9.

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El día había comenzado como cualquier otro. Sebastián, con su habitual ternura retorcida, acariciaba a Alex, intentando establecer una conexión que, a pesar de sus esfuerzos, siempre parecía evadirlo. Alex, como cada mañana, se mantenía sumiso, atrapado en una rutina de gestos vacíos y palabras forzadas. Pero había algo diferente en el aire, una tensión que parecía acumularse en cada respiro, en cada mirada esquivada, cómo si aquello fuera a cambiar algo.

Sebastián había notado cómo el cuerpo de Alex comenzaba a cambiar. Sus sospechas, esas que había intentado reprimir, se hicieron cada vez más difíciles de ignorar. Finalmente, no pudo contener más su incertidumbre. Quería respuestas. Necesitaba saber si la fantasía que había construido en su mente, la de un hijo, ¿era real?.

-Alex, mírame -dijo Sebastián, su voz cortante, desprovista de la dulzura que solía forzar— Quiero que me digas la verdad. Ahora.

Alex, que estaba preparando el desayuno, se detuvo en seco. Sabía que este momento llegaría, pero no estaba preparado para enfrentarlo. El temor se apoderó de él, haciéndolo temblar mientras intentaba mantener la calma.

-¿A qué te refieres? -murmuró Alex, sin atreverse a girarse para mirarlo.

Sebastián cruzó la habitación en un par de pasos rápidos, tomando a Alex por el brazo y girándolo bruscamente para enfrentar su mirada.

-¡No juegues conmigo! -rugió, sus ojos ardiendo con una mezcla de rabia y desesperación-. Quiero saber si lo que estoy pensando es cierto. ¿Estás embarazado? ¿Es mío? ¿Max lo sabía?

El silencio de Alex fue la respuesta suficiente. No necesitaba palabras para confirmarlo. Su expresión aterrorizada lo delató. Sebastián sintió que el mundo se detenía por un momento, su mente asimilando lo que acababa de descubrir. La rabia lo invadió, una furia incontrolable que no sabía cómo canalizar.

-¡Mírame cuando te hablo! —Sebastián gritó y su mano apretando con más fuerza el brazo de Alex, hasta que el dolor obligó al joven a levantar la vista. Los ojos de Sebastián eran una mezcla de furia, confusión y una retorcida forma de amor.

-Sí... -susurró Alex, apenas capaz de articular la palabra—. Estoy embarazado. Pero no quiero a este bebé... No lo quiero...— La voz de Alex se quebró al final, su desesperación brotando en forma de lágrimas.

Las palabras de Alex parecieron atravesar a Sebastián como un cuchillo. Una mezcla de dolor y enojo se reflejó en su rostro, como si hubiera sido traicionado de la forma más cruel. Lo que debería haber sido un momento de alegría retorcida se convirtió en una fuente de amargura y resentimiento.

-¿Cómo puedes decir eso? —Sebastián le soltó bruscamente, como si el solo contacto físico con Alex lo quemara— ¡Es nuestro hijo! ¡Mi hijo! -El tono de su voz pasó de la ira a la desesperación, como si luchara por comprender por qué Alex no compartía su enfermiza felicidad.

-¡No quiero esto! ¡No quiero nada de esto! -gritó Alex, retrocediendo hacia la pared, buscando algún tipo de refugio del monstruo que había creado. Su cuerpo temblaba, la tristeza y el miedo mezclándose en una dolorosa mezcla.

-¡Cállate! -Sebastián lo golpeó, su mano abierta estrellándose contra la mejilla de Alex con una fuerza que lo hizo tambalear. El impacto resonó en la habitación, marcando el punto de no retorno.

Alex se llevó una mano a la mejilla, sintiendo el calor y el dolor que se extendían por su rostro. Las lágrimas brotaron de sus ojos, pero no se trataba solo del dolor físico. Eran lágrimas de desesperanza, de una resignación total a su destino.

-Lo siento... lo siento... -murmuró Alex entre sollozos, sin siquiera intentar defenderse. Había aceptado que no tenía escapatoria, que cualquier resistencia solo empeoraría su situación.

Sebastián lo miró con una mezcla de rabia y confusión. El amor que sentía por Alex, en su retorcida versión de amor, lo obligaba a querer protegerlo, a querer que ambos compartieran ese futuro que él había imaginado. Pero ahora, viendo a Alex tan quebrado, tan roto, no sabía qué hacer.

-¿Cómo... cómo puedes odiar algo que es parte de ti... de nosotros? dijo Sebastián, su voz temblando ligeramente, como si tratara de convencer tanto a Alex como a sí mismo-. Quiero este bebé, Alex. Quiero que sea nuestro... que sea como nosotros...

Alex solo lo miró, sus ojos llenos de una tristeza insondable. Las palabras de Sebastián solo confirmaban el horror de su situación. Estaba atrapado, no solo físicamente, sino emocionalmente, en una prisión de la que no podía escapar.

-No puedo... -fue todo lo que pudo decir Alex, antes de que los sollozos lo dominaran por completo.

Sebastián lo observó por unos momentos más, su rostro endureciéndose nuevamente. No podía soportar la idea de perder a Alex, de que lo odiara, pero la frustración y la rabia que sentía por la resistencia de Alex lo sobrepasaban.

-Vas a aprender a amar esto, Alex. Te guste o no. -dijo finalmente, su tono lleno de una determinación fría y cruel. Se giró y salió de la habitación, dejando a Alex solo, derrumbado en el suelo.

Alex, sumido en la desesperación, se abrazó a sí mismo, susurrando en voz baja, como si las palabras pudieran conjurar algún tipo de consuelo: No quiero esto... No quiero esto...

Pero sabía que no había escapatoria, que no había plan que lo librara de la vida que crecía dentro de él, ni de la oscuridad que lo rodeaba. Todo lo que le quedaba era su tristeza, su desesperanza, y una lucha interna que sabía que nunca ganaría.

Secuestro M- pregDonde viven las historias. Descúbrelo ahora