Capítulo 1

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Mi brazo estaba marcado. Allí, incluso de lejos, se veía la marca plateada que cruzaba como una enredadera por mi brazo, comenzando desde mi palma hasta mi hombro.

Era la marca de un cazador.

Mi tribu por generaciones había puesto esta marca a los cazadores para diferenciarse de otras tribus. Yo había sido enviada a cazar un leopardo de las nieves al que ya llevaba siguiéndole la pista desde hacía varios días. Era un rito de iniciación. Tenía la ligera sospecha de que alguien más le iba siguiendo la pista, pero fue un detalle que erróneamente ignoré, concentrada más bien en mi presa...

Me detuve a descansar frente al cauce del río.

El cielo nocturno estaba tan claro como el agua. La gigantesca y hermosa Luna custodiaba el oscuro manto ¡Qué espectáculo era verla desde aquí abajo! La Luna, la diosa Diana... ¿Sería que aquella noche estaba feliz? Ella era diosa de la tierra, la fertilidad y el amor en nuestra tribu, era quien guiaba nuestras acciones. Ella me había dicho el camino que debía seguir. Mis padres decían que era un honor y yo claro que no lo negaba. La diosa Diana me había dado una grandiosa oportunidad para vivir, para ser libre.

Me senté sobre una piedra, quitándome cuidadosamente mi arco. La única flecha que me quedaba era de luz, luz que sólo se conseguía en el manantial subterráneo, por la única ranura por la que entraba la luz mortecina de la Luna. Allí colocábamos las flechas y después de un largo rito, las flechas se volvían como la única que me sobraba en aquel momento. Un solo tiro y matabas a cualquiera, pero eran contadas, por lo que era necesario tirar con cautela y conscientemente de las consecuencias. Mi arco, decía la mujer más vieja de la tribu, era como mi mano derecha, al momento de tocarlo, independientemente de que fuera a la luz del día o durante la noche, brillaba intensamente junto a mi marca, que en aquel momento estaba cubierta por mi capa. La capa llegaba hasta mis pies cubriéndome por completo; de otro modo, la luz de mi marca y de mi arco me delatarían fácilmente. No me podía dar ese lujo. Las instrucciones de ella habían sido claras: "Nadie debe saber tu identidad".

Lentamente me fui acercando al agua del río hasta que mis manos pudieron tomar un poco, llevándola hasta mi boca. Mis días de ayuno; la única comida permitida durante la caza eran las moras silvestres en aquellas montañas nevadas y llenas de bosque.

Después de tomar el agua pertinente lavé mi rostro, refrescándolo; mis energías eran más fuertes durante la noche.

Entonces sentí la presencia de alguien más, otra vez molestando... cerré los ojos. Sentía el temblor, pisadas, fuertes... no las ligeras pisadas del leopardo. Robusto, pesado. Eso sólo podía ser un oso.

Abrí los ojos, volteándome lentamente. 

Se escuchó un fuerte rugido en la penumbra del bosque. Era un oso hambriento.

Instintivamente tomé mi arco y la aljaba, y colgándomela nuevamente en la espalda, desenfundé la flecha.

Entonces medité sobre mi acción y suspiré metiendo el arco y la flecha de vuelta. Muchos en el pueblo habían dicho que usara con sabiduría las únicas dos flechas que recibiría. Si no volvía con el leopardo, no había vuelta a mi pueblo, a mi hogar. La flecha tenía que ser para el leopardo.

Saqué mi cuchillo, guardado en la funda de mi cinturón de piel. Me puse en posición de ataque y esperé el encuentro.

Los temblores en la tierra cada vez se hacían más fuertes, el oso se aproximaba; sin embargo, mi mano sostenía firmemente el cuchillo.

Cuando lo avisté, quedé petrificada... no era cualquier oso... era un oso de la tribu ĉοvëητĥ, en otras palabras... la tribu enemiga ¿Cómo era posible que soltaran al gigantesco animal? Esto no era normal y que estuviera hambriento tampoco... No se veía como que pudiera deshacerme de él con un simple cuchillo.  

El oso se paró en dos patas, rugiendo con una fuerza estridente que hasta a mis miembros hizo temblar. En su pecho pude ver su escudo, sostenido por dos correas que recorrían ambos hombros del oso y otras dos que recorrían ambos costados hasta unirse las cuatro en la espalda, bajo una montura artesanal con escritos seguramente sagrados que brillaban con tanta intensidad como mi marca; definitivamente era de los ĉοvëητh. Las fauces de aquel animal eran monstruosamente grandes. 

Yo no salía de mi rigidez.

Sus patas cayeron de vuelta al piso con ímpetu provocando un siguiente temblor; las aves escondidas entre las hojas de los árboles salieron volando y graznando. Pero el pequeño alboroto en el bosque duró poco tiempo, dejando en su lugar un silencio cargado de tensión. Los ojos de la bestia mostraban una inteligencia infinita, calculadora.

Rugió por segunda vez.

A simple vista podía ser un oso normal, pero la realidad era que de normal no tenía nada más que su apariencia. Era un guerrero que había reencarnado en un animal, pues a fuerza de apegarse a la vida, su precio había sido servir a su tribu. Lo veía en su mirada.

El tercer rugido fue más fuerte que los primeros dos. Supe que el momento de luchar había llegado. Apreté el cuchillo entre mis dedos con mayor firmeza observando cada movimiento del animal. Siendo guerrero podía tener varias estrategias, pero mis cinco sentidos ya estaban alerta y preparados para contrarrestarlas.

 Siendo guerrero podía tener varias estrategias, pero mis cinco sentidos ya estaban alerta y preparados para contrarrestarlas

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