27.- Alma de niña

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Cuando Victoria decidió estudiar veterinaria yo no lo entendí, creí que era solo por su afición por los caballos pero ahora que estoy aquí, observando todo veo que es muy necesario, ahora tenemos dos yeguas preñadas y hay que darles atención constante, si llego a perder a alguno de los potrillos me mata y es por eso que Rogelio decidió contratar a un veterinario de Pachuca, es mejor que alguien que si sepa se haga cargo en lo que ella vuelve. 

Mi hermano realmente conoce toda la situación de la hacienda, incluso me atrevería a decir que en el tema de la cosecha está mejor informado que Victoria y eso me hace las cosas más fáciles, no tengo que pedirle a nadie que este detrás de él; no sé cómo pude subestimarlo por tanto tiempo pero era obvio, toda su vida se dedicó a esto y quizá, si quisiera aún podría estudiar algo relacionado a esto, aunque probablemente me diría que es mejor aprender de la experiencia.

La universidad de la vida es dura y nadie mejor que él lo sabe. 

Cuando veo que el veterinario va a tardar revisando a las yeguas yo voy a ver si hoy si se me cumple uno de mis sueños mas anhelados. Tomo la silla de montar de mi hermana y me dirijo a dónde se encuentra Alazán, está triste porque nadie lo ha sacado el día de hoy, al verme no muestra nada, solo baila cuando ve a Victoria pero se queda quieto cuando lo ensillo, no me quiere como a ella pero como sabe que lo voy a sacar a pasear no me pone trabas.

Al salir de las caballerizas con la primer persona que me topó es la misma que debió venir por mi hace mucho tiempo.

—Maximiliano, te habías tardado —le digo sin mirarlo a la cara.

—Quería que todo en casa estuviera mejor, lo que paso ese día seguramente fue algo caótico, aún hablan de ello.

Seguramente al igual que los demás tiene mil preguntas respecto a eso y lamentablemente no puedo responder a ninguna. 

—Estamos acostumbrados a estar en boca de todos, sin embargo eso no nos quita el sueño.

Yo sé que eso no me lo va a creer, es mi mejor amigo, siempre supo todo lo que sentía respecto a Luciano, aunque nunca creí que pudiera tenerle tanto miedo; me sigue sorprendiendo el como me quedé paralizada.

Maximiliano abre la boca para decirme algo pero antes de emitir algún sonido alguien más me ve y por supuesto me va a detener.

—¡Helena! —me grita Juan José— ¿Qué haces con Alazán?

—Quiero ver si me deja montarlo.

—Eso es como domar a un caballo salvaje, te puedes hacer daño —responde Maximiliano.

—Que bueno que lo entiendes, mejor llévala a hacer otra cosa —le dice Juan José como si yo no estuviera presente.

—Monto muy bien y tú no tienes derecho a decirme que es peligroso cuando tu domabas caballos en plena corrida.

El paso de la muerte consiste precisamente en eso, un charro montado a pelo en un caballo manso tiene que brincar de el a un caballo bruto, domarlo al mismo tiempo que otros tres charros lo arrean, si logra domarlo en tres minutos gana. Es muy peligroso, si el jinete cae corre el riesgo de ser pisoteado por los demás o por el mismo caballo. 

—Ese era mi trabajo, lo tuyo solo es un capricho —quiero pensar que es más como un desafío—. Alazán te va a tirar, lo sabemos y domar caballos no es parte de tus obligaciones, por favor Helena atiende a tu invitado, yo me ocupo de lo demás.

Ya se habían tardado en hacerme a un lado pero está bien, me daré por vencida ya que ni siquiera me dejara poner un pie en el estribo. 

—Malvado —le digo y le pasó la rienda de Alazán para que lo lleve a pasear.

Los Caballero [Saga Amores Incesantes #4] || CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora