El teléfono.

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Al salir de casa de Lisa, Jennie había conducido sin rumbo por un par de horas, no había querido comer aquella noche, simplemente condujo por horas hasta decidir qué hacer. Cuando se acercaba el amanecer, decidió que no quería regresar a casa de sus padres ni de Sophie, necesitaba tiempo para estar sola y entender lo que acababa de suceder, así que se encaminó a las afueras de la ciudad con el auto en silencio; por su mente sólo pasaba la imagen de Joe recostado en la puerta con flores en la mano y una blusa de Lisa. Cada vez que pensaba en ello, sentía escalofríos, nauseas, ganas de llorar, de salir corriendo; no entendía cómo era que Lisa, después de jurar que la amaba había podido hacerle algo así.

Cuando los primeros rayos del sol asomaban tras las montañas, Jennie llegó a su destino donde un amable hombre joven la atendió. 

- Buenos días, señorita ¿Cómo la puedo ayudar?

- Buen día, necesito una habitación sencilla, muchas gracias.

- En seguida, por favor, regístrese por este lado y la llevaré a su habitación - Dijo el hombre indicándole con su mano el camino a la recepción.

Jennie siguió sus instrucciones, se registró y luego se dirigió a una cómoda habitación donde se hospedaría por algunos días mientras lograba sentirse mejor. La recámara estaba dispuesta de forma que la ventana tuviera una vista completa de la ciudad, la puerta daba a un pasillo frente al que se extendía un hermoso prado verde donde las aves jugueteaban tranquilamente; al final del pasillo había una fuente de agua clara con algunos peces. El lugar era tan familiar y al mismo tiempo tan desconocido para Jennie, que sentía que allí podría aclarar su mente y tomar la decisión correcta.

Al instalarse, tomó una ducha y se puso un pantalón de sudadera y una blusa desajustada para poder descansar. Permaneció en su habitación toda la mañana durmiendo, no tenía fuerzas para hacer nada más, seguía sin probar bocado, lo único que pidió fue una jarra de agua que bebió poco a poco en el transcurso del día. Su sueño fue liviano y muy interrumpido por pensamientos intrusivos que no le permitieron descansar, así que llegadas las 4 de la tarde, decidió caminar un rato para despejar su mente y pensar en algo diferente. Salió de la habitación y deambuló durante algunos minutos por los pasillos aledaños, los cuales tenían diferentes vistas del enorme prado que rodeaba la estancia. Luego de un rato, decidió caminar por el césped, así que se quitó las sandalias que llevaba puestas y permitió que sus pies sintieran la frescura del pasto y la humedad de la tierra; cerro los ojos pero lo único que vino a su mente fue nuevamente la imagen de Joe sosteniendo las flores y aquella blusa en la puerta de la casa de Lisa. Caminó a donde iniciaba la falda de la montaña, eran poco más de las 5 de la tarde y deseaba ver el atardecer desde aquel lugar en el que se había sentado con Lisa el día en que se habían conocido. Después de todo, era bastante simbólico haberse ido a quedar allí en ese momento, pues era Lisa quien le había dicho que cuando necesitaba pensar y alejarse de todo acudía a aquel sitio.

Contempló el atardecer y disfrutó de lo lejana que parecía la ciudad, lo lejanos que parecían los problemas, lo lejano que parecía Joe con sus flores y lo cerca que sentía a Lisa estando allí. Se levantó a tomar la cena, eran cerca de las 7 y deseaba intentar recuperar el sueño que no había conciliado en todo el día. Pidió chocolate caliente, una taza de café y un sándwich de jamón y pavo para cenar. Comió despacio, saboreando cada bocado y al terminar, regresó a su habitación, cepilló sus dientes y supo que era hora de organizar su estancia sin que nadie se preocupara por ella. Tomó el teléfono y llamó a Sophie:

- Hola, So, ya estoy en el lugar en que me voy a quedar, amiga.

- ¿Jen, estás bien? Dime dónde estás para saber de ti, tengo miedo de que algo malo te pueda pasar.

- No te preocupes, pero necesito que me cubras por un par de días mientras aclaro mi mente, le voy a decir a mamá que me estoy quedando contigo.

- De acuerdo, sabes que cuentas conmigo para cualquier cosa. ¿Estás segura de que no deseas decirme dónde estás?

- Segura, gracias por preocuparte por mí y por cubrirme, te amo.

- Te amo a ti y deseo que te sientas mejor. Piensa bien las cosas, tal vez te estás apresurando a sacar conclusiones. Te amo, descansa.



Terminada su conversación con Sophie, llamó a su madre para decirle que estaba bien y que se quedaría con Sophie algunos días.

- Hola, amor ¿Cómo estás?

- Hola, mami, no tan bien como quisiera, creo que pasaré algunos días en casa de Sophie.

- ¿Por qué? ¿Pasó algo con Lisa? ¿Quieres hablar al respecto?

- Por ahora no, mami, no deseo hablar al respecto, sólo puedo decir que no estamos en un buen momento. pero descuida, estoy bien.

- Está bien, nena, cuídate mucho y recuerda que cuando desees puedes regresar a casa y podemos intentar buscar una solución para lo que sea que haya ocurrido.

- Gracias, ma, te amo.

- Te amo, hija.




Cada día, Jennie despertaba y contemplaba la ciudad desde su cama, pasaba así largo rato y a las 9 a.m. tomaba una ducha, se vestía e iba a desayunar al restaurante. A continuación, pedía prestado el piano uno de los salones del hotel, siendo la única huésped por aquella época, no existía ningún problema con que ensayara hasta llegada la hora del almuerzo; de hecho, los trabajadores del hotel disfrutaban mucho sus ensayos, pues hacía sus mañanas mucho más amenas. Al terminar de tocar, pasaba al restaurante nuevamente donde cada día ordenaba algo diferente de la carta para almorzar, en el fondo, guardaba la esperanza de regresar allí con Lisa y ser una experta en el menú para sorprenderla. Cerca de la 1:30 p.m., regresaba a su habitación y descansaba hasta las 3:00 p.m., hora en la que iba a la falda de la montaña a contemplar la ciudad y escribir en su libreta, a veces pensamientos, a veces cartas para Lisa, a veces cartas para Joe, a veces cartas para ella misma. Contemplaba los atardeceres, regresaba al restaurante a cenar e iba a su recámara a descansar.

Pero pasados varios días, Jennie se encontró nuevamente con el teléfono de Lisa que había permanecido guardado hasta entonces en uno de los cajones debajo de un saco. Lo tomó, lo puso a cargar y cuando estuvo encendido, sintió la inmensa necesidad de revisarlo, de ver cuánto llevaba Lisa hablando con Joe, de dejar de vivir en un mundo de suposiciones y dolores imaginarios y conocer la verdad.

Por primera vez. [Jenlisa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora