Capítulo 27

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Me quedo paralizada del miedo, quiero gritar del terror pero estoy tan segura que si lo hago me dispararán y siendo sinceros no quiero morir aún, creo que así pasa cuando está llegando tu hora y te das cuenta que no has cumplido tan siquiera uno de tus propósitos y te aterra el hecho de saber que ya es demasiado tarde para cambiar.

Veo de reojo a mi padre que está pensando en que hacer, se nota que se ha quedado tan paralizado como Max y yo, aunque a diferencia de nosotros dos a él no le están apuntando con un arma cargada. En este momento me pregunto si en verdad mi padre conoce a estas personas, porque hasta donde yo sé no le debes amenazar con una pistola a los acompañantes de tu amigo.

-David, soy yo Beni –dice intentando que la voz no le tiemble- ¿acaso no me reconoces?

-A ti sí, Benjamín –dice sin apartar sus ojos de mí ya que yo soy su blanco.

-A quienes les apuntamos son a estos dos oficiales –dice la señora molesta- ¿por qué los trajiste?

-Casandra ellos no son oficiales, ella es mi hija y el mi guardaespaldas –explica mi padre muy calmadamente- mírenlos bien.

Los dos parpadean un par de veces y luego abren los ojos como platos, inmediatamente bajan las armas a la mesita y cuando ya no me están apuntando dejo salir una gran bocanada de aire. Esto ha sido horrible y si no tuviese miedo de que me disparen saldría corriendo.

La señora se acerca a nosotros y abraza a mi padre, él solo se queda quieto, luego me ve a mí y al querer abrazarme yo doy un paso hacia atrás instintivamente.

-Lamentamos haberlos asustado –dice con una pequeña sonrisa y ahí puedo notar que le faltan dos dientes.

-Pasen adelante, pueden ponerse cómodos –dice el señor ahora.

-¿Y si pasamos mejor al jardín? –pregunta con una sonrisa mi padre.

-¡Muy buena idea, Beni! –exclama contento el señor Marino.

-¡Julia! –Grita la señora Marino y en un momento aparece la empleada que nos abrió la puerta- lleva una botella de vino rojo al comedor del jardín.

-Si señora –contesta para luego retirarse rápidamente.

Luego de eso seguimos a los señores Marino al jardín, aunque yo iba con paso tan lento porque sentía que todo el cuerpo me temblaba tanto que en cualquier momento me caería, Max se dio cuenta y me tendió su brazo para que me sujetara y pudiera caminar con más confianza; no tardamos tanto en llegar al jardín trasero, en el cual se podía observar que las flores se marchitaban poco a poco, en el centro del jardín había una mesa redonda en la que cabían cinco personas y una sombrilla alta daba la sombra suficiente.

El señor y la señora Marino tomaron asiento juntos, mi padre se sentó a la par de la señora Marino y cuando Max se iba a sentar a la par de mi padre le tomé de la muñeca y le di una mirada de súplica dándole a entender que me dejara sentarme en medio de él y mi padre, él me dio una sonrisa y asintió; entonces me senté a la par de mi padre y Max a la par mía y del señor Marino.

-Tienes una hermosa hija, Benjamín –dijo la señora Marino- ¿cuál es tu nombre?

-Cristina –respondo con sequedad.

-Un lindo nombre –comenta el señor Marino.

Entonces llega Julia con un carrito de comida con cinco platos con una comida que no reconozco, también trae cinco copas para vino y la botella de vino; empieza colocándoles el plato a la señora y el señor Marino, luego a mi padre, a mí y por último a Max. Sirve el vino en las copas y nos las coloca en el mismo orden que colocó los platos.

Tú, mi solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora