Alex estaba en la tienda, organizando la mercancía en silencio. Había sido una semana agotadora; el peso de su vientre y los síntomas del embarazo lo mantenían constantemente fatigado. La angustia y el miedo eran sus compañeros constantes, y cualquier pequeño ruido lo hacía estremecerse. Desde hacía meses, no había encontrado un segundo de paz.
Al alzar la vista, su corazón se detuvo. Sebastián estaba allí, al otro lado de la tienda, mirándolo fijamente. Alex sintió cómo el miedo lo paralizaba; su mente le gritaba que corriera, que huyera, pero sus piernas se negaron a responder. Sintió su pecho apretarse, su respiración acelerarse, y pronto las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas sin control.
Sebastián lo arrastraba fuera de la tienda, tirando de su brazo con fuerza. Las lágrimas continuaban corriendo por su rostro, pero no podía emitir ningún sonido, ni siquiera podía llorar en voz alta; su miedo lo tenía completamente paralizado. Sentía que todo su cuerpo estaba al borde del colapso, como si cada célula quisiera huir, pero no tuviera adónde ir.
Sebastián lo empujó sin ninguna delicadeza al asiento trasero del coche y cerró la puerta de un golpe. Alex se acurrucó en el asiento, sus brazos alrededor de su vientre abultado, tratando de protegerlo como si eso pudiera evitar lo que sabía que venía.
Durante el trayecto, Sebastián apenas apartó la vista de la carretera, con su expresión dura y furiosa. No dijo una sola palabra, pero su respiración era pesada, y sus dedos tamborileaban nerviosos contra el volante. Alex se mantenía lo más quieto posible, sin atreverse a mirarlo, solo sintiendo el miedo, arrastrándose por cada rincón de su ser.
Finalmente, el coche se detuvo. Alex reconoció el lugar de inmediato; era la misma casa donde había estado cautivo antes, ese lugar que había jurado no volver a ver. Su corazón se hundió en el pecho, sintiendo que cada paso que daba lo llevaba más y más al abismo. Sebastián lo sacó del coche de un tirón, apretando su brazo con más fuerza, y lo empujó hacia la entrada de la casa.
Lo llevó directamente al sótano, sin una palabra, sin una pausa, solo la firme determinación de alguien que se siente traicionado y busca castigar. Alex apenas respiraba; cada vez que inhalaba, sentía que sus pulmones iban a colapsar por la presión de su miedo.
Cuando llegaron al sótano, Sebastián cerró la puerta tras ellos con un golpe seco. El sonido resonó en las paredes, y Alex se estremeció. El lugar estaba oscuro y frío, el aire era denso y húmedo, cargado de recuerdos dolorosos. Sebastián lo empujó contra una de las paredes, mirándolo con los ojos llenos de rabia.
—Así que pensaste que podías escapar, ¿eh? —su voz era un gruñido, lleno de desprecio—. Pensaste que podías dejarme como un maldito idiota.
Alex no respondió. Sabía que cualquier palabra solo empeoraría las cosas. Sus labios temblaban, pero no se atrevía a abrirlos. Sebastián le propinó una bofetada rápida y contundente que le hizo girar la cabeza hacia un lado.
—¡Te dije que hablaras! —gritó, agarrándolo del cabello y tirándolo al suelo.
Alex cayó, su cuerpo golpeando el suelo con un impacto sordo. No tuvo tiempo de recomponerse antes de que Sebastián se lanzara sobre él, arrancándole la ropa con manos frenéticas. Alex cerró los ojos, sintiendo cómo su corazón se aceleraba aún más; sus sollozos eran casi inaudibles, pequeños y ahogados, pero constantes.
—P-por favor...me d-d-uele
—Sonríe, Alex —ordenó Sebastián con un tono bajo y amenazante.
Alex no pudo hacerlo. Sus labios apenas se movían, temblorosos, llenos de miedo. Sebastián lo miró con desprecio antes de levantar su mano y golpearlo nuevamente, esta vez en el lado opuesto de su rostro.
—¡Te dije que sonrías! —bramó, su voz retumbando en la pequeña habitación.
Alex trató de forzar una sonrisa, pero era una mueca débil, rota, una sombra de lo que solía ser.
Las lágrimas continuaban corriendo por sus mejillas, pero logró levantar las comisuras de sus labios, temblando. Sebastián lo observó por un momento antes de asentir, satisfecho.
—Bien… continúa así hasta que termine —murmuró, con una sonrisa cruel mientras comenzaba a despojarse de su ropa con movimientos rápidos.
Sebastián se lanzó sobre él con una brutalidad que Alex ya conocía demasiado bien. Sus manos viajaban por su cuerpo, apretando con fuerza, dejándole marcas rojas en la piel. Se inclinó sobre él, lamiendo sus pezones, mordiendo con saña. Alex cerró los ojos con fuerza, tratando de soportar el dolor, de mantener esa sonrisa débil en su rostro como le había ordenado.
—¿Creías que podías dejarme? —murmuró Sebastián contra su piel, antes de morderle el cuello con suficiente fuerza como para dejar una marca—. No puedes escapar de mí, Alex. Nunca podrás.
Alex no respondió. Sus sollozos eran cada vez más leves, su respiración entrecortada. Sentía cómo su mente intentaba evadirse, alejarse del dolor, de la vergüenza, pero cada toque de Sebastián lo traía de vuelta, cada mordida, cada golpe.
Sebastián lo penetró sin previo aviso, con un movimiento brusco y rápido que hizo que Alex soltara un pequeño grito de dolor. El sonido pareció complacer a Sebastián, que comenzó a moverse con fuerza, una intensidad que parecía casi desquiciada.
—Vamos, sonríe —susurró cerca de su oído—. Sonríe como lo hiciste antes.
Alex trató de mantener la sonrisa en su rostro, pero era difícil con cada empujón, cada nueva ola de dolor. Sentía que su cuerpo estaba a punto de romperse, que cada parte de él se despedazaba lentamente. Sebastián lamía su cuello, bajaba a sus pezones de nuevo, mordiendo con más fuerza, como si quisiera arrancarle la piel.
—Eso es... así... no te atrevas a dejar de sonreír —dijo Sebastián entre jadeos.
Alex se sentía como si estuviera en otro lugar, su cuerpo temblando incontrolablemente, sus lágrimas cayendo sin parar. No podía dejar de Ilorar, pero mantenía esa sonrisa quebrada, esa expresión rota que le habían ordenado mostrar.
—Eres mío, Alex. Y siempre lo serás —dijo Sebastián con voz oscura, su ritmo volviéndose más frenético, más desesperado.
Alex cerró los ojos aún más fuerte, esperando que todo terminara pronto, que el dolor, el miedo, y el terror se fueran de una vez. Pero sabía que ese final estaba muy lejos, que esto era solo el comienzo de un nuevo infierno.
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Secuestro M- preg
Fanfiction-Mi dulce Angel-Mencionó mientras acariciaba su suave pecho -P-por favor d-dejame volver- las lágrimas bajaban por su mejilla amoratada de tantos golpes -Esta vez solo me importas tu, ni el bebé, ni ese traidor te alejaran de mi lado