37

823 41 4
                                    

Capítulo 37: El Raptor en la Sombra

Habían pasado unos días, todo estaba en calma y Max seguía dandole fuerzas para mantenerse fuerte.

Ahora él y Sebastián intercambiaron un beso al despedirse en la entrada de la casa, un gesto que parecía lleno de afecto pero que Alex sabía estaba impregnado de control. Con Ian en brazos, Alex observó cómo el auto de Sebastián se alejaba, la imagen de su sonrisa desvaneciéndose lentamente en la distancia. Mientras el auto desaparecía en el horizonte, Alex sintió un nudo de ansiedad en su estómago. Era raro tener un momento a solas, sin la presencia constante y vigilante de Sebastián.

Al entrar a la casa, Alex colocó a Ian en su cuna y se dirigió al jardín, donde sus rosales florecían con vibrantes colores, una de las pocas cosas que podía llamar realmente suyas. Trabajar en el jardín le daba un respiro, un espacio donde podía concentrarse y dejar de lado, al menos por un rato, las preocupaciones que lo acechaban constantemente.

El sonido del viento entre las hojas y el aroma de las flores lo envolvían, creando una burbuja de tranquilidad que rara vez encontraba en su vida bajo el dominio de Sebastián. Con cada corte y arreglo, Alex sentía que estaba restaurando un pequeño fragmento de su control sobre su propia existencia.

De repente, un estruendo rompió la calma. Alex alzó la vista justo a tiempo para ver cómo un auto negro irrumpía a través del portón, derribándolo con un estruendo metálico que hizo eco en toda la propiedad. Los guardias que Sebastián había contratado se apresuraron a interceptar el vehículo, pero sus esfuerzos fueron en vano; los hombres armados que descendieron del auto los superaron con facilidad, derribándolos con una fuerza brutal.

El corazón de Alex latía frenéticamente mientras corría de regreso a la casa, sus pensamientos centrados en proteger a Ian. Cerró la puerta con el seguro y se refugió en una de las habitaciones, sosteniendo a Ian contra su pecho. Sentía que sus manos temblaban incontrolablemente mientras trataba de calmar los llantos del bebé.

—Shh, Ian… todo estará bien —murmuró, aunque su propia voz no convencía ni a él mismo.

Los ruidos de pasos pesados y voces autoritarias se acercaban cada vez más. Alex se encogió en la esquina de la habitación, su cuerpo cubriendo al bebé como un escudo humano. El miedo lo paralizaba, cada fibra de su ser estaba en alerta, preguntándose si este sería el final. Si aquellos hombres iban a hacerle daño, ni siquiera Sebastián podría llegar a tiempo para salvarlos.

Finalmente, la puerta se abrió de golpe y unos brazos fuertes lo arrancaron de su refugio. Alex gritó, resistiéndose con todas sus fuerzas mientras Ian lloraba en su brazo. Se aferró a la puerta con toda su fuerza, sus dedos arañando la madera mientras lo arrastraban fuera de la habitación.

—¡Por favor, no me lleven! ¡No he hecho nada! —suplicaba Alex, su voz desgarrada por el miedo—. ¡Déjenme ir! ¡Sebastián! ¡Sebastián! —gritó desesperadamente, su garganta ardiendo con cada intento de llamar a su captor, a su única esperanza de salvación en ese momento.

Los hombres eran implacables, sujetándolo con una fuerza que le hizo doler hasta los huesos. Alex gritó el nombre de Sebastián una y otra vez, pero las súplicas se desvanecieron en el caos del momento. Sus captores lo arrastraron hacia el auto, y antes de que pudiera reaccionar, lo metieron en el asiento trasero con brusquedad, el peso de la desesperación cayendo sobre él.

En el auto, Alex se encontró frente a Richard. El hombre lo observaba con una expresión inescrutable, y Alex se encogió contra la puerta, alejándose lo más posible. El miedo lo embargaba por completo, y su mente volaba con pensamientos de horror: ¿Acaso Richard sería otro loco que buscaba controlarlo? ¿Iba a ser encerrado de nuevo, esta vez por un hombre distinto?

Richard se limitó a mirarlo, sin decir una palabra. La tensión en el aire era sofocante, y Alex apenas podía respirar. No comprendía por qué estaba allí, ni cuál era el propósito de Richard. Todo lo que sabía era que su vida acababa de tomar otro giro inesperado, y el pánico lo invadía al no saber lo que le esperaba.

Las horas pasaron lentamente para Alex. El auto seguía su camino mientras el sol avanzaba por el cielo. Richard seguía mirándolo de reojo, pero no dijo nada, dejándolo hundirse más en su propia ansiedad. Alex no sabía qué esperar, y la incertidumbre lo consumía con cada minuto que pasaba. Mientras tanto, Sebastián continuaba con su trabajo sin saber que Alex e Ian estaban en peligro, su mente completamente absorta en las tareas del día.

Finalmente, Sebastián regresó a casa al finalizar su trabajo. Al llegar, Sebastián llegó a toda velocidad, su auto derrapando mientras frenaba bruscamente en la entrada. Su corazón se aceleró al ver el portón destrozado y los guardias abatidos en el suelo. Un torrente de ira y miedo lo invadió mientras corría hacia la casa, buscando desesperadamente a Alex y a su hijo.

Encontró a uno de los guardias aún con vida, aunque apenas consciente. Con un esfuerzo, el hombre alzó la vista hacia Sebastián, sus labios manchados de sangre mientras intentaba hablar.

—Lo... lo intentamos... —balbuceó el guardia—. Alex… trató de proteger al bebé... gritó su nombre, pero… fueron demasiados...

Las palabras eran como cuchillas cortando la mente de Sebastián y tendría que mantener vivo al hombre con ayuda de Max para que le brindará más detalles. Ahora su ángel, su posesión más preciada, había sido arrebatado de su lado. La furia y la desesperación lo consumieron mientras imaginaba a Alex, aterrorizado y solo, llamando por él y encontrándose con el vacío.

Max llegó poco después, fingiendo sorpresa mientras corría hacia el guardia herido. Sebastián lo miró con sospecha, su mente buscando respuestas en medio del caos. Max intentó tranquilizarlo, asegurándole que haría todo lo posible para ayudar a encontrar a Alex e Ian.

—No te preocupes, Sebastián —dijo Max con una falsa calma, arrodillándose junto al guardia—. Estaremos detrás de ellos. Nadie toca a mi sobrino. Haremos todo lo posible para traerlos de vuelta.

Mientras Max pronunciaba esas palabras, una sensación de alivio se escondía tras su fachada. Sabía que Alex estaba ahora con Richard, su padre, fuera del alcance de Sebastián por un tiempo. Aunque no podía demostrarlo, en su interior se sentía tranquilo, confiado en que su plan estaba en marcha. Mientras ayudaba al guardia, Max observaba a Sebastián, notando cómo el hombre que siempre parecía invencible ahora mostraba grietas en su fachada.

Sebastián, consumido por la rabia y el miedo, apenas pudo asimilar las palabras de Max. Se dirigió al interior de la casa, pasando por los restos de su vida perfectamente controlada que ahora se desmoronaba ante sus ojos. Cada paso resonaba con la ira de un hombre que lo había tenido todo y ahora enfrentaba la posibilidad de perder lo que más amaba.

Para Alex, el viaje en el auto fue una espiral de miedo y confusión. Miraba a Richard de reojo, sin entender quién era este hombre que lo había arrancado de su hogar y lo tenía atrapado en un nuevo juego de poder. Alex no podía dejar de temblar, cada vibración del auto le recordaba cuán frágil era su situación.

Mientras el auto avanzaba, Alex se encogió en su asiento, aferrándose a Ian como si su vida dependiera de ello. Su mente era un torbellino de dudas y terror, preguntándose si alguna vez vería el final de este nuevo capítulo de su pesadilla. Para él, el futuro se extendía como un laberinto oscuro, lleno de peligros y decisiones imposibles, donde cada paso podía ser el último.

Mientras Richard lo observaba, Alex solo podía pensar en una cosa: ¿Quién era este hombre que ahora tenía su destino en sus manos? Y más importante aún, ¿qué quería de él?

La única certeza que tenía era el latido rápido del corazón de Ian contra su pecho, un recordatorio constante de que, pase lo que pase, no estaba solo en esta lucha. A pesar de todo el miedo y la incertidumbre, Alex sabía que debía mantenerse fuerte, no solo por él mismo, sino por la pequeña vida que dependía de él.

Y mientras el auto se perdía en la lejanía, Sebastián, impulsado por una mezcla de furia y desesperación, juró que haría lo que fuera necesario para recuperar a su ángel, sin importar cuántos enemigos tuviera que aplastar en el camino.

Secuestro M- pregDonde viven las historias. Descúbrelo ahora