿Lo viste? – le cuestiona Honey refiriéndose al chico que había fallecido ese día, él era uno de los protegidos del refugio. Se tenían días de salida en el refugio, el día en el que él salió nunca regreso. Uno de los refugiados que se encontraba encubierto en el equipo de seguridad de Ciudad Coliseo, llamado Ax, les informo que le habían capturado y que sería parte del espectáculo del Coliseo el día siguiente. Obviamente así fue y los refugiados no pudieron hacer nada para evitarlo. Las celdas del Coliseo eran prácticamente impenetrables.

Arlet asiente con un deje de tristeza en su mirada, le dolía las maneras crueles en las que asesinaban a sus hermanos en Cristo, pero sabía que existían muertes peores. Había escuchado de tantos asesinatos atroces que estrenaba el Coliseo y de algunos había sido testigo. Como cuando, de manera satírica hacia Jesucristo, clavaron el cuerpo vivo de una chica en una cruz, Arlet escucho como enterraban cada clavo en su cuerpo y los gritos de la muchacha seguían en reproduciéndose en su mente. O cuando uno de sus amigos fue torturado colocando agujas en todo su cuerpo y luego pasaron electricidad a través de ellas, asesinándolo dolorosa y lentamente.

Cada día los del Coliseo inventaban formas más creativas de asesinar a los cristianos, la muerte de estos se volvía más burlesca con el pasar del tiempo y era aberrante ver que esta matanza se había vuelto uno de los espectáculos más vistos.

- Fue horrible Honey, aunque ha habido peores, sentí como si clavaran cuchillas en mi cuerpo. Todo exploto cuando él se puso a cantar antes de ser devorado por una bestia, duele mucho Honey y es tan absurdo ver cómo la gente se divierte con la muerte de ellos. – expreso la pelinegra con lágrimas bajando de sus orbes bicolores.

La morena chica coloca sus ojos ámbares sobre Arlet y la envuelve entre sus brazos con amor fraternal, sus pieles tan diferentes, la de Arlet color oliva y la de Honey morena, no opacan el cariño que se tienen. La abrazada respira profundamente tratando de no lloriquear, pero sus ojos le traicionan empezando a llorar a borbotones. Honey acaricia la espalda de Arlet dejándola que se desahogue, ella sabe lo que es ver a un hermano en la fe ser asesinado de manera tan cruel después de todo su padre tuvo el mismo final.

Honey levanta su mirada y ve al prometido de Arlet, Elian Ryrie, acercarse a ellas, Honey le ofrece una sonrisa la cual él devuelve sabiendo de inmediato lo que sucede. La morena se despega de una Arlet algo confundida por la interrupción del abrazo, pero al ver a Elian todo cobra sentido y en segundos se pega a este como un koala. El chico soba su cabeza y le da una mirada a Honey, la cual ella capta y rápidamente se va dejándolos solos.

Arlet llora en sus brazos y él simplemente acaricia su cabello sin mencionar palabra. Cuando la pelinegra deja de sollozar levanta la mirada para encontrarse con los ojos castaños del chico observándola con ternura, su almendrada piel hace resaltar sus hermosos ojos, algunos mechones rubios caen sobre su frente y sus labios rosados le brindan una sonrisa. Ella se coloca a su lado, su altura es similar, siendo Arlet unos centímetros más pequeña que él, Elian coloca su brazo alrededor de la cintura de la chica y ambos empiezan a caminar hacia una de las bancas que se encuentran por todo el refugio.

Se sientan uno al lado del otro y Arlet apoya su cabeza en el hombro de su prometido. Arlet conoce a Elian desde que llego al refugio su padre es uno de los líderes del refugio y su madre es la encargada del hospital, que se encuentra apartado algunos metros del cuartel. Elian fue uno de sus mejores amigos y su principal apoyo, su relación con él siempre fue única y especial, nunca hubo un comentario fuera de lugar o una actuación de mal gusto, podría describirle como el chico perfecto. Tuvieron mucho tiempo para conocerse y los sentimientos de amistad fueron transformándose en amor a tal punto que ahora estaban comprometidos.

Arlet le admiraba, su decisión, sus consejos sabios, su valentía y ternura eran cualidades que destacaban, Elian la hacía querer estar más cerca de Dios y amarle, su vida siempre fue un ejemplo de que Dios vivía en su vida y era el hombre con el que ella quería pasar el resto de su vida. Si, no era perfecto, era humano después de todo, pero ella había aprendido a amarle con todo y sus defectos, siendo su carácter un ejemplo de eso pues la mayoría del tiempo la paciencia le faltaba.

Elian por su parte amaba estar con Arlet, cada día veía su personalidad relucir, era valiente, pero adorable, algo impulsiva algunas veces, pero siempre con el deseo de hacer las cosas bien. No tenía miedo a morir por la causa de Cristo, era leal y con un espíritu afable y solidario, sí, estaba loco por ella. Cuando veía sus ojos bicolores, el izquierdo azul celeste y el derecho ambarino, sabía que era lo que necesitaba, que encajaban a la perfección y eran el vivo reflejo de una vida conjunta al servicio de Dios. Aunque él tenía veintiséis años y ella veinticinco, ninguno veía impedimento alguno para formar una familia.

El amor era complicado para muchos, pero para ellos se resumía así: Comunión con Dios. Cuando Él era el centro de la relación ni viento, ni tormenta rompería esa unión.

 Cuando Él era el centro de la relación ni viento, ni tormenta rompería esa unión

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