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El amanecer se colaba por las cortinas de la habitación, pero para Alex, el nuevo día no traía ninguna promesa de alivio. Su mente estaba atrapada en un ciclo interminable de miedo, desesperación y agotamiento. Cada latido de su corazón parecía llevar consigo un peso insoportable, como si cada segundo que pasaba lo hundiera más en el abismo de su propia miseria.

Después de días de encierro, sin más compañía que la de Sebastián, Alex comenzó a concebir un plan de escape. No era un plan perfecto, ni siquiera un plan que garantizara su éxito, pero era lo único que tenía. Su mente trabajaba febrilmente, buscando cada detalle, cada oportunidad que pudiera utilizar. Sabía que no podía confiar en nadie. Ni siquiera en el médico, que había demostrado ser frío e indiferente a su sufrimiento. Estaba solo, y si quería sobrevivir, tendría que ser inteligente.

EL PLAN

La primera parte del plan de Alex era ganar más la confianza de Sebastián. Aunque le repugnaba la idea de seguir fingiendo afecto, sabía que era la única forma de mantener a Sebastián desprevenido. Tendría que volverse aún más complaciente, más cariñoso, incluso si eso significaba enterrar sus propios sentimientos de odio y desesperación aún más profundo.

Alex también sabía que necesitaba observar mejor las rutinas de Sebastián. Cada detalle era crucial: los momentos en que Sebastián se distraía, cuando salía de la casa o cuándo estaba más relajado. Quizás, en uno de esos momentos, podría encontrar una manera de salir sin ser notado.

Su mente también divagaba hacia las llaves de la casa. Recordaba que Sebastián solía dejarlas sobre la mesa de la cocina, junto a su billetera. Si podía tomar las llaves sin que Sebastián se diera cuenta, tendría una oportunidad de abrir la puerta y correr. Pero incluso si lograba salir, ¿a dónde iría? Estaba en un lugar desconocido, aislado. La sola idea de huir a la nada le aterraba, pero prefería eso a seguir viviendo en esa pesadilla.

Pero mientras planificaba su escape, Alex no podía ignorar el dolor que sentía en su interior. El bebé, aquel ser inocente que crecía dentro de él, era un recordatorio constante de lo que había sufrido. No podía soportar la idea de llevar en su vientre el fruto de una violación, de un abuso que no solo había destrozado su vida, sino que ahora amenazaba con perpetuarse a través de una nueva vida que no deseaba.

Esa noche, mientras fingía estar dormido junto a Sebastián, Alex sintió una nueva ola de desesperación. Quería gritar, llorar, arrancarse la piel, hacer cualquier cosa para escapar del sufrimiento que lo consumía. Pero en lugar de eso, se quedó quieto, apretando los puños bajo las sábanas mientras las lágrimas corrían silenciosamente por su rostro.

"LA SOSPECHA"

Sebastián, aunque no lo mostraba abiertamente, empezaba a notar ciertos cambios en Alex. Se volvía más callado, más distante en ciertos momentos, aunque seguía siendo cariñoso cuando se le acercaba. Sin embargo, algo en su instinto le decía que había algo que no estaba bien.

Una mañana, mientras observaba a Alex preparar el desayuno, Sebastián notó la forma en que su pequeño estómago comenzaba a abultarse. No podía evitar pensar en las similitudes con un embarazo femenino. Había leído lo suficiente para saber que los síntomas del embarazo podían ser similares, y aunque nunca había imaginado que algo así podría suceder, la idea comenzó a formarse en su mente.

-¿Cómo te sientes, mi amor? -preguntó Sebastián, intentando mantener su voz suave, pero con una ligera nota de preocupación.

-Estoy... bien... -respondió Alex, sin levantar la vista.

Sebastián se acercó a él, colocando una mano en su vientre, sintiendo el leve bulto bajo sus dedos. Alex se tensó al instante, su corazón martillando en su pecho.

-Estás... ¿estás seguro de que estás bien? -preguntó Sebastián, su voz ahora teñida de una preocupación más evidente.

Alex no pudo evitarlo. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, silenciosas al principio, pero luego incontrolables. Se apartó ligeramente, sintiendo que su mundo se desmoronaba.

-No llores, mi pequeño. Si hay algo que te preocupa, puedes decírmelo -dijo Sebastián, tratando de consolarlo, pero con una creciente sospecha en su interior.

Alex solo negó con la cabeza, incapaz de hablar. Sentía que cualquier palabra que saliera de su boca lo delataría, que cualquier intento de explicación solo empeoraría las cosas. Pero su mente no podía dejar de repetirse una y otra vez: "No quiero a este bebé. No quiero ser madre. No quiero esto."

Sebastián lo abrazó, y aunque el gesto era reconfortante, también lo hacía sentir aún más atrapado. Su plan de escape parecía cada vez más lejano, más imposible. Cada día que pasaba, la realidad de su situación se volvía más aplastante, y la idea de que podría estar embarazado, de que tendría que dar a luz al hijo de su captor, lo llenaba de una desesperación tan profunda que sentía que se estaba ahogando.

Mientras seguían abrazados, Sebastián, tratando de aliviar la tensión, murmuró:

-Sabes, siempre he soñado con tener un hijo que se parezca a mí. Un niño fuerte y hermoso, con tu dulzura y mi...-se detuvo, dudando-. Pero tú no me dices nada. Te veo decaído, más cada día. ¿Por qué me ocultas lo que sientes?

Alex sintió un nudo en la garganta al escuchar esas palabras. El contraste entre la idea de Sebastián de un futuro feliz y la pesadilla que él vivía era demasiado cruel.

-Yo... no es nada... -murmuró Alex, luchando por mantener la compostura, pero sus ojos delataban su angustia.

Sebastián se apartó un poco, mirándolo a los ojos con una mezcla de frustración y enfado.

-No puedes seguir así, Alex. No puedes seguir mintiéndome. ¡Si algo te está afectando, deberías decírmelo! -Su tono se endureció, y aunque no alzó la voz, la tensión era palpable-. Esto no es bueno para ninguno de los dos. Empieza a parecer que no confías en mí.

Alex tragó saliva, sintiendo que el suelo bajo él se desmoronaba. No podía decirle la verdad, pero tampoco podía seguir soportando esa presión. Cada vez que Sebastián mencionaba la idea de un futuro juntos, de un hijo, de una familia, era como si le clavara un cuchillo en el corazón.

Sebastián, viendo que Alex no respondía, soltó un suspiro exasperado y se apartó, cruzándose de brazos. La frustración en su rostro era evidente, pero trató de suavizar su tono.

-No quiero seguir discutiendo sobre esto. Pero Alex, quiero que sepas que no puedo ayudarte si no me dejas entrar. No puedo... -vaciló, mirando el pequeño bulto en el vientre de Alex-. No puedo ser el padre que nuestro hijo necesita si tú no confías en mí.

Las palabras resonaron en la mente de Alex como un eco doloroso. "Nuestro hijo". La sola idea lo llenaba de un rechazo visceral. Sentía que llevaba dentro de sí una parte del horror que había vivido, una extensión del tormento que Sebastián le había infligido. No podía soportar esa idea, no podía reconciliarse con ella.

Esa noche, mientras Sebastián dormía a su lado, Alex se quedó despierto, mirando al techo y sintiendo el peso de su destino sobre sus hombros. Sabía que tenía que escapar, sabía que no podía quedarse allí para siempre. Pero también sabía que su tiempo se estaba acabando, y que cada día que pasaba lo acercaba más a un punto sin retorno.

En su mente, el plan de escape seguía tomando forma, pero con cada día que pasaba, la realidad lo hacía sentir más pequeño, más insignificante. Era como si las paredes de la casa se cerraran lentamente sobre él, y la oscuridad que lo envolvía no tuviera fin.

Secuestro M- pregDonde viven las historias. Descúbrelo ahora