La revelación del embarazo había cambiado la dinámica entre Sebastián y Alex, llevando la ya tóxica relación a nuevas profundidades de sufrimiento. Sebastián, quien una vez había mostrado una retorcida ternura, ahora dejaba salir su verdadera naturaleza. El amor que decía sentir por Alex se transformó en algo mucho más oscuro y peligroso.
Días después de la confrontación, la casa se había convertido en un campo de batalla emocional. Sebastián apenas se contenía, y su frustración se reflejaba en cada interacción con Alex. Las caricias que antes eran forzadas pero delicadas se convirtieron en garras que se aferraban con dolor. La paciencia había desaparecido, reemplazada por una necesidad violenta de control y dominio.
-¡Levántate! -gritó Sebastián una mañana, tirando de las sábanas que cubrían a Alex, quien apenas tenía la fuerza para moverse. El cuerpo de Alex estaba magullado, no solo por los golpes, sino también por las noches en las que Sebastián había desahogado su ira de la manera más cruel imaginable.
Alex no respondió de inmediato, su mente estaba nublada por el dolor y el cansancio. Sabía lo que vendría si no obedecía, pero el simple hecho de levantarse de la cama era una tarea monumental.
Sebastián, irritado por la falta de respuesta, se abalanzó sobre él, agarrándolo por el cabello y forzando a mirarlo.
-¡Te dije que te levantes! -rugió, su rostro deformado por la ira.
-Por favor... -susurró Alex, su voz débil y entrecortada. No tenía la energía para resistir. Cada día que pasaba se sentía más débil, más derrotado, más sumido en una oscuridad de la que parecía no haber salida.
-¡No, por favor! -Sebastián lo arrastró de la cama y lo lanzó al suelo-. Eres mío, ¿entiendes? Este bebé es mío, y harás lo que te diga.
Las lágrimas brotaron de los ojos de Alex mientras intentaba contener los sollozos. Había dejado de resistirse hacía tiempo, pero ahora, con el embarazo, sentía que su cuerpo no le pertenecía en absoluto. Sebastián lo utilizaba como un objeto, una herramienta para su retorcido sueño de formar una familia.
Las siguientes semanas fueron un infierno. Cada vez que Sebastián miraba a Alex, veía no solo al joven que decía amar, sino también a alguien que lo desafiaba con su sufrimiento. Este desafío, real o imaginario, lo enfurecía aún más. La violencia escaló de lo físico a lo sexual, cada acto era una demostración de poder, una forma de reforzar el control absoluto que tenía sobre Alex.
Una noche, después de que Sebastián había forzado a Alex de la manera más brutal, ambos yacían en la cama. Sebastián, satisfecho con la sumisión de Alex, se durmió rápidamente, mientras Alex, destrozado y apenas consciente, luchaba por mantenerse despierto. Pero esa noche algo cambió. En su dolor, Alex encontró una chispa de supervivencia, una desesperada necesidad de escapar, sin importar lo que le costara.
El odio de Sebastián hacia Alex había comenzado a mezclarse con su amor enfermizo. El simple hecho de que Alex pudiera estar guardando un secreto, o que pudiera estar sufriendo sin decírselo, era intolerable para él. Pero esa noche, el odio de Sebastián no pudo detener la decisión que Alex tomó.
Cuando se aseguró de que Sebastián estaba profundamente dormido, Alex, con un dolor insoportable, se deslizó fuera de la cama. Cada movimiento le recordaba lo maltrecho que estaba, pero su determinación era más fuerte que el dolor. Sabía que si se quedaba, moriría, si no físicamente, al menos en espíritu.Descalzo y temblando, Alex cruzó la habitación con el mayor sigilo posible. La casa estaba en silencio, un silencio que en cualquier otro momento lo habría aterrorizado, pero ahora le daba fuerzas. Llegó a la puerta de la habitación, y, con una última mirada hacia la cama donde Sebastián dormía, abrió la puerta y salió al pasillo.
La adrenalina lo empujaba a seguir adelante, aunque sus piernas amenazaban con fallarle en cualquier momento. Bajó las escaleras, sus pies apenas tocando los escalones para evitar hacer ruido. En su mente, solo una palabra resonaba: libertad.
Finalmente, llegó a la puerta principal. La gran entrada que durante tanto tiempo había simbolizado la prisión en la que vivía, ahora era su única salida. Con manos temblorosas, giró el picaporte y la puerta se abrió con un suave crujido.
El aire frío de la noche golpeó su rostro, dándole la bienvenida a la oscuridad exterior. Alex no dudó. Salió de la casa, dejando atrás todo, con la única esperanza de escapar del infierno en el que había estado viviendo.
Pero mientras Alex corría hacia su libertad, la oscuridad dentro de la casa comenzó a despertar. Sebastián, aún medio dormido, sintió el vacío en la cama junto a él. Abrió los ojos lentamente, y cuando vio que Alex no estaba allí, una furia ciega lo invadió.
-¿Alex? -llamó, pero el silencio que le respondió le hizo entender lo que había sucedido.
Sebastián se levantó de un salto, su mente luchando entre el amor obsesivo que sentía por Alex y el odio que empezaba a brotar, un odio nacido del hecho de que había sido desafiado, traicionado. Su hermoso plan de tener una familia perfecta se derrumbaba.
Con una mezcla de desesperación y rabia, corrió hacia la puerta. Cuando salió al exterior, el aire frío lo golpeó, pero no lo detuvo. Gritó el nombre de Alex en la oscuridad, su voz llena de una furia asesina que hizo eco en la noche.
-¡Alex! ¡Vuelve aquí! -gritó, pero la única respuesta fue el silencio.
Mientras corría frenéticamente por la propiedad, buscando alguna señal de Alex, el amor que había sentido por él comenzó a distorsionarse, transformándose en algo más oscuro. Si lo encontraba, lo haría pagar por esta traición. Lo amaba, sí, pero también lo odiaba ahora, con una pasión que nunca antes había sentido.
Alex, a lo lejos, oyó los gritos de Sebastián y apretó el paso, sus lágrimas cayendo sin cesar mientras luchaba por escapar. Sabía que si lo atrapaba, sería el fin. Pero en ese momento, el dolor de su cuerpo, el miedo en su corazón, todo se fusionó en una determinación desesperada.
No sabía cuánto tiempo podría correr, ni dónde terminaría, pero sabía una cosa con certeza: no volvería. No podía volver. Su vida, y la del bebé que llevaba dentro, dependían de ello.
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Secuestro M- preg
Fanfiction-Mi dulce Angel-Mencionó mientras acariciaba su suave pecho -P-por favor d-dejame volver- las lágrimas bajaban por su mejilla amoratada de tantos golpes -Esta vez solo me importas tu, ni el bebé, ni ese traidor te alejaran de mi lado