Había una razón por la cual odiaba tanto mi cumpleaños y esa es porque un día fue el día en que falleció mi mamá. Cada año cumplido era un año más sin ella, me había culpado tantos años por su muerte que no podía soportar la idea de estar cumpliendo años de vivo mientras ella cumplía años de muerta. Tal vez este año pueda ser diferente.
-Joaquín, cachorro, levántate en 15 minutos nos vamos- dijo mi padre detrás de la puerta
No quería levantarme, hoy es 7 de mayo, uno de los días más difíciles que hay en el año. Emilio no puede venir conmigo porque sería algo raro que estuviera ahí y porque ambos sabemos que nos podríamos controlarnos en un día así. Además, el sí tiene que ir al colegio.
Me alisté lo más rápido que pude para no hacer esperar a mi papá, se lo difícil que es para el este día y quiero estar el mayor tiempo con él.
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Cuando llegamos ante la lápida de mi mamá junto con la gente que asistió a la ceremonia en la iglesia me sentí un tanto diferente. Reconocí a algunas personas. Según recuerdo algunas de ellas eran amigos de mi madre o padre, excompañeros de trabajo de ella, (muchos tenían ese aspecto de médico... incluso aún olían a lo que huelen los hospitales: aire acondicionado y antisépticos), unos me miraban como si yo fuese el único niño huérfano del mundo, sin embargo, a diferencias de todas esas veces anteriores que ello me hizo bloquearme, ahora pude manejarlo mejor, no es como si ya lo haya superado por completo. Me sigue haciendo sentir furioso, pero ahora sé que mi madre es más importante que esos desconocidos que insisten en "lo mucho que he crecido desde la última vez que me vieron".
La tumba de mi madre estaba atiborrada de flores. Hacía ya algunos años que este día pasaba desapercibido por nosotros. Los 7 de mayo eran como una laguna mental para mí y para todos aquellos que aún recuerdan a mi mamá. La mayoría de esas flores son rosas apestosas a perfume. Es curioso como una flor puede embonar tan bien para cortejar como para decorar tu lecho de muerte.
Mi papá y yo nos quedamos al final. Nosotros llevamos un ramo de tulipanes amarillos. A mi madre le encantaban. Los colocamos en el centro, resaltan fuertemente entre los colores blancos pálidos del resto. Unas últimas personas se acercaron a despedirse de mi papá, yo no me incorporé, me quedé acomodando los tulipanes. Entonces descubrí un pequeño ramillete de margaritas, apretujado, casi hundido entre el resto de las ostentosas flores, enrollado en un laso amarillo, con un papelito que decía:
Dra. Bondoni, mi helado favorito también es el de vainilla.
Instintivamente levanté la vista y lo busqué por todo mi campo de visibilidad. Ese ramillete de margaritas era de él. Lo podría asegurar. Aunque no lo había visto entre las personas que estuvieron durante la ceremonia religiosa, ni mucho menos cuando se acercaron a dejar sus flores. ¿Habrán ya estado allí para entonces?
Mi móvil vibró dentro de la bolsa del vestido, desbloqueé la pantalla y vi que era un mensaje de Emilio.
¿Buscas a alguien?
Volví a levantar la mirada. ¿Él me veía?
¿Dónde estás? le pregunté. A los pocos segundos respondió.
Contigo, siempre estoy contigo
Sonreí, eso no respondía a mi pregunta, pero como siempre sabía endulzar mi vida.
¿Estás aquí? ¿las margaritas son de tu parte? déjame verte. Insistí.
Sí. Sí. No, también quiero verte, pero no aquí, sabes que no podemos, lo lamento.