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Capítulo: Tensiones y Rosales

Max llegó a la casa de Sebastián más temprano de lo habitual. Había una sensación inquietante en el aire, algo que no podía definir con claridad pero que lo mantenía alerta. Tras tocar el timbre, un empleado le indicó que Sebastián estaba en su despacho, probablemente esperando discutir la nueva rutina de cuidado para Alex e Ian.

Al entrar al despacho, Max notó a Sebastián reclinado en su silla de cuero, con una expresión de satisfacción que casi parecía permanente. Sebastián siempre había tenido esa aura de control, como si todo y todos a su alrededor fueran piezas en un tablero que él movía a su antojo.

—Max, me alegra que hayas venido tan rápido. —dijo Sebastián, sin levantarse de su asiento.

Max se mantuvo firme, con los brazos cruzados, observando a Sebastián con su mirada fría y evaluadora. —Dijiste que era urgente, así que aquí estoy. ¿Qué necesitas?

Sebastián sonrió, entrelazando sus dedos frente a él. —Quiero que vengas todos los días a la casa, para vigilar a Alex y al bebé. He notado algunas mejorías desde que estás aquí, y creo que tu presencia podría ser lo mejor para ellos.

Max no respondió de inmediato. Sus ojos se estrecharon mientras procesaba la petición. —Puedo hacerlo, pero necesito que entiendas que esto no es solo un trabajo, Sebastián. No pienso quedarme de brazos cruzados si veo que las cosas no están bien. Además, debes tener cuidado con lo que haces, cualquier acción tiene consecuencias, y Alex aún no está en condiciones de soportar más daño.

Sebastián soltó una risa seca, una que no alcanzó a reflejarse en sus ojos. —Max, siempre tan ético. Pero déjame recordarte que quien pone las reglas aquí soy yo. Tú solo asegúrate de que Alex esté en condiciones para cuidar a nuestro hijo.

Max mantuvo su postura, sin retroceder ni un paso. —Eso lo sé muy bien. Solo te aviso, Sebastián, que si veo algo que ponga en peligro la vida de Alex o del bebé, no dudaré en actuar, y no me importa lo que tengas que decir. Yo renuncié a la fortuna de mi familia por principios, pero no dudes que regresaría a ella si necesito algo para salvarlos.

Sebastián arqueó una ceja, claramente sorprendido por la determinación en la voz de Max. —Interesante. No pensé que volverías a considerar ese tipo de opciones. —dijo, estudiando a Max como si tratara de descifrarlo.

Max esbozó una sonrisa irónica. —Todos tenemos un límite, Sebastián. Solo ten presente el tuyo, o te arriesgas a cruzar una línea que no puedes deshacer.

El aire en la habitación se volvió denso, cargado de tensión. Ninguno de los dos estaba dispuesto a ceder terreno. Aunque Sebastián tenía la ventaja del poder y el control, Max no se dejaba intimidar fácilmente. Ambos sabían que el otro no era una persona a la que pudieran manipular sin enfrentar resistencia.

—Haré mi parte, pero tú haz la tuya. Y asegúrate de no olvidar quién está realmente en riesgo aquí. —dijo Max, rompiendo finalmente el silencio antes de girar sobre sus talones y salir del despacho, dejando a Sebastián con una expresión calculadora en el rostro.

Max se dirigió a la parte trasera de la casa, donde había visto a Alex la última vez. No esperaba encontrarlo plantando rosales, con Ian a su lado, envuelto en una mantita suave. El jardín estaba tranquilo, y el sol iluminaba suavemente las flores que Alex estaba cuidando con tanto esmero.

Alex levantó la cabeza al escuchar los pasos de Max acercándose. Su reacción fue instantánea; sus hombros se tensaron y el color desapareció de su rostro. —Lo… lo siento, yo… —tartamudeó, su voz apenas un susurro—. Pensé que los rosales se verían bien aquí. Si… si quiere hablar con Sebastián, él esta en su despacho
. Perdón… hablo mucho, seguramente mi voz es muy… tosca.

Max se acercó con calma, intentando no asustarlo más. Se agachó a su lado y miró los rosales con interés genuino. —Los rosales son hermosos, Alex. Le dan vida a este lugar. No tienes que disculparte. Y en cuanto a tu voz… no te preocupes por eso. Eres más que suficiente.

Alex lo miró con cierta sorpresa, sus ojos aún reflejando miedo pero también un atisbo de gratitud. —Gracias… —murmuró, sus manos temblando ligeramente mientras seguía plantando. Max pudo ver cómo Alex evitaba el contacto visual, una clara señal del impacto que el tiempo con Sebastián había tenido en él.

Max observó a Ian, quien dormía plácidamente, ajeno al mundo que lo rodeaba. Era un bebé tranquilo, pero Max no podía evitar pensar en el ambiente caótico que lo rodeaba. —Ian está bien. Está creciendo fuerte y saludable, Alex. Y eso es gracias a ti. Sé que no es fácil, pero estás haciendo un buen trabajo.

Alex bajó la cabeza, sus ojos llenos de lágrimas no derramadas. —Solo… trato de hacer lo mejor para él. No quiero que sufra como yo. No quiero que piense que no lo amo, aunque a veces siento que… no debería estar aquí.

Max sintió un nudo en la garganta. La vulnerabilidad en Alex era palpable, y por un momento, toda la narrativa que Sebastián había construido en su mente comenzó a desmoronarse. El supuesto "demonio" no era más que un joven asustado, tratando de encontrar un poco de paz en medio de su caos personal.

—Lo que haces por Ian importa mucho, Alex. Cada pequeño esfuerzo, cada canción que le cantas… todo cuenta. —dijo Max, con una voz más suave de lo habitual.

Alex sonrió débilmente, y aunque la sonrisa no llegó a sus ojos, había un destello de esperanza en su expresión. —Gracias, Max. No sé qué haríamos sin ti.

Max se levantó lentamente, dejando que Alex continuara con sus rosales. Caminó de regreso hacia la entrada, su mente aún procesando todo lo que había visto y escuchado. Las palabras de Alex resonaban en su cabeza, y por primera vez, Max comenzó a dudar seriamente de todo lo que Sebastián le había dicho.

Mientras se alejaba, Max se dio cuenta de que sus propias percepciones estaban cambiando. Por más que Sebastián intentara controlar la narrativa, la verdad estaba allí, escondida en los gestos pequeños y en las palabras temblorosas de Alex. Al salir del jardín, Max decidió que necesitaba investigar más, para llegar al fondo de lo que realmente estaba ocurriendo en esa casa.

Max se alejó, su mente llena de pensamientos confusos pero claros en un punto: nada era lo que parecía. Cada encuentro con Alex revelaba una nueva capa de su humanidad y dolor, algo que Sebastián no había logrado empañar completamente con su control y manipulación. Max se detuvo en el camino de entrada, respiró hondo y miró hacia atrás una última vez antes de marcharse. Sabía que tenía mucho que reflexionar y, quizás, muchas decisiones que reconsiderar.

Secuestro M- pregDonde viven las historias. Descúbrelo ahora