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Capítulo 26: Ataduras Invisibles

Alex se quedó acurrucado en la cama mucho después de que Sebastián se hubiera ido. El dolor en su cuerpo era constante, pero el dolor en su mente era mucho peor. Todo se sentía desordenado, roto, como si estuviera atrapado en una pesadilla sin fin. Ian seguía llorando suavemente desde la cuna, sus pequeños sollozos eran el único sonido en la silenciosa habitación. Alex intentó levantarse, pero sus piernas temblaban demasiado, y se dejó caer nuevamente contra la almohada.

Pensó en su tía, la mujer que siempre lo había tratado con cariño, aunque sus vidas fueran complicadas. Ahora, esa figura que alguna vez significó refugio se desdibujaba en un mar de miedo y desesperación. Alex recordaba cómo había salido esa noche, furioso, dejando atrás un hogar y una vida que ahora parecían inalcanzables. "¿Cómo pude olvidarlo? Ella me esta buscando… le importo a alguien", se repetía a sí mismo, aferrándose a la idea como a un salvavidas en medio de una tormenta. Sin embargo, la realidad lo golpeaba: estaba atrapado, sin salida y con un futuro incierto.

La puerta se abrió de nuevo, y Alex se sobresaltó, su cuerpo se tensó instintivamente, pero en lugar de Sebastián, fue Max quien entró. Max lo miró por un momento, sus ojos reflejando una mezcla de emociones que Alex no podía descifrar del todo. Había desdén, sí, pero también algo más, una especie de compasión que lo hacía aún más incómodo. Max se acercó lentamente, sin decir nada, y Alex, aún temblando, apartó la mirada, sintiendo la vergüenza que lo invadía.

—Vine porque escuché a Ian llorar —dijo Max con voz neutra, aunque sus ojos se detuvieron en el labio partido de Alex y en los moretones visibles que cubrían su piel. Sin preguntar, se dirigió a la cuna y tomó a Ian, acunándolo con sorprendente suavidad. Ian dejó de llorar al instante, como si percibiera la calma que Max intentaba transmitir.

Alex se quedó en silencio, observando cómo Max se movía por la habitación, buscando en un pequeño botiquín de primeros auxilios que había en la esquina. Max regresó y, sin decir nada, comenzó a limpiar las heridas de Alex con movimientos precisos. La incomodidad entre ellos era palpable, pero Max continuó, sus manos firmes pero cuidadosas, casi como si temiera romper algo frágil.

—¿Por qué haces esto? —preguntó Alex con voz débil, su garganta seca y sus palabras cargadas de miedo. No estaba acostumbrado a la amabilidad, no después de tanto tiempo de recibir solo violencia y desprecio.

Max no respondió de inmediato, sus ojos se clavaron en el moretón que se estaba formando en la mejilla de Alex. Se quedó en silencio, pensando en todas las veces que Sebastián le había contado historias sobre Alex, pintándolo como un ser traicionero, alguien que solo traería problemas. Pero sentado allí, viendo cómo Alex apenas se sostenía, Max ya no pudo ignorar lo que estaba frente a él.

—Estoy convencido de que no eres lo que me dijeron —respondió finalmente, su tono más suave de lo que esperaba—. No sé qué pasó antes, pero puedo ver que… que no estás aquí porque quieras.

Alex asintió, demasiado cansado para discutir.

—Creia que no te a-agradaba— Dijo Alex tratando de no llorar

— No lo hacías en un inicio y me disculpo por ello.

Sus ojos seguían los movimientos de Max mientras este terminaba de limpiar sus heridas. A cada toque, Alex contenía el aliento, esperando un dolor que no llegó. Max, con su semblante severo, pero sus acciones cuidadosas, representaba un enigma. Alex no sabía si confiar en él, pero en ese momento, cualquier cosa era mejor que estar solo.

—Gr-gracias —murmuró Alex, sus palabras que apenas audibles. Max lo miró por un segundo, luego asintió, sin decir más. Se dirigió hacia la puerta, con Ian aún en brazos, y antes de salir, se volvió hacia Alex.

—Cuidaré de Ian por un rato. Tú descansa —dijo Max, y salió de la habitación, cerrando la puerta suavemente tras él.

Alex se quedó solo de nuevo, sus pensamientos enredándose en su mente. Se sentía más vulnerable que nunca, no solo por las heridas físicas, sino por la invasión de recuerdos y la renovada esperanza de que alguien lo buscara. Sebastián había prometido que lo cuidaría, pero en su lugar lo había convertido en un prisionero. Cada día, cada momento de sufrimiento, reforzaba la realidad de que el amor que Sebastián decía sentir no era más que una ilusión cruel, una obsesión disfrazada de afecto.

Aunque creía que sus lamentos nunca eran escuchados siempre alguien estaba presente, hace algunas horas atrás.

Max caminaba por el pasillo de la casa, su mente aún dando vueltas en torno a lo que había presenciado. Mientras lo hacía, sus pensamientos se dirigieron a la conversación que había escuchado entre Sebastián y uno de sus hombres. Las palabras todavía resonaban en su cabeza, frías y definitivas.

—Asegúrate de que desaparezca. No quiero dejar cabos sueltos —había ordenado Sebastián con una tranquilidad escalofriante. Max se había quedado quieto, fingiendo que no había escuchado nada, pero el nudo en su estómago solo crecía.

"Van a matar a su tía", pensó Max, una sensación de desasosiego apoderándose de él. Sabía que Sebastián podía ser cruel, pero escuchar cómo planeaba acabar con la única persona que aún buscaba a Alex lo llenó de una sensación de repulsión que no pudo ignorar. La imagen de Alex, tan frágil y asustado, volvía a su mente constantemente.

Max ya no tenía dudas. "Estoy totalmente convencido", pensó, la determinación endureciendo su expresión. Todo lo que Sebastián le había contado sobre Alex se desmoronaba cada vez que veía a Alex sosteniendo a Ian con ternura, cantando canciones para calmarlo, o simplemente tratando de mantener una semblanza de normalidad en medio de su caos personal.

Mientras caminaba de regreso a la habitación de Alex, Max empezó a considerar seriamente la posibilidad de regresar a la vida que había dejado atrás. Su padre, un hombre de recursos y conexiones, podría ser la clave para proteger a Alex y a Ian. Max había renunciado a todo eso hace años, buscando una vida sencilla y alejada de las sombras de su familia. Pero ahora, frente a la posibilidad de salvar a alguien, la idea de volver no le parecía tan descabellada.

Max regresó a la habitación y encontró a Alex dormido, su cuerpo pequeño encogido en la cama como si intentara protegerse de un mundo demasiado cruel. Se quedó observando por un momento, sintiendo una punzada de compasión que nunca antes había permitido que floreciera. Ian dormía tranquilamente en su cuna, y Max, con una suavidad que no había mostrado en mucho tiempo, cubrió a Alex con una manta ligera antes de salir.

Al cerrar la puerta, Max se quedó en el pasillo, pensando en la frágil línea que separaba la lealtad de la humanidad. Sabía que no podía desafiar abiertamente a Sebastián, pero tal vez, solo tal vez, había una forma de ayudar a Alex sin poner en riesgo todo lo que había construido. Max se alejó, con una determinación renovada, sabiendo que pronto tendría que tomar una decisión.

"Si tengo que salvar a alguien, será a ellos", pensó Max, cada vez más convencido de que debía hacer algo drástico.

Sebastián había construido su vida sobre mentiras y manipulación, pero Max no estaba dispuesto a seguir ciegamente sin cuestionar. Había llegado el momento de mirar más allá de las palabras y encontrar la verdad en los pequeños actos de bondad que Alex mostraba, incluso en medio de su propio sufrimiento.

Secuestro M- pregDonde viven las historias. Descúbrelo ahora