De regreso a casa.

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- ¿Te gustaría ir a desayunar, amor? - preguntó Lisa besando delicadamente la boca húmeda de Jennie que aún conservaba su sabor.

- Claro que sí, no hay nada que me haga más feliz que poder iniciar el día con tu compañía - Respondió Jennie mordiendo un poco su labio inferior, como si el beso que Lisa le había dado guardara un secreto íntimo que sólo las dos conocían.

Se vistieron con calma, jugueteando y repitiendo constantemente gestos de amor y, cuando estuvieron listas, se dirigieron al restaurante. Para la sorpresa de Jennie, nadie se acercó a tomar su pedido durante más de un minuto, lo cual, en aquel lugar no era muy usual. Le extendió su mano a Lisa para que ella le diera la suya, y sosteniéndola le dijo:

- ¿No te parece extraño que nadie venga, mi amor? ¿Crees que todos estén bien? Tal vez debería acercarme a saludar en la cocina. Quizá no se percataron de nuestra llegada al ser las únicas huéspedes.

- Tranquila, linda. Estoy segura de que ya vendrán. De hecho, mira a Carlos, viene para acá.

Dijo Lisa dirigiendo una mirada al mesero que se acercaba a la mesa donde estaban con una bandeja dispuesta con el desayuno exacto que ella había pedido.

- Buen día, señorita Manoban. Señorita Kim - Dijo Carlos pasando con destreza los desayunos -.

- Buen día Carlos - Respondió Lisa.

- Buen día. Disculpa, Carlos, nosotras no ordena... - Jennie se detuvo al ver el desayuno que le habían traido.

Eran huevos revueltos con pimienta y jamón acompañados de dos tiras de tocino. Un taza de café caliente, oscuro y amargo. Un vaso de jugo de naranja recién exprimido. Dos tostadas con mantequilla y mermelada de mora y un mason jar con yougur, cereal, trocitos de manzana verde y galletas Oreo trituradas.

Jennie dirigió una mirada a Carlos que sonreía con tranquilidad, luego miró a Lisa que la observaba expectante con una sonrisa inmensa en su rostro un poco enrojecido por la ansiedad que aquel momento le provocaba.

- Gracias Carlos - Dijo dirigiéndose con voz apacible al mesero que se retiró con una pequeña reverencia.

Despúes, Jennie observó el desayuno de Lisa. Eran huevos revueltos idénticos a los de ella. Una taza de chocolate, el mismo jugo y las mismas tostadas, pero su mason jar sólo tenía cereal y leche.

- Tú preparaste todo esto. Por eso despertaste tan temprano esta mañana. No me dijiste nada. Te amo, ratoncito escurridizo.

- Te amo, cielo ¿Te agrada lo que pedí para ti?

- Claro que sí, pero me hace extrañar un poco nuestro hogar.

- Quiero que volvamos hoy mismo, luego del desayuno ¿Te gustaría? Es que quiero volver a nuestra vida juntas, con nuestro hijo, con nuestros espacios, con nuestra intimidad. Además hay algo importante de lo que quiero hablarte.

- Me encantaría volver a nuestro hogar, te amo tanto, Lisa Manoban.

Desayunaron despacio, con la paciencia de quien no tiene compromiso alguno, con la certeza de quien ha recuperado todo lo que ama. Disfrutaron de sus huevos, tomaron sus tazas de café y chocolate acompañando sus tostadas, comieron su cereal y finalizaron con el jugo fresco. Al levantarse de la mesa, Lisa tomó a Jennie de la mano y la llevó al piano, que estaba adornado por un ramo con, por lo menos, 50 rosas rosadas del que únicamente sobresalía un pequeña tarjeta. Jennie soltó la mano de Lisa y se acercó a tomar la tarjeta. La leyó en voz suficiéntemente alta para que Lisa pudiera escuchar: "Volvamos a nuestro hogar, hay algo que tengo que decirte".

Jennie se sentó en el sillín del piano y empezó a tocar las primeras notas de "house by the sea" de Moddi. Después tomó aire, miró a Lisa a los ojos y empezó a cantar la canción.

"Behind everything that I do, I just want to come home and lay down beside you. And then I'll be who I wanted to be. In my heart I belong in a house by the sea". Terminó de cantar sosteniendo con su mano izquierda la de su novia. La acercó a sus labios y la besó con delicadeza. Lisa la miraba fijamente y dejó escapar una pequeña lágrima. Estaba conmovida por la canción. Entendía que Jennie sentía que su hogar era a su lado.



Una vez en la habitación, Lisa ayudó a Jennie a hacer la maleta sin prisa y recogió sus pertenencias, mientras hablaban de lo mucho que habían disfrutado ese par de días en el hotel y lo felices que estaban de regresar a casa. Doblaron con cuidado la ropa, recogieron los implementos de aseo y los pusieron dentro del bolso, pusieron el ramo de rosas en el auto, agradecieron a los miembros de servicios del hotel y se despidieron de la recpecionista. Cada una subió a su auto y se dirigieron a casa de Lisa nuevamente. A su hogar.

En el camino, Lisa pensaba en lo feliz que estaba por el regreso de su novia, pero lo extraño que era no compartir el auto con ella. Sin embargo, para no sentirse distantes, Jennie le envió una lista de reproducción que había creado en la que se incluían las canciones que habían marcado su relación. Aquellas primeras que cantaron en el auto, los movimientos que Jennie tanto estudiaba en casa, las que les gustaba escuchar cuando estaban juntas y, cuando llegó el final de la lista, sonó aquella canción que Jennie había cantado para ella el día anterior en el piano. Exactamente esa misma versión, sólo su voz y su piano. La canción que Jennie le había compuesto a Lisa durante su estancia en el hotel. Lisa se sintió íntimamente conmovida y, unos minutos después, cuando llegaron a casa, corrió a los brazos de su novia para abrazarla y agradecerle por esa hermosa canción que, hasta ese momento, no sabía de su autoría.

Jennie la abrazó por el cuello juntando su frente con la de su novia. 

- Te amo más de lo que cualquier canción puede expresar, mi Lisa.

- Te amo más de lo que puedes imaginar, mi Jennie.

Permanecieron así un instante, en el antejardín de la casa, fundidas en un abrazo de tranquilidad y amor. Después, Lisa se acercó para darle un largo y apasionado beso  ante la sileciosa mirada de la solitaria calle donde vivían. No había nadie para presenciar aquel momento y así lo preferían, íntimo, secreto, seguro.

Lisa se adelantó para abrir la puerta de la casa e invitó a Jennie a seguir antes de ella. Al adentrarse, pudo notar que cada cosa estaba puesta en su lugar, tal como cuando ella se había marchado, lo que delataba que Lisa no había estado mucho en casa, y de haberlo estado, no se había movido de la recámara. Abstraída en sus pensamientos sintió un cuerpecito peludo que se paseaba entre sus piernas y ronrroneaba, dirigió la mirada al piso y ahí estaba él; su pequeño hijo que la saludaba con amor y felicidad por su regreso. Lo levanto en sus brazos para abrazarlo y besarlo mientras le decía lo mucho que lo amaba y lo había extrañado. Después, se acercó a Lisa con profunda tristeza al evidenciar el dolor por el que había pasado; la abrazó por la espalda y besó sus hombros por encima de la camisa.

- Te amo, mi pedacito de cielo. No te voy a volver a dejar.

Por primera vez. [Jenlisa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora