3.- La diferencia

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Me miro en el espejo intentando encontrarme pero sinceramente no lo hago, esta muñeca con la cara llena de maquillaje no soy yo y este vestido es lo más delicado que usado en toda mi vida o por lo menos desde que tenía diez años. Cuando era niña mi mamá insistía en ponerme vestidos con lazos coloridos, de lentejuelas, satín y no cuántos más tipos de tela, todos eran muy bonitos pero no eran para mí, yo prefería andar vestida como Rogelio, me daba tanto coraje que a él lo dejarán arrastrarse en la tierra y que a mí me obligarán a estar sentada mirando nada más, hasta que un día me cansé y salí a las casas de los trabajadores a regalarles a las niñas toda mi ropa. 

Mis padres estaban furiosos y me dijeron que hasta que no aprendiera a valorar lo que tenía no me comprarían más ropa y me entregaron solo cinco pantalones y cinco camisas de Rogelio, eso era todo lo que tenía y fui muy feliz, me sentía con la libertad de andar por ahí ensuciándome y con el tiempo mis padres aprendieron que no podían convertirme en una señorita de sociedad, no soy una de ellas, perfectamente puedo comportarme como una pero no lo soy, eso se lo dejo completamente a Helena, gracias a ella es que arreglo un poco por las mañanas, me enseñó a vestirme para trabajar sin parecer un hombre, supongo que en eso se fijó Mauricio cuando me vio por primera vez, nunca me sacaré de la cabeza su cara de tonto al verme bajar de Alazán.

—Eres la novia más bonita de mundo —me dice mi madre entrando a la habitación—. Ojalá tu padre pudiera verte. 

Unas cuantas lágrimas salen de sus ojos, siempre pensé que mi papá estaría aquí para ver como unía a mi vida al hombre que amaba pero no se pudo, primero me quite esa oportunidad con Juan José y después alguien más le quitó la oportunidad a Mauricio. 

—Mamá, por favor no llores —le suplico tomando una de sus manos—. Hoy no, por favor, si Helena te ve así también va a llorar. 

Mi hermana aún no supera por completo la muerte de mi padre, no puede ver ni una fotografía suya sin soltarse a llorar, me duele saber que no puedo hacer nada por ella, ni siquiera logré que la persona que lo mató terminara en el cárcel.

—Tienes razón —de la manga de su vestido saca un pañuelo y se limpia las lágrimas, está preparada para todo hoy—. Tengo que ver si ya terminó de arreglarse.

Apenas terminó de maquillarme se fue corriendo a su habitación para arreglarse y ya pasó más de una hora, espero que tuviera tiempo suficiente porque si no se le hará tarde y ella tiene que estar presente en la ceremonia. 

—¿Se puso el vestido que le compré? —la semana pasada solo fui a Pachuca para poder comprarle un vestido que no estuviera mal hecho. 

—No —me contesta mamá aún muy sería—. Hizo uno y está vez no está tan chueco.

Los diseños que hace le quedan muy bien en papel pero cuando los lleva a la práctica algo sale mal, intentamos que la persona que hizo mi vestido le enseñara un poco como usar la máquina de coser pero es terca y todo lo quiere hacer sola. Antes de poder decir más alguien toca la puerta. 

—Victoria, puedo hablar contigo antes de irme —es Juan José.

Yo pensaba ir a buscarlo, quería pedirle que se quedará, por mi y por los años de amistad que hemos compartido, cuando nadie más me veía él lo hizo, me vio y amo la parte ruda de mi, la difícil y soberbia, me amo sin más y aunque ese amor no pudo llegar más allá quiero que sepa que nunca lo dejaré de querer como mi amigo, incluso ahora como un hermano.

—Adelante —mi mamá no sé ve feliz pero no hay de que preocuparse—. Mamá déjanos, ve con Helena y bajo en un momento. 

—Victoria —que diga mi nombre en ese tono de molestia no me hará cambiar de parecer. 

Los Caballero [Saga Amores Incesantes #4] || CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora