Corrí hasta el aula de Emilio, pero él no estaba allí, lo esperé un par de minutos y decidí salir a buscarlo, no me importaba que aún estuviésemos en el colegio, yo necesitaba verlo y hablar con él o enloquecería.
Intente controlar mi furia hecha llanto, no quería que nadie lo notara, no estaba de humor como para responder preguntas de las "comunicativas" chicas que me topara en el camino.
- Prefecto Marcos - le digo deteniendo su ronda por los pasillos.
- ¿Qué pasó Joaquín?
- ¿Ha visto al Sr. Osorio...? es que, necesito hablar con él.
- ¿Es urgente?
- Algo.
- Que pena Joaquín, creo que tendrá que esperar hasta mañana.
- ¿Por qué? - pregunto confundida.
- Se retira, al parecer le ha surgido un asunto que debe resolver, pero si te das prisa lo puedes encontrar quizá en el estacionamiento.
- Oh vale, muchas gracias...
- Aguarda Joaquín, ¿te encuentras bien?
- Si... estoy bien - mentía, no lo estaba, me sentía mareado y con un nudo enorme en el pecho que punzaba - y gracias otra vez.
No soy el más veloz de los chicos, pero corrí tan rápido como pude, se suponía que Emilio y yo habíamos acordado escuchar el uno al otro antes de sacar nuestras propias conclusiones. Me sentía furioso también con él por escapar así.
Pero en el fondo no lo culpaba, me puse en su lugar por esta ocasión. ¿Qué hubiera pasado si yo a él lo hubiese encontrado abrazado a alguien más a punto de un beso? No sé, digamos con la Lic. Jackie. Simplemente con imaginarlo me hace sentir terrible, Emilio se ha de sentir terrible, aún más si ya ha vivido algo así antes.
Logro visualizar a Emilio caminando hacia su camioneta y con mi último aliento acelero para interceptarlo.
- Joaquín... -exclama al verme.
- Necesito hablar con usted Sr. Osorio - digo y mi voz esta agitada, supongo que por haber corrido más de lo que he corrido en todo el año.
- Tendrá que ser después - dice - ahora necesito resolver unos asuntos fuera de aquí.
- Mientes - le acuso susurrando.
- No podemos hablar aquí Joaquín- su tono de voz es tan bajo que apenas y es perceptible para mí - hablamos luego.
- No, así tenga que... - una punzada en el pecho me hace gruñir.
- ¿Estás bien? - pregunta algo alarmado.
- Me hiciste correr - bromeo - pero no cambies de tema - mi respiración es agitada - necesito que me escuches... - me cuesta trabajo hablar por lo que tomo una gran bocanada de aire y el dolor de mi pecho se vuelve más frecuente y eso comienza a preocuparme cuando siento mi frente perlarse con sudor, un sudor frío.
- Joaquín, no, tú no estás bien.
- Lo que viste... ah... no siempre lo que ves es lo que parece... - mis manos y piernas comienzan a vibrar, es más una sensación que hormiguea, como si me quitaran la fuerza y el dominio sobre mí mismo. En un segundo pierdo el control total, parpadeo fuerte, mi visión se ha tornado borrosa, y un dolor punzante me atraviesa en las sienes.
Allí no puedo hacer más y cierro los ojos cuando siento como comienzo a desvanecer preparándome para estrellar en el frío y húmedo pavimento del estacionamiento, pero en lugar de ello siento la calidez de unos brazos tomarme, me agita, como intentado que reaccione.