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Capítulo 25: Ecos de Silencio

Alex apenas podía mantenerse firme mientras sostenía a Ian en sus brazos, meciéndolo suavemente en un intento de calmarlo. Las paredes de la habitación matrimonial se sentían como barrotes de una prisión que se estrechaban cada día más. La luz del sol apenas se filtraba por las ventanas, creando sombras alargadas que parecían burlarse de su encierro. Alex se había acostumbrado a la oscuridad, pero ahora, con Ian en su vida, cada rayo de sol perdido se sentía como una herida abierta.

Sebastián había estado más irritable últimamente. Cualquier cosa que Alex hiciera parecía estar mal. La comida, los pequeños intentos de hacer la casa un lugar más habitable, incluso su manera de cuidar a Ian eran motivos de críticas constantes. Y si antes los golpes eran raros y espaciados, ahora eran más frecuentes y dolorosos. Sebastián había encontrado en la vulnerabilidad de Alex y la presencia del bebé una manera nueva de infligir dolor.

Ian dejó escapar un suave sollozo, y Alex se apresuró a cantarle en voz baja, su tono tembloroso mientras sus ojos llenos de lágrimas buscaban alguna señal de paz en la pequeña cuna. Sabía que si despertaba a Sebastián, las consecuencias serían terribles. Susurros suaves, como hojas al viento, llenaron el aire. La voz de Alex apenas era audible, pero contenía todo el amor y la desesperación que sentía.

—No llores, pequeñito… por favor, no llores… —murmuró, acariciando la frente de Ian con manos temblorosas. Su mente vagaba entre los recuerdos de los días antes de su secuestro, los momentos en los que soñaba con una vida diferente. Pero ahora, esos sueños eran pesadillas llenas de cadenas invisibles que lo mantenían atrapado.

De repente, la puerta se abrió de golpe, y Sebastián apareció en el umbral, su figura imponente proyectando una sombra que se alargaba hasta la cuna. Alex se tensó inmediatamente, susurros de miedo se arrastraron en su mente, y su cuerpo se paralizó. Ian, como si sintiera la tensión, comenzó a llorar más fuerte. Sebastián no dijo nada, solo lo observó con una mirada que mezclaba deseo y desprecio.

—No puedes ni siquiera mantenerlo callado, ¿verdad? —dijo Sebastián con una voz fría mientras se acercaba lentamente. Alex retrocedió, abrazando a Ian con más fuerza, pero eso solo irritó más a Sebastián.

Sebastián lo tomó por el brazo con fuerza y lo arrojó hacia la cama. Alex soltó un jadeo de sorpresa y dolor, pero rápidamente se mordió el labio para no hacer más ruido. Sebastián lo observó con ojos llenos de furia contenida.

—¿Por qué tienes que hacerlo todo tan difícil, Alex? —espetó Sebastián mientras comenzaba a desabrocharse la camisa. Alex tembló y desvió la mirada, su respiración rápida y entrecortada, mientras luchaba por mantener la calma para no alarmar más a Ian.

—Lo… lo siento, es solo que no he salido mucho… —intentó justificarse Alex, con la voz entrecortada por el miedo—. S-sé que con esta situación… lo de no dejarme salir solo empeora las cosas. Yo… yo te juro que no he hecho nada. Solo quiero… quiero que esto mejore, por favor. Perdóname…

Sus palabras eran una mezcla de súplica y desesperación. Alex esperaba que, al mostrar lo vulnerable que se sentía, pudiera calmar la tormenta en los ojos de Sebastián. Pero Sebastián no mostró signos de ceder; su expresión se endureció aún más, y con un movimiento brusco, lanzó a Alex sobre la cama.

—¿Me pides perdón? —Sebastián soltó una carcajada amarga mientras lo miraba con desprecio—. Las palabras no cambian nada, Alex. Tú me perteneces, y no necesito tus disculpas para saberlo.

Se abalanzó sobre él, su peso empujándolo contra el colchón. El aire se escapó de los pulmones de Alex, y sus manos temblorosas buscaron algo a lo que aferrarse, pero no encontró más que vacío. Sebastián lo besó bruscamente, mordiendo sus labios sin cuidado, mientras sus manos exploraban el cuerpo de Alex sin ningún rastro de ternura. Alex cerró los ojos, sus lágrimas corriendo libremente por sus mejillas mientras intentaba, sin éxito, mantener sus gemidos ahogados.

—No… Ian… —susurró Alex entre gemidos, su voz rota por el miedo y la desesperación. Sebastián lo ignoró, su respiración se volvía más pesada y sus movimientos más rápidos.— Ah..

—Cállate —ordenó Sebastián con brusquedad, y al ver que Alex no podía reprimir sus sonidos, lo golpeó en la cara, no con suficiente fuerza para dejar marcas permanentes, pero sí para recordarle quién tenía el control. Alex soltó un jadeo de dolor y, finalmente, susurró entre sollozos:

—Por favor…Ah

Sebastián no se detuvo, sus embestidas se hicieron más violentas, y Alex, sintiéndose completamente indefenso, solo cerró los ojos y trató de llevar su mente a otro lugar. Apretó los dientes y trató de no pensar en el dolor, en la vergüenza, en el miedo que lo consumía. Su cuerpo obedecía por instinto, sus gemidos de dolor ahogados en su garganta, mientras intentaba no despertar a Ian.

— Ah...p-por f-fa...

—Aun lo disfrutas, supongo que no se puede engañar al cuerpo

Cuando todo terminó, Sebastián se apartó sin una palabra, dejándolo tirado en la cama mientras se abrochaba los pantalones. Alex permaneció inmóvil, sintiendo cómo su cuerpo temblaba incontrolablemente. Las lágrimas se deslizaban por su rostro y se mezclaban con la sangre de su labio partido. Sebastián se inclinó, lo miró y murmuró:

—Quiero que me des una sonrisa. Siempre quiero verte sonreír, así sé que aún eres mío.

Alex asintió lentamente, con la mirada perdida en la cuna. Sebastián salió de la habitación, dejando a Alex solo con sus pensamientos y el llanto suave de Ian. Se sentó, abrazándose a sí mismo, mientras el dolor físico y emocional lo abrumaba.

Con un susurro suave, comenzó a cantar una canción que solía escuchar de niño, una melodía que hablaba de amor y esperanza, aunque su voz era quebrada y apenas se mantenía en sintonía. Mientras cantaba, las lágrimas fluían libremente. Sebastián, escuchando desde el pasillo, se quedó quieto, observando cómo las lágrimas de Alex parecían cortarle el alma.

Aunque Sebastián lo tenía allí, sabía que Alex no era completamente suyo, y esa verdad ardía más que cualquier rechazo. En esos sollozos suaves y en la mirada perdida de Alex, Sebastián vio algo que nunca podría poseer: el alma rota de alguien que todavía buscaba la luz, incluso en la oscuridad más profunda.

Alex se quedó en silencio, sintiendo que su corazón latía con fuerza en su pecho. "Ella era mi tía… ¿Cómo pude olvidarlo? Alguien está buscandome, alguien… se preocupa por mí". Era una pequeña chispa de esperanza en medio de un océano de desesperación, pero para Alex, esa chispa era suficiente para seguir adelante.

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