Capítulo 41: La Obsesión en Silencio
Habían pasado más de una semana desde el ataque, y Sebastián estaba al borde del colapso. El único guardia sobreviviente, apenas consciente, había mencionado entre balbuceos que Alex había gritado su nombre, resistiendo hasta el final. Esas palabras lo habían dejado en un estado de furia contenida, una tormenta que lo consumía, desbordando su obsesión por Alex e Ian.
Sebastián caminaba de un lado a otro en su oficina, incapaz de calmarse. Cada paso que daba era un recordatorio de lo mucho que necesitaba tener a Alex e Ian de vuelta, a su lado. El vacío de su presencia lo devoraba, como si cada segundo sin ellos fuera una eternidad. Apretaba los puños hasta sentir el dolor en sus palmas, pero eso no lo distraía del único pensamiento que lo atormentaba: recuperarlos. No importaba a quién tuviera que destrozar para lograrlo. Alex e Ian eran suyos.
Sus recuerdos volvían una y otra vez a aquel primer encuentro con Alex. Ese joven frágil, vulnerable, de mirada inocente, con una belleza única que lo hacía sentir una mezcla de necesidad de protección y deseo de poseerlo completamente. Era como si el simple hecho de verlo lo hubiera condenado a esa obsesión que ahora lo consumía. Su ángel, su posesión. Esas palabras resonaban en su mente de manera incansable. Alex y Ian le pertenecían, y la mera idea de que alguien más pudiera tocarlos o estar cerca de ellos lo volvía loco.
Cada noche, al cerrar los ojos, veía la imagen de Alex acurrucado con Ian entre sus brazos, sus manos temblorosas, sus ojos llenos de terror, pronunciando su nombre entre sollozos. Esa fragilidad, esa sumisión involuntaria lo habían cautivado desde el principio. Y ahora, esa misma fragilidad que alguna vez le dio satisfacción, lo impulsaba a querer atraparlos de nuevo, tenerlos bajo su control, lejos de todo peligro.
En medio de esos pensamientos que lo asfixiaban, Max entró en su oficina. El médico mantenía una expresión seria, distante, como lo había hecho en las últimas veces que lo había visto. Había algo en Max que lo inquietaba últimamente. Tal vez era su actitud evasiva, o el hecho de que siempre había sentido que Max no era completamente sincero con él.
—¿Alguna novedad? —preguntó Sebastián con voz áspera, sin mirarlo.
Max, con su rostro impenetrable, trataba de ocultar la verdad. Sabía que no podía permitir que Sebastián descubriera que Alex estaba a salvo, escondido gracias a sus propios esfuerzos y la ayuda de Richard. Todo tenía que mantenerse bajo control, o el peligro para Alex e Ian sería inminente.
—Nada nuevo, Sebastián —respondió Max con un tono frío, casi indiferente—. Ya te lo he dicho antes, solo soy el médico. No me corresponde involucrarme en este tipo de asuntos. No me importa lo que suceda con Alex, pero el bebé... es mi responsabilidad, ¿recuerdas? No deberías estar tan enfadado, al fin y al cabo, Alex es el demonio.
Sebastián, con la mandíbula tensa, lo miró por fin, sus ojos penetrantes, cargados de sospecha. Había algo en Max que lo incomodaba, una sensación de que el médico se estaba guardando algo, una verdad oculta detrás de su frialdad.
—¿Y por qué me da la sensación de que te importa demasiado, Max? —espetó Sebastián, dando un paso hacia él, acercándose peligrosamente—. ¿Acaso te has encariñado? Podemos tener otro bebé, sí, pero Alex... Alex es único. Ninguno podrá reemplazarlo.
Max, sintiendo el peso de las palabras, intentó mantener su compostura. Sabía que cualquier señal de duda, cualquier gesto mal calculado, podría hacer que Sebastián sospechara más de lo necesario. No podía permitirlo. Si Sebastián descubría que él y Richard habían ayudado a Alex a escapar, todo terminaría en tragedia.
—No me importa, Sebastián —replicó Max con un tono frío—. Estoy tratando de que me saques de esto. Tengo otros pacientes, otras vidas que salvar. Esto no tiene nada que ver conmigo. Además, ¿qué clase de esposo golpea y maltrata a quien dice amar? —agregó con una mirada fija, desafiando la noción de Sebastián.
Sebastián lo observó en silencio, sus ojos oscuros llenos de furia contenida, evaluando cada palabra de Max. Aún había algo que no cuadraba, pero su mente estaba tan nublada por su propia obsesión que no podía ver con claridad. En el fondo, Max le había sido útil durante años, y si bien su lealtad era incierta, prefería no darle demasiada importancia por ahora.
—Deberías aprender a no meterte en asuntos que no te conciernen, Max —gruñó Sebastián, su tono amenazante—. Este no es un simple caso médico. Esto es personal, y te sugiero que te mantengas al margen si no quieres sufrir las consecuencias.
Max sabía que estaba jugando con fuego, pero también sabía que no tenía otra opción si quería proteger a Alex e Ian. No podía permitir que Sebastián descubriera lo que realmente estaba ocurriendo.
—Créeme, Sebastián, lo último que quiero es estar involucrado en esto —dijo Max, intentando sonar indiferente—. Lo único que deseo es que resuelvas tus problemas y encuentres algo de paz. Tú y Alex nunca serán felices si continúas así, con ese demonio que envenena tu mente. Te lo digo como amigo, deberías enfocarte en lo que realmente importa y porque estoy pensando en arreglar asuntos con mi familia
Sebastián lo miró por un largo rato, su expresión severa, pero finalmente desvió la mirada.
—Me lo esperaba, algún día tendrias que volver a ser un niño riquillo, pero déjalo no necesito tu ayuda. Alex es mío, y lo recuperaré sin ti —declaró Sebastián con un tono cortante.
Max asintió ligeramente y se retiró sin decir más. Sabía que había llegado al límite de la conversación, y cualquier intento por seguir hablando solo empeoraría las cosas.
Sebastián, una vez más solo en su oficina, quedó sumido en sus pensamientos. Alex era suyo. Lo recordaba tembloroso, indefenso, esa mirada de súplica en sus ojos y esa belleza que lo había atrapado desde el primer momento. No podía concebir que alguien más pudiera tener a Alex, cuidarlo, tocarlo. No mientras él viviera.
Ian también formaba parte de ese ciclo obsesivo. El niño era una extensión de Alex, un vínculo inquebrantable entre ellos. Sebastián lo veía como un símbolo de su conexión, de su propiedad sobre ambos. Nadie más podía entenderlo. Ni Max, ni Richard, ni el mundo entero.
Con esa convicción, Sebastián cerró los puños. No descansaría hasta recuperar a Alex e Ian. Nadie podría detenerlo. Pero por ahora el tiempo solo tenía que pasar y por suerte no sería mucho.
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Secuestro M- preg
Fanfiction-Mi dulce Angel-Mencionó mientras acariciaba su suave pecho -P-por favor d-dejame volver- las lágrimas bajaban por su mejilla amoratada de tantos golpes -Esta vez solo me importas tu, ni el bebé, ni ese traidor te alejaran de mi lado