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Capítulo: Entre Sombras y Silencios

La luz del amanecer se filtraba a través de las gruesas cortinas, proyectando sombras en la habitación. Alex se movía lentamente, sosteniendo a Ian con delicadeza mientras trataba de mantenerlo tranquilo. Había algo en el aire, una tensión latente, que hacía que cada pequeño sonido resonara con un eco de temor.

Sebastián había salido temprano aquella mañana, dejándolo solo con Ian. Aunque apreciaba la soledad, el tiempo a solas se sentía más como una prisión de pensamientos oscuros que una verdadera libertad. Sabía que Sebastián volvería pronto, y con él, la presión constante de su presencia, sus exigencias, su control.

Ian, en sus brazos, estaba inquieto, sus pequeños puños se cerraban y abrían, su rostro mostrando una mueca de descontento. Alex había intentado darle algo de comer, pero como de costumbre, apenas había logrado que tomara unos sorbos antes de que el bebé comenzara a llorar. Alex suspiró y lo acunó contra su pecho, murmurando palabras de consuelo.

De repente, escuchó un golpe suave en la puerta. Se tensó de inmediato, su corazón acelerándose, y se giró hacia la entrada de la habitación. La puerta se abrió lentamente, revelando la figura alta y seria de Max, el médico que Sebastián había contratado para cuidar de Ian y de él durante el embarazo.

Max no parecía contento de estar allí. Su rostro estaba marcado por una expresión de disgusto apenas disimulado, y sus ojos se movieron rápidamente entre Alex y el bebé antes de detenerse en el primero. Alex tragó saliva, sintiendo un nudo de miedo en su garganta.

—Vengo a revisar al bebé, —dijo Max, su voz cortante.

Alex asintió, temblando levemente, y le ofreció a Ian. Max lo tomó con cuidado, pero su expresión no se suavizó. Observó al pequeño, revisando su temperatura y palpando suavemente su vientre. Ian protestó con pequeños llantos, y Alex sintió una punzada de dolor en su pecho.

Aprovechando la ocasión, Alex susurró, casi sin atreverse:

—Max… sé que no me soportas… pero, por favor… si hay alguna manera… si pudieras llevarte a Ian lejos de aquí… a un lugar donde lo cuiden…

Max levantó la vista, sorprendido por la súplica en los ojos de Alex. Durante unos segundos, no respondió, como si estuviera evaluando la sinceridad del pedido. Luego, esbozó una sonrisa amarga.

—¿Y por qué crees que haría algo por ti? —preguntó con frialdad—. Yo no estoy aquí por mi voluntad. Estoy aquí porque me pagan, y porque Sebastián me lo pidió. No me importas tú ni tu bebé.

Alex sintió que su corazón se hundía más con cada palabra. Sabía que Max tenía razón, que no había motivo para que lo ayudara. Sin embargo, había tenido que intentarlo. Desesperado, bajó la mirada, avergonzado por su propio atrevimiento.

Max terminó de revisar a Ian, lo dejó en los brazos de Alex con un movimiento brusco, y se giró hacia la puerta. Antes de salir, lanzó una última mirada al bebé, y por un breve momento, Alex creyó ver algo de compasión en su rostro. Pero rápidamente desapareció.

—No me pidas imposibles, Alex. Este no es un lugar para esperanza, —dijo Max con amargura, antes de salir de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.

Alex suspiró, sosteniendo a Ian con más fuerza contra su pecho. Las lágrimas amenazaban con salir de sus ojos, pero las contuvo, sabiendo que no podía permitirse el lujo de derrumbarse ahora.

Horas más tarde, Sebastián volvió, más temprano de lo habitual. Traía consigo una expresión que Alex no podía leer del todo, pero había algo en su mirada que lo hacía estremecerse. Sebastián se acercó a la cuna donde Ian dormía y lanzó una rápida mirada de desprecio al bebé.

—¿Todavía sigue llorando como siempre? —preguntó Sebastián, su tono lleno de un rencor apenas velado.

Alex intentó no mostrar su nerviosismo y negó con la cabeza.

—Hoy ha estado más tranquilo, —dijo en voz baja.

Sebastián esbozó una sonrisa irónica.

—Claro, más tranquilo porque Max estuvo aquí, ¿no? —replicó—. A ese médico le pago demasiado para tan poco resultado.

Sebastián se giró hacia Alex, sus ojos brillaban con una mezcla de frustración y algo más oscuro.

—Deberías saber que no puedes confiar en nadie aquí, Alex… Ni siquiera en ese bebé que tanto adoras.

Alex sintió un escalofrío. Las palabras de Sebastián eran frías y calculadas, llenas de un resentimiento que había ido creciendo desde el nacimiento de Ian. No podía comprender del todo por qué, pero estaba claro que Sebastián veía a Ian como un obstáculo, una especie de traición de Alex, incluso sin razón lógica.

—Él no tiene la culpa… —susurró Alex, sin poder evitarlo.

Sebastián se acercó más, tomando a Alex por el brazo con firmeza, su expresión se endureció.

—No hables como si entendieras algo, —dijo Sebastián, apretando más fuerte su brazo—. Eres tan ingenuo… tan estúpido al creer que todo puede ser tan sencillo.

Alex contuvo un gemido de dolor mientras Sebastián lo empujaba hacia la silla más cercana.

—Veamos qué tan bien puedes cuidar de él… —murmuró Sebastián, tirando un juguete nuevo sobre la mesa, uno que Alex no había visto antes, más elegante y caro que el improvisado con cucharas que había estado usando antes—. Quizás entonces te ganes el derecho de hablarme con esa voz tan lastimera.

Sebastián se alejó por un momento, y Alex se permitió un suspiro breve, pero su alivio duró poco. Volvió con pasos decididos, su presencia imponente llenando la habitación. Tomó a Alex por el mentón y lo forzó a mirarlo a los ojos.

—Te pregunté algo antes, Alex. ¿Por qué sigues aquí? ¿Qué esperas conseguir?

Alex sintió que todo su cuerpo temblaba. No sabía qué decir, qué palabras serían las correctas. Cualquier respuesta parecía destinada a empeorar la situación.

—No lo sé… —murmuró finalmente, sus ojos bajando hacia el suelo.

Sebastián soltó su mentón con un gesto de desprecio.

—Claro que no lo sabes, porque nunca has sabido lo que realmente quieres, —espetó con dureza.

Sebastián lo observó por un largo momento, sus ojos fríos y evaluadores, como si estuviera buscando algo en la expresión de Alex, alguna chispa de desafío o resistencia. Pero todo lo que encontró fue miedo, el miedo palpable que emanaba de cada fibra de su ser.

Finalmente, Sebastián se alejó, y el silencio llenó la habitación una vez más. Alex se quedó allí, con Ian en brazos, sintiendo el peso de las palabras de Sebastián caer sobre él como una carga imposible de soportar.

En su mente, seguía viendo el rostro de Max, su rechazo, su frialdad. Las palabras de Sebastián resonaban como un eco implacable, una verdad cruel que no podía negar. Sabía que no podía confiar en nadie, que estaba atrapado allí, con su hijo, sin salida visible.

Se sentó en la cama, balanceándose suavemente, tratando de calmar sus pensamientos. "Lo siento, bebé… lo siento tanto", susurró, acariciando la cabeza de Ian. Pero sabía que no había disculpa suficiente para aliviar su propio dolor, o el de su hijo.

Secuestro M- pregDonde viven las historias. Descúbrelo ahora