Hueles triste

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Joaquín POV

Una suave caricia en mi mejilla, su dulce aroma alrededor, el calor que desprendía su cuerpo, se sentía como volver al hogar del que una vez saliste sin darte cuenta, no era ni remotamente parecido al calor que brindaba un alfa, era más bien como el abrazó que me brindaba la mamá de Lio en mis cumpleaños, un calorcito que recorría todo tu cuerpo sin dejar una necesidad despierta, era la caricia que daba sin pedir nada a cambio.

Después de la muerta de la mamá de Lio, no volví a sentir esa clase de calor, mi papá no era la clase de persona que te abrazaría y los empleados de la casa no tenían un especial interés en mí, Emilio, por otro lado, siempre fue dulce y cuidadoso conmigo, pero su calor no podía compararlo con esto, porque siempre me dejaba anhelando algo que desconocía, amaba sentirlo a mi lado, pero cuando se alejaba mi pecho se encogía, no era un abrazo libre de cobro, al final siempre necesitaba más.

Cuando era niño, tenía sueños en que podía ver a mi mamá en el bosque, siempre corría hacía ella y recibía el abrazo que tanto deseaba tener en la vida real, pero la fantasía no duraba demasiado, era una caricia vacía, no podía percibir su aroma y al mirar arriba era solo un maniquí con el vestido de flores que usaba en las fotos de la casa de Lio.

El día que conocí a Diego volví a sentir ese calorcito hogareño que creía no recuperaría nunca, verlo en la entrada de la escuela me hacía sonreír, sus extraños regalos de cumpleaños los guardaba en una cajita debajo de la cama y sus brazos eran tan cálidos que a veces me costaba no ser pegajoso con él, no quería alejarlo.

Nunca pude explicarle a alguien cuan diferente se sentía estar en los brazos de cada persona, porque nunca tuve más de uno al mismo tiempo, al principio era solo la mamá de Lio con sus abrazos que me daban una prueba de lo que habría sido si mi mamá hubiera sobrevivido, después fueron lo fríos brazos de aquel maniquí al que desearía poder olvidar, Diego fue el alivió que tanto necesitaba, un recuerdo del calor que podía sentir y Emilio fue el final del camino, calientito y seguro, pero a la vez tan doloroso.

No tuve muchas personas a las pudiera aferrarme a lo largo de mi corta vida, en realidad no sabía si había una persona que durara para siempre, porque todos los que alguna vez tuve, los perdí sin razón, quizás por eso me costaba tanto pensar en irme lejos sin Emilio, sentía que, si nos alejábamos lo suficiente, el lazo que nos unía desde que nací, se rompería, separándome una vez más de mi persona para siempre.

Quizás había tentado demasiado a la suerte al convertirlo en todo lo que tenía, mi padre siempre decía que no debía poner todos los huevos en una canasta, se refería a sus negocios, pero en este momento podía comprenderlo.

Si perdía a Emilio, los brazos de Diego no sería tan cálidos, el maniquí cambiaría de ropa por trajes negros y volvería a buscar a mi persona para siempre, más necesitado que antes y menos seguro de encontrarlo.

― ¿Podemos dejarlo dormir un ratito más? ―su voz siempre era tan dulce cuando hablaba con los maestros. ―Está enfermo.

―Ya faltaron a la mitad de las clases del día, Diego. ―reconocí aquella voz, era la prefecta de segundo año, si habíamos faltado a la mitad de las clases, debíamos estar en la hora del almuerzo. ―Si Joaquín se sentía mal, debieron ir a la enfermería, llamaremos a su tutor para que vengan a recogerlo, no necesita dormir en una banca vieja, mucho menos con este frío. ―añadió con seriedad, debería abrir los ojos y decirles que no necesitaba ir a casa, que no estaba enfermo, pero no tenía fuerzas para hacer ninguna de esas cosas, solo deseaba quitarme la sensación de nostalgia y anhelo, quería que mi omega dejara a sollozar con tantas fuerzas.

―Está bien, lo llevaré a la enfermería después del almuerzo. ―respondió en un susurró tan armonioso que era difícil de creer que esa no era su voz normal. Un suspiró y una amenaza de volver a revisar, después, el aroma del perfume de la prefecta se desvaneció junto con la brisa, dejando únicamente el aroma a coco que Diego desprendía. Sentí sus dedos en mi cabello y me acurruqué aun más contra su cuerpo, estaba despierto, pero mi cuerpo se negaba a demostrarlo. ―Hueles triste. ―susurró pasando su nariz por mi cabello, no respondí, no sabía que decir. ―No quiero que te hagan lo que me hicieron a mí. ―añadió con la voz temblorosa, besando inocentemente mi frente. ―Si alguien te hace daño, podemos huir juntos, nos cuidaremos el uno al otro, no necesitamos un estúpido alfa.

CachorroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora