Ojos hinchados

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Capítulo cuatro.

Continuación del capítulo anterior. ­

Oí un click y él posicionó sus dos manos en mi cara. Sus manos estaban tan tibias, todo lo contrario al suelo donde estábamos parados, todo lo contrario a lo que creía en ese momento, pero en realidad su corazón era tan frío como la misma pista.

—¿Qué harás Derek? —le pregunté, mi corazón latió cada vez más rápido, fue difícil contener la excitación, la emoción, el deseo desenfrenado, deseaba ese beso prometido más que nada en el mundo, con mis fuerzas más hercúleas.

—Fue más fácil de lo que pensé. —Y sonrió, su rostro se deformó de cierta manera, era una cosa extraña e indescifrable hasta ese momento.

—¿Cómo que más fácil? —pregunté con muchas dudas, mis miedos más oscuros se acercaban a mí tan rápido desde las sombras. Estaba en realidad confundido por la manera en que lo dijo.

—Sólo, disfrutemos el momento, estúpido, estúpido Stiles. —Su cara cambió por completo, una sonrisa sombría se dibujó en su rostro. La maldad nunca la había visto tan cerca, ni había sentido el miedo tan adherido a mi carne, chupando mi sangre.

Me traté de soltar pero no me dejaba, me agarraba con fuerza. Lancé los brazos, grité por mi vida y bienestar. Pataleé, pero todo fue en vano.

—¡Todo está listo! —Oí que alguien gritó desde arriba.

Derek me soltó; Me toqué la parte de atrás de mi pantalón con mi mano, se sentía como un gancho de seguridad unido a una cuerda, el gancho se sujetaba de la presilla trasera de mi pantalón, intenté zafarla pero fue tarde; La cuerda me jaló a toda velocidad, caí de bruces contra el congelado suelo de hielo, mis dientes se estamparon unos con otros. Mis manos se aferraron a la lisa superficie, intentando sujetarse de algo que nunca estaría ahí. Todo mi aire se fue, sólo podía hiperventilar. Mis ojos estaban llenándose de lágrimas. Mi boca se abrió, como pude articulé algunas palabras, gritaba que me soltaran, que me dejaran ir. Las risotadas se empezaron a escuchar, y mis lágrimas brotaban de mis ojos con facilidad. Podía ver el mundo girar rápido, veía al hombre del cual estaba enamorado, riéndose, de mi dolor.

—¡¿Derek por qué haces esto?! —grité con todas mis fuerzas.

De pronto, mi cuerpo llegó a la puerta de entrada. Dos personas me levantaron sin cuidado, me quitaron el gancho de seguridad, abrieron las puertas y me aventaron a la calle. Las rodillas que tenía bien hasta ese momento se estrellaron contra el suelo con tanta fuerza que temí que se rompieran. Mis sollozos viajaban por el aire cuando una lluvia de huevos se estrellaba con mi cuerpo, para después una gran cantidad de harina cubriera cada poro de mi piel.

—Hago esto por lo de Kate, está en el hospital, con una pierna rota —me dijo Derek, muy cerca del oído, yo lloraba, sin control.

—¿Cómo es qué por un laxante un terminas en el hospital? —pregunté reuniendo todo el coraje que podía.

—Ella corrió al baño, calló por las escaleras y se rompió la pierna —explicó tan fácil.

Eso era tan estúpido, hasta me dieron ganas de reír, no era mi culpa que haya sido tan, tan torpe.

—Si tú no le hubieras puesto un laxante, eso no habría pasado, esto no habría pasado. Y no quiero que te vuelvas a meter con ella ¿me oíste? —ladró en mi oreja, una pizca de saliva toco mi piel.

—Sí —tartamudeé sintiendo como mi temor regresaba, mi petulancia se había ido tan rápido. Mis manos temblaban.

Yo seguía de rodillas en el suelo, llegó Laura corriendo, me miró sorprendida.

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