34.- Mil heridas

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Hoy no es precisamente un día de fiesta pero lo parece, el regreso de mi hermana hace a todos muy felices, sonríen con más ganas y trabajan más contentos, eso de alguna manera debería ofenderme pero ahora no cabe en mi la envidia.

El sentimiento de dicha es más grande que todo pero no voy a negar que también siento miedo, nuestro padrino llegó hace unos minutos y yo me le escape para no verlo. Maximiliano dice que ya hablo con él pero aún así es difícil, no quiero enfrentarme a él sola y tampoco puedo traer a Valentín para eso, los únicos que me pueden ayudar a controlar la situación son mis hermanos, Rogelio supongo ya lo está intentando pero falta Victoria y ella tampoco lo sabe.

Siempre se ha mostrado muy abierta a las relaciones diferentes y además es muy respetuosa, confío en apelar a su lado bueno para que no socorra.

Suspiro y cierro los ojos solo un segundo, los abro inmediatamente al escuchar la camioneta por el camino, yo habría preferido que llegara por la noche pero ella no se siente segura si no es con el sol iluminando su camino.

Los segundos que pasan en el tramo de camino se me hacen larguísimos pero algo pasa cuando la camioneta se detiene y baja de ella, una ráfaga de viento la recibe, es como si la tierra supiera que quien es ella, le da la bienvenida, pero no es solo eso, está distinta, es como algo la iluminará desde dentro y la sonrisa que trae en el rostro es tal que me lleva de regreso al día de su boda. Probablemente las cosas con Mauricio van de maravilla, o quizá paso algo aún mejor.

—¿No me vas a saludar? —me pregunta cuando me ve quieta.

Sin pensarlo mucho voy con ella y la abrazo lo más fuerte que puedo, está es mi Victoria, la que nunca debió perderse.

—Al fin estás aquí —murmuro contra su cabello—. No te vuelvas a ir.

No sabe de qué hablo por supuesto pero es importante decirlo, ella es la persona a la que he querido toda mi vida, la que me inspira, por la cual soy capaz de cualquier cosa. 

—Voy a subir al niño, también me alegro de verte, Helena —nos interrumpe Mauricio.

El niño está dormido y será mejor que por el momento no lo despierte, lo que seguramente vamos a hablar no es apto para él. 

—Perdón, es que mi hermana es todo lo que puedo ver ahora —le sonrió y ahora también la veo de pies a cabeza, trae puesto un vestido blazer que no es mío pero se le ve muy bien, aprendió sola lo que mejor le va—, ¿por qué sigues vestida así?

Imaginé que inmediatamente llegará iba a querer salir con Alazán y ese vestido no es lo mejor.

—Bueno debía mantener la pose hasta el final y también le agarre el gusto —y que nunca lo pierda, mi próxima colección es toda para ella—, pero es no es relevante ahora, ¿cómo estás? Cuando hablamos la última vez estabas muy triste por Alina.

Y lo sigo.

—No es fácil, no tuve fuerzas para verla, me destrozaría el alma —no ví capaz de ver como su luz seguramente se apagó—, ¿cómo la dejaste?

—En apariencia bien pero va a tardar en superarlo —la muerte de un padre no se supera, solo nos queda poner nuestro dolor un lugar en dónde nos permita seguir viviendo— ¿Y que ha pasado aquí? Que destrozos causaste.

Pues ya que lo pregunta es momento de decir la verdad. 

—Bueno ahora tengo una relación… con dos hombres.

Asiente reprimiendo una sonrisa nerviosa, no esperaba una reacción mejor así que por el momento me conformo.

—¿Y como lo está tomando mi madre?

Los Caballero [Saga Amores Incesantes #4] || CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora