Omega

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Emilio POV

Su olorcito a dulce, el calor de su cuerpo, sus chinos rozando mi barbilla, sus manitas aferradas a mi pijama, la jodida satisfacción que sentía en el pecho solo por poder sostenerlo entre mis brazos, no debería sentirse tan bien como lo hacía, ni debería estar deseando quedarme en la cama el resto de la mañana mimándolo y dándole tiernos apodos.

Siempre fui consciente de mi cariño por Joaquín, mi interés por él no se comparaba con el que llegué a tener por otras personas, incluso durante el tiempo que pasamos separados mi mente siempre terminaba pensando en él, cuestionándome si estaría bien, si alguien lo estaría cuidando como era debido, si seguía brillando tanto como lo recordaba.

El único problema era que esos sentimientos se me estaban yendo de las manos ahora que le tenía aquí, en especial desde que iba todos los días a la oficina, tenerlo ahí concentrado en sus tareas o paseando por los pasillos ofreciéndose a ayudar a Niko, dejaba a mi alfa con una sensación cálida en el pecho, disfrutaba su compañía incluso si únicamente estábamos sentados en silencio en la misma habitación.

Mi parte favorita del día se había vuelto el sostenerlo en brazos para llevarlo dormido al auto, era la misma sensación que me llenaba ahora que dormía en mi cama, el regocijo de sentirlo mío era tan malditamente impetuoso que llegaba a asustarme, porque Joaquín no era mío, no éramos una pareja, mi alfa no debería estar deseando poseerlo.

Pero en ese instante cuando sus pestañas se movían tiernamente y su cuerpo buscaba el abrigo del mío, no podía evitar ignorar todas mis preocupaciones, anhelaba quedarme con él permanentemente, quería ser a quien recurriera si tenía miedo o se sentía abrumado, ser su lugar seguro en ese mundo que apenas estaba conociendo, deseaba ser la persona que su omega elegiría para pasar el resto de su vida.

―Lio, hace frío. ―susurró sin abrir sus ojitos, sonreí atrayéndolo aún más contra mi pecho, su dulce apelativo me traía preciados recuerdos de nuestra niñez, recuerdos que no sabía echaba tanto de menos.

El día que mi cachorro dejo de llamarme Lio mi madre tuvo que consolarme hasta que se me acabaron las lágrimas, ella no lograba comprender mi pena, incluso yo tenía problemas para entender porque dolía, ahora las dudas habían regresado, quería saber porque dejo de llamarme de esa manera y porque la idea de que volviera a dejar de hacerlo seguía molestándome.

Pequeñas gotas comenzaron a caer sobre la ventana de la habitación, no era época de lluvias en la ciudad, aun así, el cielo estaba nublado hasta hacer que la habitación se viera oscura y el frío se colara por las finas sabanas que nos cubrían, mi cuerpo era naturalmente caliente, por ello siempre usaba ropa de cama ligera, incluso si era invierno como ahora, pero el cuerpecito entre mis brazos no era igual, él sentía los cambios bruscos de clima y quise golpearme por no haber pensado antes en que debía comprar mantas para él.

Al menos por ahora podría asegurarme de que no resintiera el frío manteniéndolo a mi lado, arropado y protegido entre mis brazos, volví a quedarme dormido envuelto en la atmosfera de la habitación, disfrutando del aroma dulzón que estaba inexplicablemente más intenso esa mañana.

No sabía exactamente cuantas horas habían pasado cuando volví a abrir los ojos, pero al hacerlo su dulce mirada ya estaba sobre mí curiosa y brillante, le dediqué una media sonrisa recorriendo su espalda con delicadeza, sus chinos estaban por todas partes y sus mejillas estaban sonrojadas.

―Hola. ―susurré con la voz ronca, él ronroneo con ese sonido que mi alfa ya reconocía perfectamente, estaba descubriendo pequeñas cosas de Joaquín a la par que él lo hacía, como su fascinación cuando le mimaba y la forma en que su cuerpo se derretía si lo impregnaba con mi aroma.

CachorroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora