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Capítulo 29: Un Día de Tormenta

La lluvia golpeaba suavemente contra la ventana, y los truenos lejanos retumbaban como un eco sordo, preludio de la tormenta que se acercaba. Alex estaba de pie junto a la ventana de su habitación, meciendo a Ian en sus brazos, el pequeño envuelto en una manta azul que lo mantenía cálido y protegido del frío. Los ojos de Alex, siempre tristes y llenos de una melancolía silenciosa, seguían cada gota que resbalaba por el cristal, como si esperara que el paisaje gris pudiera ofrecerle algún tipo de respuesta o consuelo.

Aunque Sebastián le había concedido permiso para salir después de días de encierro, la tormenta lo mantenía prisionero de nuevo, atrapado en una jaula de paredes lujosas que solo acentuaban su soledad. Ian gimió suavemente, y Alex lo acunó más cerca, su pequeño cuerpo ofreciendo el único calor que le quedaba en ese lugar. Era difícil no pensar en Max, y en cómo, poco a poco, había dejado de verlo como una amenaza para empezar a considerarlo como un atisbo de esperanza.

—¿Dónde estará? —murmuró Alex en voz baja, sin apartar la vista de la ventana. Era una pregunta que flotaba en su mente más a menudo de lo que se atrevía a admitir, pero sabía que no podía expresarla en voz alta. Preguntar por Max en presencia de Sebastián sería como arrojar una chispa en un barril de pólvora; el resultado sería catastrófico.

Mientras observaba la lluvia, Alex pensó en lo extraño que era tener un poco de paz cuando Max estaba cerca. Había algo en él, una quietud, un respiro entre tanta tormenta que lo hacía sentir que, por un breve momento, todo podría estar bien. La última vez que lo vio, había notado una calidez en sus palabras, algo genuino que había logrado atravesar el muro de miedo que lo rodeaba. Pero ahora, Max no estaba, y la ausencia se sentía como un vacío que no podía llenar.

Ian gimoteó de nuevo, sus pequeños ojos oscuros parpadeando ante el sonido de un trueno más fuerte. Alex sonrió débilmente, susurrando palabras suaves para calmar al bebé.

—Tranquilo, todo está bien —dijo, aunque no estaba seguro si hablaba para el bebé o para él mismo. Se movió hacia la cuna y lo acomodó con cuidado, asegurándose de que estuviera bien cubierto. Ian lo miró con curiosidad, sus pequeños puños moviéndose con la inocencia de quien no comprende el mundo que lo rodea.

Alex suspiró y volvió la mirada hacia el jardín, donde las flores que había plantado la semana pasada se agitaban bajo la lluvia. Sebastián no había dicho nada sobre los rosales desde entonces, lo cual era un alivio en sí mismo. Sin embargo, cada vez que miraba las plantas, le recordaban que incluso los momentos más simples podían ser arrebatados en cualquier momento.

Mientras se perdía en sus pensamientos, escuchó pasos acercándose por el pasillo. Rápidamente se apartó de la ventana y se sentó en la cama, su cuerpo tensándose automáticamente. No importaba cuántas veces Sebastián le asegurara que todo estaba bajo control, siempre había una parte de él que se encogía ante su presencia, como si cada palabra pudiera ser una daga en el momento menos esperado.

La puerta se abrió, y Sebastián entró, su expresión imperturbable y su presencia llenando la habitación con un peso invisible. Alex lo saludó con una leve inclinación de la cabeza, evitando mirarlo directamente a los ojos. Se sentía atrapado entre la necesidad de ser invisible y el deseo de hacer algo, cualquier cosa, para ganarse un respiro de paz.

Ian emitió un pequeño llanto, y Alex lo acunó suavemente, intentando calmarlo. El simple acto de cuidar a su bebé le daba un propósito, algo que se sentía tan diferente a la prisión invisible en la que vivía. Sin embargo, cada risa, cada sonrisa de Ian, venía con una punzada de miedo: el miedo a que Sebastián lo viera como una debilidad, a que usara esa conexión para dañarlos a ambos.

La expresión de Sebastián estaba tensa, su ceño fruncido, y sus movimientos eran bruscos. Sin decir palabra, se acercó a Alex, sus ojos oscuros clavándose en él como una advertencia silenciosa.

—¿Por qué estás aquí adentro? —preguntó Sebastián con un tono que rozaba el reproche, aunque no levantó la voz—. Te dije que podías salir, ¿no?

Alex titubeó, tratando de encontrar las palabras adecuadas.

—Es... está lloviendo —respondió, su voz temblando levemente mientras apretaba a Ian contra su pecho—. No... no quería que Ian se mojara.

Sebastián lo miró fijamente, sus ojos escrutando cada detalle, como si buscara algún indicio de desafío o desobediencia en las palabras de Alex.

—Siempre tienes una excusa acaso no existen los impermeables, ¿no? —dijo Sebastián con un tono mordaz, sus palabras impregnadas de una irritación creciente—. Incluso cuando trato de darte un respiro, siempre encuentras la manera de hacerme quedar como el malo.

Alex sintió un nudo en la garganta, su mirada bajando al suelo mientras intentaba mantener la calma. Sabía que cualquier respuesta podría provocar a Sebastián, y en esos momentos, la imprevisibilidad de Sebastián lo asustaba más que nunca.

—No es eso... sólo quería protegerlo es apenas un bebito no puedo protegerlo solo con un impermeable —murmuró Alex, acariciando la cabecita de Ian con suavidad—. Sé que... que haces todo esto por nosotros y te doy las gracias pero nuestro bebé necesita estar fuerte

La tensión en el rostro de Sebastián pareció relajarse ligeramente, pero sus ojos aún mostraban una chispa de desconfianza y control que no desaparecía del todo. Se acercó un poco más, tomando a Ian en sus brazos con un gesto brusco. Alex contuvo el aliento, observando cada movimiento con temor.

—Espero que lo entiendas, Alex —dijo Sebastián, meciendo a Ian con un poco más de suavidad de la que había mostrado antes—. Todo lo que hago, lo hago porque te amo y porque quiero lo mejor para nosotros. Pero necesitas aprender a confiar en mí, ¿entiendes?

Alex asintió rápidamente, sus manos temblando ligeramente mientras intentaba mantener la compostura.

—Sí... lo entiendo y por eso es que estoy contigo—respondió, forzando una sonrisa que no alcanzaba a sus ojos.

Sebastián lo observó por un momento más, luego se inclinó para besar a Ian en la frente antes de devolvérselo a Alex. La tormenta afuera había arreciado, y el sonido de los truenos hizo que Alex diera un pequeño salto, apretando a Ian más cerca.

—Sé que ha sido difícil, pero las cosas van a mejorar. —Sebastián se giró hacia la ventana, su voz adoptando un tono reflexivo—. Ya no hay nada que nos impida ser felices. Todo lo que nos amenazaba ya está... bajo control.

Alex, aunque no entendía del todo las palabras de Sebastián, sintió un escalofrío recorrer su espalda. Había algo en la manera en que Sebastián lo decía, algo que le recordaba lo implacable y peligroso que podía ser cuando sentía que algo amenazaba su control.

—¿Qué... qué quieres decir? —preguntó Alex con cautela, su voz apenas un susurro.

Sebastián se giró hacia él, su expresión cambiando a una sonrisa que intentaba ser reconfortante, pero que a los ojos de Alex solo parecía inquietante.

—No te preocupes por eso, cariño. Solo asegúrate de seguir haciendo lo que te pido, y todo estará bien. —Sebastián se acercó para acariciar la mejilla de Alex con una ternura forzada antes de salir del salón, dejándolo solo con sus pensamientos.

Mientras la puerta se cerraba detrás de Sebastián, Alex se quedó en silencio, mirando a Ian con una mezcla de tristeza y resignación. Acarició la cabecita de su hijo, susurrando promesas de protección que ni él mismo sabía si podría cumplir.

Por fuera, el sonido de la tormenta se intensificó, y Alex sintió como si estuviera atrapado no solo dentro de la casa, sino dentro de una tormenta emocional de la que no sabía cómo escapar. La imagen de Max surgió en su mente de nuevo, preguntándose si alguna vez volvería, si encontraría una manera de ayudarlos

Por Dios que pensaba apenas se estaban llevando bien.

Secuestro M- pregDonde viven las historias. Descúbrelo ahora