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Alex se encontraba aún en el borde de la cama, sosteniendo a Ian con sus brazos temblorosos, tratando de calmar su respiración después de lo que acababa de suceder. Sus ojos estaban hinchados de tanto llorar, pero a pesar del cansancio y el dolor, empezó a cantarle a su hijo. No sabía de dónde venía esa fuerza, solo que tenía que mantenerla para Ian. 

—Mi pequeño Ian, tesoro de mi ser... —su voz era apenas un murmullo en la oscuridad, una melodía suave que intentaba acallar el latido ensordecedor de su corazón. 

Sebastián, que yacía a su lado, no dormía como Alex creía. Había cerrado los ojos para no verlo, pero la voz de Alex había penetrado sus pensamientos. Escuchaba cada palabra, cada nota cargada de amor y de tristeza, y no podía evitar sentir algo extraño moviéndose en su interior. Mantenía los ojos entrecerrados, observando a Alex con cuidado, casi con una curiosidad silenciosa. 

Desde donde estaba, Sebastián podía ver las lágrimas de Alex, brillando en la oscuridad como pequeños puñales afilados, atravesando su propia conciencia. Había hecho de todo para poseerlo, para asegurarse de que nunca se fuera de su lado de nuevo, pero había algo en ese momento, en la forma en que Alex cantaba y lloraba al mismo tiempo, que le hizo sentir como si nunca pudiera tenerlo completamente. 

"¿Por qué llora así?” pensó Sebastián, sintiendo una mezcla de irritación y confusión. “¿Por qué su voz suena tan dulce, pero tan desgarrada?”

Cada vez que Alex pronunciaba la palabra "amor", Sebastián sentía una punzada en su pecho. Había usado esa palabra muchas veces antes, pero ahora, al escucharla en la boca de Alex, sintió una especie de vacío que no podía explicar. No quería admitir que tal vez lo que Alex sentía no era lo que él esperaba. Quería que Alex estuviera agradecido, que comprendiera que estaba donde debería estar, bajo su cuidado, en su casa. Pero esa canción, esa canción desmoronaba la frágil estructura de su realidad. 

Mientras Alex seguía cantando, Sebastián se encontró recordando los primeros días, aquellos en los que había visto a Alex como alguien dulce, alguien que le pertenecía. Pero ahora, se daba cuenta de que Alex estaba allí, frente a él, pero al mismo tiempo, en algún lugar distante que no podía alcanzar. 

“¿Por qué sigue resistiéndose a mí?” pensó Sebastián, sintiendo que la frustración crecía en su interior. 

Alex, sin notar la mirada de Sebastián, continuó cantando. La melodía era suave, casi como un suspiro que llenaba la habitación con una tristeza que no podía ignorarse. 

Mi pequeño Ian, no temas al dolor... 

Sebastián sintió cómo esas palabras lo tocaban, como un eco dentro de su mente, y se preguntó, por primera vez, qué era realmente lo que sentía por Alex. ¿Era amor o era simplemente una obsesión por lo que había perdido? Quería creer que lo amaba, que todo esto lo hacía por amor, pero en su interior, había algo más oscuro, algo que lo empujaba a querer controlarlo, a doblegarlo a su voluntad. 

La canción continuó, y con cada estrofa, Sebastián sintió cómo su ira comenzaba a disiparse, transformándose en algo más profundo y más inquietante. Alex no dejaba de ser un enigma para él, y por más que intentaba descifrarlo, nunca parecía tener las respuestas correctas. 

Alex terminó de cantar y se quedó en silencio, mirando a Ian, acariciando suavemente su cabeza con una mano temblorosa. No sabía que Sebastián lo estaba observando, no sabía que su voz había tocado una parte del hombre que no solía dejarse ver. 

Sebastián pensó en el amor que decía sentir por Alex. ¿Era amor si estaba lleno de odio? ¿Era amor si lo obligaba a quedarse? Las lágrimas de Alex eran como pequeños ríos de verdad que lo herían más de lo que le gustaría admitir. 

“¿Por qué lloras por él y no por mí?” quería gritarle, pero se contuvo. Sentía celos del amor de Alex por Ian, un amor tan puro y natural que parecía inalcanzable para él. Quería ser el centro de su atención, su única fuente de amor, pero ahora entendía que Ian había llegado a ocupar ese lugar de una manera que él jamás podría. 

Alex, sin embargo, no se daba cuenta de este cambio. Seguía acunando a Ian, su respiración se volvía más regular, y su voz, aunque baja, seguía sonando clara. Murmuraba palabras dulces a su bebé, promesas de un futuro mejor, aunque en el fondo sabía que no podía ofrecerle mucho más que su amor. 

—Te amo, Ian… —susurró Alex, su voz quebrada por la emoción—. Y siempre estaré contigo… 

Sebastián sintió un nudo en la garganta. No entendía por qué aquellas palabras lo afectaban tanto, por qué lo llenaban de una sensación de pérdida que no podía explicar. 

Observó cómo Alex besaba la frente de su hijo, su pequeño cuerpo aún temblando de miedo, pero decidido a seguir adelante, decidido a encontrar una manera de sobrevivir. “¿Qué es lo que me hace falta para tenerlo por completo?" pensó Sebastián. Se dio cuenta de que, aunque Alex estaba físicamente cerca, emocionalmente estaba lejos, mucho más lejos de lo que nunca había estado. 

Sebastián permaneció en silencio, observando la escena ante él. Algo dentro de él se quebró al ver cómo Alex abrazaba a Ian con tanto cuidado, con tanto amor. Se dio cuenta de que, en realidad, nunca había entendido lo que significaba amar a alguien de verdad. 

“Tal vez nunca lo tendré por completo,” pensó con una mezcla de tristeza y frustración. Y ese pensamiento lo atormentó más de lo que cualquier rechazo o resistencia podría haber hecho. 

Mientras Alex seguía cantando suavemente a Ian, Sebastián se dio cuenta de que, aunque podía tener su cuerpo, nunca tendría su corazón. 

Con una expresión que mezclaba confusión y algo parecido al arrepentimiento, se giró en la cama, dándole la espalda a Alex, intentando ignorar el dolor punzante que sentía. No quería admitir que, tal vez, el verdadero problema no era Alex, sino él mismo. 

Por su parte, Alex, ajeno a los pensamientos de Sebastián, cerró los ojos, con una lágrima más resbalando por su mejilla. Sabía que la mañana traería más dolor, más oscuridad, pero por un breve momento, se permitió sentir el amor que tenía por su hijo, un amor que nadie, ni siquiera Sebastián, podría arrebatarle. 

Esa noche, dos almas rotas compartieron el mismo espacio, cada una atrapada en su propio abismo de dolor y confusión. Ninguno sabía cómo sanar, y ninguno sabía cómo dejar de lastimar. Pero por primera vez, Sebastián sintió que había algo más que rabia en su interior, y por primera vez, Alex sintió que podía amar a pesar de todo el sufrimiento.

Secuestro M- pregDonde viven las historias. Descúbrelo ahora