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31: Desconfiar del Inocente

El despacho, envuelto en penumbra, era un lugar cargado de la oscura historia de la familia Evans, un refugio de secretos y planes oscuros donde todo volvía a encajar como siempre debió ser. Max, con su mirada determinada y sus heridas aún frescas, se encontraba de pie frente a su padre, listo para enfrentar el peso de sus decisiones.

El padre de Max lo observaba con esa mirada penetrante que había usado para intimidar a sus enemigos y mantener a raya a sus aliados. Encendió un cigarro con la calma de alguien que siempre estaba en control, aunque la tensión en el aire era palpable.

—Pensé que no regresarías vivo. Jajaja. Pero tienes mi sangre, ¿qué más puedo esperar de ti? —empezó su padre, dejando escapar una bocanada de humo mientras lo estudiaba detenidamente—. Pero explícame, ¿qué te trajo de regreso? ¿Quién es esa persona que te hace correr este riesgo?

Max respiró hondo, sintiendo la presión de la mirada de su padre. Sabía que la conversación no sería fácil, pero había llegado hasta allí con un propósito claro.

—Antes que nada, no creía que ibas a prepararme una emboscada. Debo decir que tus hombres eran sorprendentes —respondió Max con una sonrisa tensa, como si desafiara la amenaza que acababa de enfrentar—. Y respecto a lo otro, no es solo una persona, papá. Se llama Alex. —Max hizo una pausa, evaluando la reacción de su padre antes de continuar—. Alex puede embarazarse y ahora tiene un bebé, Ian. Y no es solo un bebé cualquiera; es mi responsabilidad ahora.

El rostro de su padre mostró una mezcla de sorpresa y desdén, pero cuando Max mencionó a Alex, la expresión del hombre se endureció, y una sombra de duda apareció en sus ojos.

—Alex... Un hombre —repitió su padre, como si probara el nombre por primera vez, su tono cargado de desprecio y una sutil incredulidad—. No he sido un Dios para juzgar esos peculiares gustos. No he oído de él. ¿Qué tiene de especial que te haya hecho volver?

Max sabía que la respuesta cambiaría la dinámica de la conversación. Inspiró profundamente antes de continuar, consciente de que cada palabra era una ficha en el juego peligroso que estaba jugando.

—Alex es pareja de Sebastián —soltó Max, observando atentamente la reacción de su padre—. Pero no es por elección. Sebastián lo secuestró y lo ha tenido bajo su control desde entonces.

El padre de Max dejó caer el cigarro, sorprendido por lo que acababa de escuchar. Pisoteó la colilla con fuerza, como si quisiera borrar la revelación con un simple gesto.

—¿Pareja de Sebastián? —dijo, su voz cargada de incredulidad y rabia contenida—. ¿Ese Sebastián? ¿Mi peor enemigo? —Se rió con una frialdad que hizo eco en las paredes del despacho—. No puedo creerlo. Sebastián nunca ha sido del tipo de tener pareja, y menos alguien que pudiera embarazarse. Esto no tiene sentido, Max. ¿Y por qué mierda estabas con Sebastián?

Max sostuvo la mirada de su padre, sintiendo la tensión crecer en el aire. Sabía que estaba desafiando las expectativas y las reglas no escritas de su familia, pero estaba convencido de que debía hacerlo.

—Richard. Alex estuvo con Sebastián porque lo manipuló, lo retuvo a la fuerza —explicó Max, su voz firme—. Cuando salí de aquí, Sebastián me dio una mano y no me enteré de que era tu enemigo. ¿Acaso podía adivinar que de tantas personas llamadas Sebastián, ese era él? Además, he ganado una buena cantidad a su lado.

El padre de Max se cruzó de brazos, su rostro mostrando una mezcla de desconfianza y una rabia fría que parecía aumentar con cada revelación.

—Así que Sebastián, el hombre que no muestra piedad ni lealtad a nadie, tiene a este Alex bajo su control y a mi hijo —murmuró, sus ojos fijos en Max como si evaluara la veracidad de sus palabras—. Y tú crees que traerlo aquí, a nuestro mundo, va a resolver algo. No sabes lo que haces, Max. No confío en nadie que haya estado tan cerca de Sebastián. ¿Cómo puedes estar seguro de que Alex no está jugando para ambos lados? Las personas que mienten y manipulan no son de fiar.

Max sintió la presión de las palabras de su padre, pero no retrocedió. La mención de Sebastián y la duda constante de la lealtad de Alex eran un golpe directo a sus convicciones, pero Max no podía permitirse titubear.

—Sebastián le mintió, papá, o Richard, como prefieras —afirmó Max, su tono lleno de convicción—. Alex no está ahí porque quiere, y esto no es cuestión de lealtad dividida. Alex necesita ayuda, y no voy a darle la espalda. Ian no es solo un bebé, es parte de mi vida ahora. No puedes simplemente desecharlos porque estuvieron cerca de Sebastián.

El padre de Max se mantuvo en silencio por un momento, sus pensamientos claramente evaluando cada palabra de su hijo. Luego, su expresión se endureció aún más, y su voz se volvió más fría.

—Un bebé, ¿eh? —dijo con un tono despectivo—. ¿Y qué si solo fuera un muñequito roto que no puede hacer nada? Al menos tener un hijo lo hace útil para algo. Si no pudiera embarazarse, si no tuviera nada interesante que ofrecer, no valdría ni un segundo de mi tiempo. En mi imperio, no hay espacio para los inútiles, Max.

Max apretó los puños, resistiendo la ira que amenazaba con desbordarse. Sabía que su padre veía a las personas como piezas de ajedrez, útiles solo en la medida en que pudieran contribuir a sus objetivos.

—Ian no es solo una pieza en tu juego, papá. Y Alex no es un simple rehén —replicó Max, manteniendo la calma aunque la tensión se sentía como un peso insoportable sobre sus hombros—. No voy a dejar que sigas viendo a las personas solo por lo que pueden hacer por ti. Alex es más que eso, y yo haré lo que sea necesario para mantenerlos a salvo.

El padre de Max lo miró fijamente, una mezcla de desafío y decepción en su rostro.

—Ten cuidado, Max. Estás jugando un juego peligroso. Si Alex llega a traicionarte, no dudaré en eliminarlo, a él y al bebé. No permitiré que lo que estoy construyendo se convierta en un refugio para traidores y debilidades. Y si te pones en mi camino, tampoco habrá piedad para ti.

Max inspiró profundamente, manteniendo la compostura mientras sentía la ira burbujeando bajo la superficie.

—Te recuerdo que cuando llegué aquí, tú también empezaste con todo, llevando el auto a aquel almacén donde, si no hubiera sido por mí, hubiera muerto a manos de tus hombres. Agradece que te dejé algunos con vida, pero sin algunos dientes. Solo por eso te pido que confíes en mí.

Max se mantuvo firme, su mirada inquebrantable. Sabía que había cruzado una línea peligrosa al regresar y confrontar a su padre, pero estaba decidido a no retroceder. La lucha apenas comenzaba, y Max estaba preparado para enfrentar todo lo que viniera, con la convicción de que estaba haciendo lo correcto, sin importar el costo.

Mientras volvía a salir del despacho, Max sintió el peso de las palabras de su padre como una amenaza constante. Sabía que la verdadera batalla aún estaba por venir, y que cada decisión que tomara podría significar la diferencia entre salvar a Alex e Ian o perderlos para siempre. Pero, a pesar de la incertidumbre, Max estaba dispuesto a luchar con todo lo que tenía, por aquellos que amaba y por la redención de los errores del pasado.

Secuestro M- pregDonde viven las historias. Descúbrelo ahora