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Capítulo 36: Sombras en la Mañana

Alex despertó al sentir los primeros rayos del sol que atravesaban las gruesas cortinas de la habitación. Su cabeza palpitaba levemente, y por un momento, se sintió desorientado. Los recuerdos de la noche anterior volvieron a él en oleadas: la boda anunciada, el vals, la conversación inquietante con Richard, y la constante presión de Sebastián a su lado. Era difícil saber si alguna vez había descansado de verdad.

Se giró lentamente en la cama, tratando de no despertar a Sebastián, quien dormía profundamente a su lado. Sus ojos recorrieron el rostro de Sebastián, relajado y despreocupado en su sueño. Alex sintió una mezcla de emociones; una parte de él deseaba poder ver a Sebastián con otros ojos, imaginar que todo esto era normal, que era amado y no solo un objeto para presumir. Pero la realidad era una prisión de la que no podía escapar, al menos no todavía.

Con cuidado, Alex se levantó y se dirigió al baño. El reflejo en el espejo le devolvió la mirada de alguien agotado, con ojeras oscuras bajo los ojos y el peso de la resignación marcado en cada línea de su rostro. Se mojó la cara con agua fría, tratando de despejarse, pero los pensamientos no se iban. Se tomó un momento para respirar profundamente y tratar de centrar su mente en lo que debía hacer a continuación.

Después de arreglarse, Alex bajó a la cocina. Como era habitual, no había sirvientes que lo ayudaran; Sebastián prefería mantener su hogar como un espacio privado, sin miradas ajenas. Esto significaba que Alex tenía que encargarse de todo, incluso si eso implicaba luchar con sus propios temores y limitaciones. Se dirigió hacia la despensa, sacando ingredientes al azar para preparar algo sencillo. A medida que avanzaba, la ansiedad comenzó a instalarse en él. Sus manos temblaban levemente mientras rompía los huevos y los vertía en un bol, intentando no hacer ruido para no molestar a Sebastián. La tostadora falló un par de veces, escupiendo el pan hacia afuera en lugar de dorarlo correctamente. Alex suspiró, luchando por mantener la compostura, consciente de que incluso los errores pequeños podían llevar a una reprimenda.

Justo cuando estaba a punto de servir los platos, escuchó los pasos firmes de Sebastián acercándose. Alex sintió cómo se le aceleraba el corazón. Sebastián llegó a la cocina y lo observó, su mirada fría recorriendo la escena.

—¿Esto es todo lo que puedes hacer? —comentó Sebastián, su tono era neutral, pero había un filo en sus palabras que cortaba como una navaja—. Pensé que habías aprendido a cocinar decentemente.

Alex apretó los labios, tratando de no responder de inmediato. No quería encender la chispa que podría convertir la mañana en un conflicto.

—Lo siento, estaba... apurado. Puedo hacer algo más si quieres. —Alex mantuvo su tono apacible, aunque en su interior se agitaba el temor de no satisfacer las expectativas de Sebastián.

Sebastián se acercó, agarrando a Alex del brazo y tirando de él con brusquedad para mirarlo directamente a los ojos.

—No quiero excusas, Alex. Ya sabes lo que espero de ti. —La mirada de Sebastián se endureció, y por un instante, Alex sintió la presión de su control como una soga apretándose más y más. Sebastián lo soltó con un empujón leve, que hizo que Alex diera un paso atrás.

Alex asintió, intentando mantener la calma. Sin embargo, en su mente se repetía la misma pregunta: ¿Cuánto más podía soportar?

Mientras terminaba de servir el desayuno, Alex escuchó el suave llanto de Ian desde la sala de estar. Su corazón se suavizó instantáneamente. Dejando a Sebastián desayunando en la mesa, Alex se dirigió rápidamente hacia la cuna de Ian. Al llegar, encontró al bebé moviéndose inquieto, con los pequeños puños cerrados y las mejillas sonrojadas.

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