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Capítulo: Dudas y Demonios

Max se encontraba en su consultorio, observando las notas que había tomado tras su última visita a la casa de Sebastián. Frente a él, los informes médicos parecían fríos y distantes, meras cifras y datos clínicos que no transmitían la realidad que había presenciado. Dejó caer la pluma sobre la mesa y se frotó las sienes, tratando de despejar su mente de las imágenes que lo habían estado atormentando desde esa mañana.

Cuando Sebastián lo había contratado, todo había parecido sencillo. Un caso más, un trabajo bien remunerado, y una excusa perfecta para mantenerse alejado de los problemas que lo asediaban en la ciudad. Sebastián le había contado historias, hablándole de Alex como si fuera una especie de demonio disfrazado de hombre, alguien que había traicionado su confianza, alguien merecedor de castigo. Al principio, Max había creído esas palabras; no tenía motivos para dudar de Sebastián, un hombre de influencia y dinero. Después de todo, Sebastián le pagaba bien, y él solo tenía que hacer su trabajo.

Pero con cada visita, cada encuentro con Alex, la duda había empezado a sembrarse en su mente como una semilla persistente, creciendo silenciosa e imparable. Alex no parecía un demonio. En vez de eso, lo que Max veía era a un joven tembloroso, con ojos grandes y asustadizos, como un ciervo atrapado en los faros de un automóvil. Sus movimientos eran cautelosos, como si cada paso pudiera desencadenar una tormenta. Y luego estaba Ian, el bebé que Alex sostenía con tanto cuidado, con tanto amor, a pesar de todo lo que había vivido.

Max se recostó en su silla, exhalando un largo suspiro. Aún recordaba la súplica de Alex de aquella mañana: "Por favor, si pudieras llevarte a Ian lejos de aquí…". Había habido tanta desesperación en su voz, tanta fragilidad en su tono, que por un instante, Max casi había sentido lástima por él.

"¿Y por qué crees que haría algo por ti?" Había respondido con frialdad, pero incluso mientras pronunciaba esas palabras, una pequeña chispa de duda había comenzado a arder en su interior.

Se levantó y caminó hacia la ventana, mirando al vacío. Las palabras de Sebastián resonaban en su mente: "Alex es peligroso, Max. No te dejes engañar por su apariencia. Sabe cómo manipular, cómo jugar con la mente de las personas. Es un maestro en el arte de la traición".

Pero Alex no parecía peligroso. En todo caso, parecía vulnerable, casi roto. Había algo en su mirada, algo profundo y triste que Max no podía quitarse de la cabeza. Ese miedo tan palpable, ese temblor en sus manos mientras sostenía a su hijo… ¿era eso realmente una táctica de manipulación? ¿O estaba Alex, de hecho, atrapado en una pesadilla de la que no podía escapar?

Max sacudió la cabeza, tratando de ahuyentar esos pensamientos. No era su problema. Él solo estaba allí para hacer su trabajo, para cuidar de Alex y del bebé. No era su papel cuestionar a Sebastián ni involucrarse más de lo necesario. Pero las dudas seguían martillando en su mente, retumbando como un eco insistente.

Recordaba la forma en que Alex había tratado a Ian durante la revisión. A pesar del miedo evidente, había sido suave, tierno, como un padre que haría cualquier cosa por proteger a su hijo. Había visto muchas cosas en su carrera, pero esa devoción era inconfundible. No era el comportamiento de alguien frío o calculador; era el comportamiento de alguien que amaba profundamente, que estaba dispuesto a cualquier sacrificio por su hijo.

Max frunció el ceño. ¿Había estado equivocado al juzgar a Alex tan rápido? ¿Podría ser que Sebastián no le había contado toda la verdad? Sabía que Sebastián era un hombre poderoso, acostumbrado a conseguir lo que quería, a controlar a los demás. Pero ahora, después de ver a Alex y al bebé, no podía evitar preguntarse si había más en esta historia de lo que Sebastián le había permitido ver.

Se apartó de la ventana y volvió a su escritorio, observando los informes médicos una vez más. Los números no mentían: Alex había tenido un embarazo complicado, su salud seguía siendo delicada, y el bebé necesitaba más atención de la que estaba recibiendo. Pero la frialdad de los datos no reflejaba la realidad humana que había presenciado. Había visto a Alex luchar, día tras día, por su hijo. Había visto su miedo, su desesperación, su amor.

Max se dejó caer en la silla, sintiendo el peso de sus pensamientos. ¿Y si Sebastián se había equivocado? ¿Y si, en su deseo de controlar a Alex, había distorsionado la verdad? Max se preguntó si debería haber investigado más, si debería haberse cuestionado más temprano las palabras de Sebastián.

"Pero, ¿qué puedo hacer yo?" pensó Max, sintiendo un nudo de frustración en su pecho. Si decía algo, si se atrevía a desafiar a Sebastián, podría perder mucho más que su trabajo. Podría enfrentarse a un hombre poderoso, un hombre que no toleraba la desobediencia. Pero, al mismo tiempo, no podía simplemente ignorar lo que había visto. No podía seguir mirando a Alex a los ojos y fingir que no había nada malo.

—Quizás… —murmuró para sí mismo— quizás debería ser más cuidadoso. Observar más de cerca. Tal vez… pueda encontrar una manera de ayudar sin que Sebastián lo sepa.

La idea era peligrosa, pero Max sintió una chispa de determinación en su interior. No estaba seguro de qué era lo correcto, pero sabía que no podía quedarse de brazos cruzados. No mientras veía el miedo en los ojos de Alex, no mientras escuchaba los sollozos silenciosos que a menudo llenaban la casa.

Por ahora, mantendría las apariencias, seguiría haciendo su trabajo. Pero, en el fondo de su mente, las dudas habían echado raíces profundas. Y, por primera vez, Max se permitió preguntarse si estaba del lado correcto de esta batalla.

Quizás Alex no era el demonio que Sebastián le había hecho creer. Quizás, solo quizás, era el verdadero prisionero en esta historia.

Secuestro M- pregDonde viven las historias. Descúbrelo ahora