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Capítulo 38: La Mansión del Lobo

Habían pasado dos días desde que Alex fue llevado a una imponente mansión en el bosque. Los días transcurrieron lentamente, cada minuto teñido de una ansiedad que se aferraba a su mente y cuerpo. La mansión, con sus largos pasillos vacíos y habitaciones oscuras, se sentía como una jaula dorada. No había forma de escapar, ni de comunicarse con el mundo exterior. Richard había mantenido a Alex bajo una constante vigilancia, siempre rodeado de guardias que vigilaban cada uno de sus movimientos, aunque nunca de forma abiertamente hostil. Sin embargo, el peso de la incertidumbre era una carga constante.

Durante esos dos días, Richard había sido distante pero observador, apenas intercambiando palabras con Alex. En lugar de respuestas, Alex solo recibía miradas calculadoras, como si Richard estuviera estudiando cada gesto, cada palabra y reacción. El ambiente era tenso, lleno de silencios incómodos y sospechas veladas. Alex se sentía como un ratón atrapado en un laberinto sin salida, siempre bajo la mirada del depredador.

Alex había intentado mantenerse lo más tranquilo posible por Ian, pero la tensión constante lo agotaba. Ian, por su parte, seguía llorando y quejándose, afectado también por la atmósfera de la mansión. Los intentos de Alex por calmarlo y alimentarlo a veces eran interrumpidos por la presencia intrusiva de Richard o de los guardias que patrullaban el lugar.

En esos dos días, no hubo comunicación con Sebastián, ni señales de que alguien fuera a rescatarlos. Para Alex, cada hora que pasaba era un recordatorio doloroso de su vulnerabilidad y su completa falta de control sobre la situación. Temía que cada nuevo amanecer solo lo acercara más a un destino que no podía prever.

Al tercer día, Richard finalmente rompió el silencio. Lo llevó a una sala amplia, decorada con muebles antiguos y grandes ventanales que dejaban entrar la luz del sol, pero que no aliviaban la opresiva sensación de encierro. Richard se sentó frente a él, su postura relajada pero su expresión implacable, como si este fuera solo el comienzo de una conversación mucho más larga y profunda.

—Quiero respuestas —dijo Richard, su voz firme y sin rastro de la cordialidad que había mostrado los días anteriores—. Durante estos dos días te he observado, y aún no confío en tu historia. Necesito saber quién eres realmente y cuál es tu papel en todo esto.

Alex sintió su garganta secarse. Ian, en sus brazos, comenzó a llorar de nuevo, como si pudiera sentir la tensión en el aire. Alex lo balanceó suavemente, intentando calmarlo mientras su propio corazón latía desbocado. No sabía qué más podía decirle a Richard, que aún no había logrado convencerlo de su inocencia.

—Ya le dije todo lo que sé —replicó Alex con la voz temblorosa—. Yo no... no tengo nada que ver con lo que sea que piense, si crees que estoy metido en algún negocio con Sebastián te equivocas. Solo quiero estar a salvo con mi hijo. ¡Por favor, ya no más preguntas!

Richard no pareció inmutarse. Se acercó un poco más, sus ojos fijos en Alex como si intentara desentrañar algún secreto oculto en su mirada. Sin previo aviso, tomó la mano de Alex, fijándose nuevamente en el anillo que llevaba puesto.

—Este anillo... —empezó Richard, apretando la mano de Alex con una fuerza que no dejaba lugar a dudas sobre su intención de intimidar—. ¿Es una señal de lealtad a Sebastián? ¿O es simplemente un símbolo vacío?

Alex tiró de su mano, tratando de liberarse, pero Richard no cedió. El miedo lo envolvió con más fuerza mientras Richard seguía cuestionándolo, buscando respuestas que Alex no tenía o que ya había dado una y otra vez.

—No es... no es lo que usted piensa —insistió Alex, casi en un susurro, con la desesperación al borde de su voz—. Yo no sé nada de esto, yo fuí raptado, ni siquiera lo conozco. ¡Por favor, yo solo quiero proteger a mi hijo!

Richard lo soltó finalmente, pero la intensidad de su mirada no disminuyó. Parecía debatirse internamente, como si intentara decidir si Alex estaba siendo sincero o si era solo un actor hábil enredado en una mentira.

—A veces pienso que solo podrías ser un lobo en una piel de cordero, y de ser así he de decir que eres un lobo muy sensual—murmuró Richard, casi para sí mismo—. Igual que Sebastián, una rata asquerosa. Y si es así, te advierto: no dudaré en hacer lo necesario. No soy un hombre que tolera las mentiras. Y si todo esto es una trampa...

Las palabras de Richard perforaron la mente de Alex, llenándolo de un terror que lo dejó sin aliento. No sabía por qué estaba siendo comparado con Sebastián ni qué tipo de amenaza representaba para Richard. Todo lo que sabía era que la situación se volvía cada vez más peligrosa y que él estaba en el centro de un juego que no comprendía.

Alex respiró hondo, tratando de calmar el temblor de su cuerpo mientras juraba una vez más que no estaba mintiendo. Pero Richard no parecía convencido, y el aire entre ellos se volvió más pesado con cada segundo que pasaba.

La tensión fue interrumpida de golpe cuando la puerta de la sala se abrió y Max entró apresuradamente, su expresión de preocupación evidente al ver a su padre frente a Alex. Max cruzó la sala rápidamente, su mirada fija en Richard con una mezcla de irritación y sorpresa.

—¡¿Qué demonios haces, padre?! —exclamó Max, su voz cargada de reproche—. Te dije que trajeras a Alex aquí y le asegurases que todo estaría bien. No que lo sometieras a un interrogatorio.

Richard se giró hacia Max, su expresión impasible a pesar de las palabras de su hijo. Alex observó a Max, aún procesando el shock de ver a Max junto a Richard y la revelación de que eran padre e hijo. Todo lo que había creído hasta ahora se sentía incierto, como si el suelo bajo sus pies estuviera a punto de derrumbarse.

Max se arrodilló al lado de Alex, tratando de calmarlo con una mano en su hombro mientras Ian continuaba llorando.

—Tranquilo, Alex —dijo Max con voz suave—. Lamento que mi padre te haya tratado así. No era su intención, y yo estoy aquí para asegurarme de que estés bien. Todo esto es un malentendido, y no volverá a suceder.

Alex lo miró, aún sin palabras, su mente luchando por asimilar lo que estaba pasando. Max estaba allí, y de alguna manera, su presencia debía ser tranquilizadora, pero la presencia de Richard y las palabras que había pronunciado seguían resonando en su mente.

—¿Quién es este hombre? —preguntó Alex como si no hubiera escuchado lo que dijo Max, mirando a Max con desesperación—. ¿Por qué me trajo aquí? No entiendo nada de esto.

Max tomó una respiración profunda antes de responder, su mirada fija en Richard antes de volverse hacia Alex.

—Es mi padre, Alex. Richard es mi padre. Y él solo quiere asegurarse de que todo esté bajo control. Pero no te preocupes, yo me encargaré de todo. Estás a salvo aquí, con nosotros.

Alex se quedó en silencio, incapaz de comprender cómo todas estas personas encajaban en el caótico rompecabezas en el que se había convertido su vida. Max estaba allí, junto a Richard, y ambos decían querer protegerlo, pero ¿qué significaba eso realmente?

Max se puso de pie y enfrentó a su padre con una expresión firme.

—No debiste asustarlo así —dijo Max, con reproche evidente en su tono—. Alex ha pasado por mucho. Necesita comprensión y apoyo, no más amenazas y preguntas.

Richard lo miró en silencio, una batalla de voluntades reflejada en sus miradas. Finalmente, Richard asintió, aunque sin una disculpa directa, indicando que cedería a la insistencia de su hijo.

Alex, observando a los dos hombres frente a él, sintió que aún no tenía todas las respuestas. La situación seguía siendo un enigma enredado, y él estaba atrapado en medio, sin saber en quién podía confiar verdaderamente.

La realidad de su encierro en la mansión y las conexiones entre Max y Richard seguían siendo un misterio, uno que Alex no estaba seguro de querer resolver, pero del cual sabía que no podía escapar fácilmente. Mientras tanto, su prioridad seguía siendo Ian, y protegerlo de cualquier amenaza, sin importar cuán cercana o lejana pudiera parecer.

Secuestro M- pregDonde viven las historias. Descúbrelo ahora