42 || 𝓲𝓷𝓮𝓯𝓪𝓫𝓵𝓮

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Valentín se las ingenió para conducir por las calles de Capital hasta que increíblemente llegamos sanos y salvos al restaurante donde había hecho la reserva. Nuestra mesa se ubicaba en lo que era la terraza del lugar; un ambiente cálido y agradable dentro del aspecto tan sofisticado que contenía cada detalle al rededor.

Sobre nosotros había una estructura de madera de la cual colgaban filas y filas de lucecitas blancas, siendo el contraste perfecto con el cielo estrellado que se apreciaba mas arriba. Estábamos al aire libre pero ya no sentía tanto el frío, así que dejé de preocuparme por la falta de abrigo y me enfoqué ahora sí en lo que debía, porque puede que todo sea muy lindo pero Valentín en el camino se volvió a mandar una de las suyas y no se la iba a dejar pasar tan fácilmente.

— No puedo creer que me hayas mentido con una cosa así. -espeté jugando con una servilleta y evité mirarlo a la cara para que denote mi enojo. En verdad estaba furiosa con él y no lo iba a negar ni mucho menos disimular.

— En realidad no te mentí, no del todo. Vos entendiste cualquier cosa y yo te seguí la corriente. -se excusó mientras reía y eso solo provocó que se incrementara la bronca.

— Sigue siendo una mentira.

— Algún día va a suceder igual, no es un imposible.

Soltó un largo suspiro y extendió su brazo sobre la mesa para tomarme la mano, quitándome la servilleta y uniendo nuestros dedos al entrelazar unos con otros. Me costó pero finalmente posé los ojos en él que ya me miraba con una sonrisa y un puchero medio deformado. Si piensa que me va a comprar con eso está muy equivocado.

Su expresión puede ser adorable y todo lo que quiera, pero acababa de dibujar un cuento de hadas frente a la entrada de mi propia nueva casa y ahora resultaba ser un engaño. Era como si tironeara de mi brazo hasta arrastrarme con él en esa montaña rusa que más de una vez visitamos juntos, llevándome al punto máximo llena de temor, adrenalina y emoción para luego soltarme y dejarme caer hasta que tocamos tierra firme de nuevo.

Debí haber imaginado que el plan en sí era una locura, pero en el momento no pude evitar crear una escena digna de nuestro casamiento, con un vestido de novia de ensueño, Valentín de traje y corbata y el altar en frente de una playa paradisíaca con aguas cristalinas y la arena blanca. Sin olvidar a Polly como madrina y Kevin tropezando mientras nos entrega los anillos.

— Jugaste con mis sentimientos Valentín, sos un forro. -espeté pensando en voz alta y solté un bufido a modo de queja. El ojiazul levantó las cejas e hizo un ruido extraño con la boca mostrándose ofendido con mis recientes palabras.

— ¿Ves? No hubiésemos durado nada, ni siquiera nos comprometimos y ya me estás peleando.

— Tengo mis motivos. -enderecé la postura y crucé los brazos delante de mi pecho. Él continuó su oración como si mi justificación no tuviese validez.

— Era un juego nada mas, me pareció divertido y además tu carita ameritaba mínimo una foto. Es más, si los chicos no se hubiesen ido tan pronto le pedía a Kevin que te saque una selfie.

— Basta.

— Encima estás tan buena hija de puta que no me puedo enojar, me causa gracia, sí, lo admito. Me quiero reír.

— Cortala.

— No, no la puedo cortar Pía. Ya te pedí perdón y más de eso no pienso hacer, así que no pretendas que ande atrás de tu culo porque vamos a terminal mal, muy mal.

— ¿Te das cuenta de que sos un pelotudo? -solté resongando y nuevamente traté de esquivar su mirada. Para variar ya me había puesto de mal humor y eso que la noche recién comenzaba.

rebeldía; wos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora