Ojos verdes

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Joaquín POV

Mi cuerpo estaba tan casando que no me creía capaz de levantarme, cada que mis ojos se abrían todo daba vueltas y mi cabeza dolía poquito, no quería moverme, tenía frío y miedo de que mi marca no estuviera al despertar, pero mis pesadillas se teñían de un aroma amargo que no me dejaba tranquilo.

Abrí los ojos confundido y nervioso, lo primera que vi fueron paredes de madera, muebles antiguos y oscuridad, esta no era mi casa, mi cuarto tenía paredes blancas y mi cama no tenía doseles, aquí no sentía el aroma de Lio ni siquiera de lejos.

Me levanté aturdido recorriendo las sabanas con mis dedos, se sentían extrañas de lo suaves que eran, estiré las piernas para bajarme de la cama, notando la ausencia de mis zapatos al tocar el frío suelo, con la mirada exploré el resto del cuarto, había una ventana detrás de una pesada cortina que dejaba entrar una línea de luz, un par de muebles como mesitas de noche y cómodas de madera, en los doseles de la cama había unas ligeras telas amarradas con moños perfectamente hechos, parecía la habitación que sacarías de un libro medieval, no me gustaba, prefería mi cuarto blanco en mi casa.

Al colocarme sobre mis piernas temblorosas, un escalofrío me recorrió el cuerpo de pies a cabeza, abriéndole paso al ardorcito en mi cuello, llevé los dedos a ese lugar, a pesar de todo, la idea de que ya no estuviera ahí dolía de solo pensarlo, me acerqué la ventana abriendo las cortinas. Era de noche, pero aun así lo único que podía ver eran árboles tan frondosos que cubrían el piso debajo de ellos, no importaba que tan lejos tratara de ver, las hojas tapaban todo a su paso.

Tenía que regresar a casa, Lio iba a preocuparse por mí.

―Despertaste. ―me tensé entero y el aroma amargo se volvió más fuerte, lentamente el recuerdo de los ojos verdes en mitad del bosque volvió a mi mente y su rostro apareció frente a mí. ―Llevas dormido dos días. ―susurró acercándose a mí.

Era tan alto como Emilio, pero su cuerpo era visiblemente más grande, siempre le tuve miedo, desde la primera vez que estuvo en mi casa, su aroma se quedó grabado en mis recuerdos y esos ojos verdes me ponían nervioso, no sabía cómo no lo había reconocido antes, siempre estuvo ahí.

―Eduardo. ―murmuré con la boca seca dando un paso atrás, evadiendo su mano que se extendía para tocar mi mejilla.

― ¿Cómo te sientes? ―el sonido de voz me ponía la piel de gallina, estaba demasiado cerca de mí, sentía su aroma amargo pegado a la nariz. Fruncí el ceño mirando a la puerta, no quería seguir aquí con él. Debía llamar a Lio. ―No.

―Quiero irme a casa. ―murmuré escuchando mi propia voz entrecortada, sus ojos brillaban en la oscuridad igual que lo hacían en mis pesadillas, formándome un nudo en la garganta. ―Emilio debe estarme buscando. ―añadí, la única vez que los había visto juntos, él se hizo chiquito con la voz fuerte de Lio, le tenía miedo como los otros alfas.

―No debes preocuparte por él. ―masculló dando un paso más cerca de mí, cerrándome el paso a la puerta y mis piernas chocaron con la orilla de la ventana. ―Sabe perfectamente donde estás, tu padre se lo ha dicho. ―le miré sorprendido y negué rápidamente, Lio nunca aceptaría que me quedará aquí, ni siquiera le gustaba la idea de que fuera a casa de mi papá, mucho menos iba a dejar que me quedará con él.

―No te creo. ―susurré encogiéndome cuando volvió a intentar tocarme, cerró con fuerza la mano en el aire, con su rostro tenso y sus ojos ensombrecidos, mientras su aroma se volvía más pesado en el cuarto. Suspiró pesadamente bajando el brazo hasta colocarlo de nuevo a su costado y solté el aire que no me había dado cuenta estaba conteniendo.

―Dormiste más de cuarenta horas, debes tener hambre. ―murmuró dando un paso atrás y dándome la espalda mientras caminaba lentamente hasta la cama, fruncí el ceño negando con seguridad.

CachorroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora