70.- Las golondrinas

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Dejar todo no fue una tarea fácil, ni siquiera supe cómo despedirme, no podía, deje notas y hablaré con ellos más tarde, porque sé que no puedo estar tanto tiempo lejos de mi casa, nací en Jalisco pero en realidad toda mi vida está en Hidalgo, no precisamente en la hacienda Caballero pero si en esas tierras, de las cuales ahora soy dueño.

Sin embargo hay algo por lo cual abandonaría todo, Alina.

No sé que va pasar, no sé bien lo que siento pero es tan fuerte que me arrastro a la cuidad de México. Me encuentro en las oficinas de la empresa de su familia, nunca pensé que serían tan grandes y que me harían sentir como una cucaracha. Al preguntar por ella en recepción me mandaron directamente al último piso, al área administrativa, parece que en ausencia de su hermano es ella quien dirige todo y eso me está poniendo cada vez más nervioso.

—Buenas tardes, vengo a ver a la señorita Alina Quintana —digo a la que me indicaron es su secretaria.

—La señorita Quintana se encuentra en una junta, ¿tiene cita? 

La cita de mi vida, aunque no creo conveniente expresarlo. Mauricio me advirtió que esto podía pasar, él ya sabía que Alina es una mujer ocupada e importante, por eso me dijo que diera su nombre, que así me facilitaría muchísimo las cosas.

—No, vengo de parte del señor Mauricio Valencia.

—El señor Valencia, hacienda Caballero, ¿cierto? —asiento— ¿Su nombre es…?

—Juan José Camarena Bernal.

—Bien, señor Camarena —inhala, levanta su teléfono pero en eso, a mi espalda salen varias personas, la secretaria los mira un momento y regresa a mí—. Tiene suerte, la junta ya terminó —marca unos números y le contesta—. Señorita Alina, el señor Juan José Camarena… —no termina, la señorita pone una cara de asombro y a mi me empiezan a temblar las manos— si señora, ya mismo.

—¿Todo bien? —le pregunto cuando cuelga.

—Si, lo va a recibir —se pone de pie y la sigo.

Abre la puerta que está al fondo del pasillo y me hace pasar por delante de ella, apenas veo a Alina y algo me salta en el pecho, había un nudo ahí, se ha deshecho ahora que sé que está bien.

—Déjanos a solas, Lucia, que nadie nos interrumpa —le pide Alina en un tono de voz que no conocía.

Aquí es la jefa, es normal que su tono cambie y sea más autoritario, aunque me temo que es también muy frío, está enojada. Su secretaria sale y cuando se cierra la puerta es que me atrevo a hablar. 

—¿Estás muy ocupada? —pregunto porque no levanta la vista de los papeles que tiene en sus manos.

—No, por lo menos no como tú —deja sus documentos en el escritorio y se pone de pie para venir conmigo—. Nunca llamaste.

Viéndola bien ha bajado de peso, las preocupaciones quizá la han desgastado, Mauricio me decía cada cierto tiempo como es que las cosas estaban aquí, siempre aseguró que estaba bien y no se ve tan triste como cuándo la conocí, pero sigue mal, espero no tener nada que ver con ello, me rompería el alma. 

—Tú no te despediste, me sentí como novia de pueblo.

Y es que todo pasó tan de prisa de un momento a otro todo se salió de control y yo tenía una obligación moral, que deje fuera más fuerte que mis sentimientos y deseos.

—Mi hermano estaba en el hospital, casi muere.

—Lo sé, Victoria me lo contó todo.

—Y aún así tardaste mucho tiempo.

Los Caballero [Saga Amores Incesantes #4] || CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora