40.- Cucurrucucú paloma

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El replicar de las campanas de la capilla me anuncian que ha llegado la hora, por alguna razón la piel se me eriza, me da un dolor un punzante en el corazón y me detengo a medio camino, duele como si fuera la primera vez pero la rutina no cambia, despierto, me visto y bajo a la capilla para ver si todos están ahí y lo están pero no puedo verlos, ni siquiera sentir su presencia.

Cuando era una niña Tomasa decía que cada que me presentará delante del altar lo hiciera con alegría, con la certeza de que podían verme y escucharme pero en ese entonces no tenía nada que decir, ahora sí y por eso reanudó mis pasos hasta llegar a la capilla, entro y el olor del copal e incienso me golpea los sentidos pero lo que más sorprende es ver a mi hijo delante de la gran ofrenda que han puesto, la observa con detenimiento, asombrado quizá por cantidad de velas, de comida, de pan, de dulces, de fotografías, de objetos que hemos dejado ahí.

Algo lo hace estirar la mano para tocar la mesa pero también por impulso lo detengo. 

—No toques eso, Vicente —le repito las mismas palabras que mi padre decía—. Déjalo como está o si no los muertitos van a venir a jalarte las patas.

Mi hijo voltea a verme, anonadado por lo que acabo decir, no sabe si creer o desafiarme y tocar la ofrenda de cualquier manera, al final viene hacia mi y yo lo levanto en brazos. 

—Mami, ¿quiénes son todos esos? —me pregunta al mismo tiempo que señala la ofrenda.

Me acercó con el para verla mejor, Tomasa hace que cada año se vea distinta, está vez es una mesa larga con un mantel negro que contrasta con todos los colores, desde la vajilla de barro hasta la pared que está tapizada de papel picado con forma de catrinas, decenas de ellas que sonríen mirándonos. Sobre la mesa está toda la comida que les gustaba, mole, tamales, pipián y demás guisados, también está el dulce de calabaza, el camote, el pan de muerto, hay grandes y pequeños, veo las calaveritas blancas de azúcar, aunque siempre he tenido debilidad por las de chocolate y como balance también hay mucha fruta, naranjas, mandarinas, guayabas, cañas, tejocotes, jícamas, plátanos y por supuesto no podían faltar las bebidas, café, agua fresca, tequila, mezcal, tepache, cerveza e incluso vino.

Aquí está todo lo que les gustaba, lo que solían pedir en vida, los alimentos con los que celebraban las fechas especiales y hoy que ya no están sigo pidiendo que los preparen y los pongan, con la esperanza de que ellos sigan disfrutándolos y mi hijo tiene que aprender y entender que esto es algo que no podemos olvidar nunca.

Bajo a Vicente y le tomo la mano para llevarlo delante del altar procurando no mover el camino de pétalos de cempasúchil.

—Las personas de las fotografías son mis abuelos, los papás de mi papá, los papás de mi mamá —estiro mi mano para tomar la única fotografía de una niña—, ella era la hermana de mi papá, Helena. 

—También tenías una tía Helena —me dice tomando la fotografía en sus manos.

Papá me dijo que su hermana había muerto en un accidente a caballo, tal parece que salió sola, no pudo controlarlo, cayó rompiéndose el cráneo, él no quería nombrar a ninguna de sus hijas como ella pero mamá insistió, creo que es por eso que cuidaba tanto a mi hermana, le recordaba a la suya. 

—Si, la tuve pero no la conocí —le quitó la fotografía y la devuelvo al altar para llevarlo de la mano hasta el otro extremo—. Aquí están los padres de Juan José, la familia de Tomasa, la mamá de Pancho, Nadia y las demás fotografías son de los familiares de los trabajadores.

Los Caballero [Saga Amores Incesantes #4] || CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora