La mañana se filtraba lentamente por las cortinas de la habitación, trazando líneas doradas en las paredes grises. Alex se despertó sintiendo el peso del cansancio en su cuerpo, pero lo ignoró. Al abrir los ojos, lo primero que vio fue a Ian en la cuna junto a la cama, dormido plácidamente. Una sensación de alivio lo recorrió; al menos, su bebé estaba a salvo, al menos por ahora.
Alex se sentó en la cama con cuidado, tratando de no hacer ruido. Cada movimiento le recordaba lo frágil que era su existencia en este lugar, un espacio donde cada día se sentía como una lucha por sobrevivir. Acarició suavemente la cabeza de Ian, observando sus pequeños rasgos con una mezcla de ternura y dolor. Se sentía egoísta por querer retenerlo a su lado, por no dejarlo ir a un lugar donde podría estar mejor.
De repente, sintió una presencia detrás de él. Su cuerpo se tensó al instante, y su corazón comenzó a latir más rápido. No necesitaba girarse para saber quién estaba allí. La sombra de Sebastián siempre lo perseguía, como una tormenta amenazante que nunca se alejaba.
—¿Otra vez aquí? —La voz de Sebastián era fría, cargada de una irritación apenas contenida.
Alex tragó saliva, sus manos temblando ligeramente mientras mantenía a Ian cerca de su pecho. No sabía qué decir, qué respuesta podría calmar la rabia que sabía que Sebastián contenía bajo esa máscara de calma.—Yo... él... necesita de mí —murmuró Alex, su voz apenas un susurro. Su miedo era palpable; cada palabra parecía una apuesta arriesgada.
Sebastián frunció el ceño y avanzó unos pasos, cerrando la distancia entre ellos. Con cada paso, Alex sintió cómo su miedo crecía, cómo su cuerpo se preparaba instintivamente para lo peor.
—¿Y qué hay de lo que yo necesito, Alex? —replicó Sebastián, sus palabras cargadas de una amenaza silenciosa.
Alex bajó la mirada, temiendo que si lo miraba a los ojos, vería ese destello de furia que siempre precedía a un estallido. Sus dedos se apretaron alrededor del borde de la cuna, su respiración se aceleró.
—No... no sé, Sebastián. Yo... solo quiero cuidar a Ian —balbuceó, intentando que su voz no temblara demasiado, pero sin mucho éxito.
Sebastián entrecerró los ojos, sintiendo cómo la frustración comenzaba a crecer dentro de él. No podía soportar el miedo en los ojos de Alex, ese miedo que parecía estar siempre presente, sin importar cuánto tiempo pasara. Le recordaba, a cada momento, que Alex no estaba allí por elección, sino porque él lo había obligado.
—¿Quieres cuidarlo, eh? —dijo, su tono volviéndose más afilado—. ¿Y qué hay de mí, Alex? ¿Me vas a seguir ignorando como si no existiera?
Sebastián se acercó más y tomó el brazo de Alex con fuerza, su mano apretando con suficiente presión como para que Alex ahogara un jadeo de dolor. Alex intentó no soltar ningún sonido, pero su miedo era evidente en la forma en que su cuerpo se tensó, en la manera en que sus ojos buscaron desesperadamente algún lugar donde esconderse.
—Sebastián... por favor... —intentó decir, su voz quebrándose a medida que el pánico crecía en su interior.
Sebastián se inclinó hacia él, su aliento cálido y su mirada fija en los ojos asustados de Alex. Sentía una mezcla de enojo y algo más, una necesidad de controlar, de asegurarse de que Alex entendiera su lugar.
—No te atrevas a rogarme —espetó Sebastián, su tono bajo pero cargado de amenaza—. No después de todo lo que has hecho.
Alex sintió una lágrima rodar por su mejilla, pero no dijo nada más. Sus manos temblaban mientras seguía sosteniendo a Ian, que seguía dormido, ajeno a la tensión que llenaba la habitación. El miedo lo mantenía congelado, incapaz de hacer otra cosa que no fuera observar a Sebastián, intentando leer sus intenciones.
Sebastián, sin dejar de apretar el brazo de Alex, miró al bebé. Su expresión cambió ligeramente, como si ver a Ian le recordara algo importante, algo que no quería olvidar. Su mandíbula se apretó, y soltó el brazo de Alex con un gesto brusco, empujándolo levemente hacia la cuna.
—¿Ves? Ni siquiera sabes lo que necesitas —murmuró Sebastián, dando un paso atrás—. Pero te aseguro que vas a aprender a hacerlo bien… a cuidar lo que es mío.
Alex asintió rápidamente, temblando ligeramente. No quería provocar más. Cada segundo que pasaba se sentía como caminar sobre hielo delgado. Ian dejó escapar un pequeño gemido en sueños, y Alex inmediatamente volvió su atención hacia él, tratando de calmarlo.
Sebastián observó esa pequeña escena, sintiendo cómo una mezcla de celos y rabia lo carcomían. Le irritaba esa conexión que Alex parecía tener con Ian, una conexión que él no lograba entender del todo. "¿Por qué no puede mirarme así a mí?" pensó, apretando los dientes.
El silencio entre ambos se hizo más pesado, solo interrumpido por el sonido suave del bebé respirando. Alex, aún tembloroso, acarició la cabecita de Ian, tratando de calmar tanto al pequeño como a sí mismo.
—Solo haz lo que tienes que hacer, Alex —dijo Sebastián finalmente, con voz más baja pero igual de tensa—. Y recuerda… siempre estoy vigilando.
Alex asintió, pero no dijo nada. Sabía que cualquier palabra podría empeorar las cosas. Con el corazón aún latiendo frenéticamente, se centró en Ian, tratando de encontrar un poco de paz en el pequeño
Alex, sin saber que Sebastián estaba reflexionando, continuó con su rutina. Hizo las tareas de la casa, limpió, alimentó a Ian, y trató de mantener su mente ocupada. Cada día era una lucha, pero también un pequeño triunfo por sobrevivir, por no dejarse consumir por el dolor.La tensión en la casa parecía haberse convertido en una constante. Sebastián seguía observando, esperando un cambio en Alex, pero ese cambio no llegaba. Cada día, Alex se mostraba más distante, más perdido en sus pensamientos. Y cada día, Sebastián sentía cómo su control sobre él se volvía más tenue, más frágil.
Una noche, después de una discusión especialmente tensa, Sebastián salió de la habitación, dejando a Alex solo con Ian. Se quedó en la sala, sintiendo una opresión en el pecho que no lograba identificar. Era como si algo en su interior se estuviera desmoronando.
"No puedo perderlo,"pensó, pero ya no estaba seguro de si hablaba de Alex o de sí mismo.
Mientras tanto, en la habitación, Alex sostuvo a Ian cerca de su pecho, sintiendo cómo su respiración comenzaba a calmarse.
—No sé cómo saldremos de esto, pequeño —susurró Alex, acariciando suavemente la mejilla de Ian—. Pero prometo que algún día todo será diferente... te lo prometo.
Alex sabía que era una promesa que no estaba seguro de poder cumplir, pero necesitaba creer en ella. Necesitaba creer que algún día encontraría una salida, una forma de escapar de este infierno que parecía no tener fin.
Sebastián, desde la puerta, escuchaba sus palabras, sintiendo cómo cada una de ellas perforaba su alma con la fuerza de mil cuchillas. Pero esta vez, no dijo nada. Se quedó en silencio, mirando a Alex, preguntándose si alguna vez podría entender el amor que él tenía por Ian, un amor que él nunca había sentido por nadie.
En esa noche fría y silenciosa, ambos sabían que algo había cambiado, pero ninguno de los dos podía decir exactamente qué. Y mientras el tiempo seguía avanzando, solo podían esperar a que el amanecer trajera respuestas, o al menos, un poco de paz.
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Secuestro M- preg
Fanfiction-Mi dulce Angel-Mencionó mientras acariciaba su suave pecho -P-por favor d-dejame volver- las lágrimas bajaban por su mejilla amoratada de tantos golpes -Esta vez solo me importas tu, ni el bebé, ni ese traidor te alejaran de mi lado