Las sombras de la noche cubrían el camino de Alex mientras corría sin mirar atrás. Su cuerpo dolía, cada paso era una lucha contra el agotamiento y el miedo. El rostro de Sebastián aún estaba fresco en su mente: los ojos llenos de odio, el grito de rabia, la violencia que había soportado durante semanas. Todo aquello se mezclaba en un torbellino de emociones mientras huía, dejando atrás la casa que había sido su prisión.
Alcanzó un pequeño bosque en las afueras de la ciudad, sus piernas temblorosas apenas podían sostenerlo, pero siguió adelante, impulsado por la desesperación. Al fin, encontró un pequeño refugio bajo un árbol frondoso, donde se acurrucó, intentando en vano detener las lágrimas. Estaba destrozado, física y emocionalmente, pero sabía que no podía detenerse. Tenía que encontrar una manera de escapar para siempre de Sebastián.
Pasaron seis meses, y aunque las cicatrices físicas comenzaron a sanar, las emocionales seguían frescas. Vivía con miedo constante de que Sebastián lo encontrara, de que el hombre que una vez lo había llamado "mi ángel" volviera a arrebatarle su libertad.
Alex ahora se ha convertido en una sombra de lo que alguna vez fue. Ya no es el chico alegre y lleno de vida que solía ser; ahora, es una persona rota, triste, y perturbada, que se asusta con cualquier ruido o movimiento brusco. Después de huir de Sebastián, Alex no pudo quedarse en un solo lugar. El miedo a ser encontrado lo obligó a mantenerse en movimiento, pasando apenas unos días en un pequeño pueblo antes de decidir marcharse nuevamente, siempre mirando por encima del hombro.
Finalmente, en su segundo destino, un pueblo aún más pequeño y apartado, decidió quedarse un poco más, aunque la paranoia nunca lo abandonaba. Encontró un trabajo en una tienda de conveniencia, donde se encargaba de reponer los estantes y atender a los clientes. El trabajo era sencillo, pero cada sonido de la puerta abriéndose le hacía estremecerse, temiendo que fuera Sebastián quien entrara.
Un día, mientras organizaba los productos en los estantes, un hombre mayor que frecuentaba la tienda se acercó a él. Alex, como siempre, mantenía la mirada baja, intentando no llamar la atención.
—Hola, muchacho, ¿cómo estás hoy? —preguntó el hombre con una sonrisa amable.
—B-bien, gracias —respondió Alex, tartamudeando levemente, sin atreverse a mirarlo a los ojos.
El hombre lo observó con curiosidad. Alex había sido muy reservado desde que empezó a trabajar en la tienda, y aunque todos notaban lo nervioso y retraído que era, pocos intentaban hablar con él.
—He notado que últimamente te ves un poco… pálido. ¿Todo está bien? —El hombre lo miró con una mezcla de preocupación y curiosidad.
Alex sintió cómo se le helaba la sangre. ¿Acaso se estaba notando demasiado su embarazo? Se llevó una mano al estómago de forma instintiva, sintiendo el peso de lo que estaba ocurriendo dentro de él.
—S-sí, todo está bien… solo… solo estoy cansado —intentó disimular, pero su voz temblaba.
El hombre lo miró por un momento, como si estuviera a punto de decir algo más, pero decidió no insistir. Dio una pequeña palmada en el hombro de Alex y se despidió, saliendo de la tienda sin más preguntas.
Alex se quedó allí, con el corazón latiendo aceleradamente. La interacción, aunque breve, lo había dejado temblando. No podía permitirse más de esos encuentros; no podía arriesgarse a que alguien descubriera la verdad. No podía soportar la idea de que el fruto de esa noche terrible creciera dentro de él. Sentía que cada día su alma se marchitaba un poco más, consumida por el odio y el desprecio hacia sí mismo, y el miedo constante de ser encontrado.
Mientras tanto, en algún lugar distante, Sebastián no dejaba de buscarlo. El amor que alguna vez sintió por Alex se estaba transformando en una obsesión violenta y peligrosa. En su mente, Alex le había traicionado al escapar, y eso no era algo que pudiera perdonar. La desesperación por encontrarlo crecía día a día, y con ella, la furia. Sebastián estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para recuperarlo, aunque parte de ese amor se estaba convirtiendo en odio.
Sebastián no podía evitar imaginar a Alex como una criatura vulnerable y asustada, y esa imagen lo llenaba de una extraña mezcla de deseo y rabia. Lo que alguna vez quiso proteger, ahora quería poseer y castigar por haberle escapado. Su búsqueda se volvía más implacable con cada día que pasaba. Con su corazón corroído por la ira y el deseo de venganza, estaba cada vez más cerca. Se había convertido en un hombre peligroso, implacable en su búsqueda. No importaba cuánto tiempo llevara, sabía que tarde o temprano encontraría a Alex. Y cuando lo hiciera, le haría pagar cada segundo de sufrimiento que le había causado, transformando lo que alguna vez fue amor en una tortuosa venganza.
El destino de ambos estaba en curso de colisión, una que inevitablemente terminaría en tragedia, pues ni el amor ni el odio que ahora habitaban en Sebastián permitirían que Alex escapara de su sombra. La caza continuaba.
Alex, por su parte, sabía que su vida nunca volvería a ser la misma. El miedo lo había transformado en alguien que apenas reconocía al mirarse al espejo, y la posibilidad de que Sebastián lo encontrara lo mantenía al borde del colapso.
Cada noche, antes de dormir, Alex revisaba todas las cerraduras y ventanas, asegurándose de que estuvieran bien cerradas. Y aunque intentaba convencerse de que estaba a salvo, una parte de él sabía que la paz que había encontrado en ese pequeño pueblo era tan frágil como su espíritu roto.
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Secuestro M- preg
Fanfiction-Mi dulce Angel-Mencionó mientras acariciaba su suave pecho -P-por favor d-dejame volver- las lágrimas bajaban por su mejilla amoratada de tantos golpes -Esta vez solo me importas tu, ni el bebé, ni ese traidor te alejaran de mi lado